sábado, 31 de enero de 2009

La 500

Madre mía, qué inutilidad. Estaba hablando con un amigo sobre mi primer año de carrera. En concreto sobre lo difícil que se me hacía follar en Valladolid y que estaba que me subía por las paredes. La cuestión es que se me hizo inevitable recordar la entrada a la que lleva  este enlace. Entré en el blog, busqué la entrada en cuestión, la volví a leer…  una cosa llevó a la otra y me leí casi todas las entradas de ese mes: Febrero de 2007. Todo tan fresco, tan espontáneo, con tan mala leche, ¡como si no me leyera ni Chus! Simplemente… genial. Y, joder, todo eso lo he perdido… me empeño tanto en actualizar con textos que sean prosa cuando quiero que sea prosa, poesí­a si quiero que lo sea... Me estoy convirtiendo en una pedante pretenciosa… olvidándome de lo que realmente es esto: un blog… Y viendo los comentarios me he dado cuenta de a qué seguidores he perdido, y a cuáles he ganado. Completamente diferentes… y no sé si eso es bueno o es malo.  Vale, he cambiado, el diseño del blog ha dado mil vueltas, mi cabeza otras tantas… antes ni siquiera me importaba que las cosas tuvieran el menor sentido, sólo se trataba de sentir con las yemas de los dedos. Ahora en cambio, de manera más o menos consciente me empeño en seguir una lógica, una coherencia. Cerrar los textos, justificarlos…  Quizá porque me influyeron tantas críticas, porque me llamaron inmadura al escribir con letras de colores. Porque me comentaron diciendo: esto es una puta mierda. Y me olvidé de las buenas críticas, que a veces, aunque estén escritas por nicks que lleven a otros blogs, no son simple spam. Me siento como si hubiera aniquilado a la verdadera Awixumayita, como si hubiera destrozado mi esencia y lo que me llevó a crear este blog. Ya no hablo sobre el incesto, ni sobre niñas con un precocísimo despertar sexual. Me estoy volviendo

 jodidamente 

políticamente 

correcta.

Y me veo ahí, en el periódico, enlazada en tantos blogs, con la puta soledad del café dando vueltas,  y me revienta. Ahora mismo me revienta. Me siento como cualquier domingo al atardecer. Viendo cómo se va a ir disipando todo esto sin que yo pueda hacer nada para impedirlo.

Quiero volver a escribir con aquella necesidad irracional. 

Así que ya os podéis ir preparando…  

jueves, 29 de enero de 2009

No mentirás

Cuando era niña me avergonzaba del trabajo de mi padre. Si en el colegio nos preguntaban por el oficio de nuestros padres, me mantenía callada ante las atentas miradas del profesor y de mis compañeros. Otras veces optaba por salir al baño y dejar que pasara el tiempo. En alguna de esas ocasiones me encontraba en el pasillo a Pablo, castigado, como siempre, cada vez por una cosa diferente que él siempre me solía contar. Solían ser contestaciones, nada grave, tonterías que sacaban de quicio al profesor de turno. Una vez saltó la tapia de un jardín con tan mala suerte que tras la tapia había una piscina… vacía. Podía haberse quedado tetrapléjico, pero tuvo suerte. Su madre le envió a un internado, y ahí sigue desde entonces. Otras veces decía que era taxista. Podía haberme inventado algún oficio sorprendente, como actor de teatro o policía, o bombero, o astronauta, o cantante. Pero decía taxista o transportista porque era lo que más se asemejaba a su trabajo real. Mi abuela me decía que mentir era pecado, así que intentaba hacerlo lo menos posible.

miércoles, 28 de enero de 2009

Entrevista para El Norte de Castilla

Posted by Picasa

Pinchen aquí para verla grande y hermosa.

Se perdieron. S e p e r d i e r o n.

Se perdieron y eran sólo dos estrellas de mar, de colores. Dos estrellas a las que se les acababan de cortar los brazos, y resucitaban, y volvían a desaparecer, para crecer después, para disfrutar del dolor. Porque se perdieron y no supieron distinguirlo, por más que la sangre emanara de sus huecos, aun viendo que la regeneración tardaba en aparecer. Se lamieron las heridas, e introdujeron en las yagas de la otra sus dedos arrugados para pintarse con las sangre el rostro y descubrir, por primera vez, de qué estaban hechas. Para, por primera vez, encontrarse y saber que se habían perdido para siempre.

lunes, 26 de enero de 2009

al vacío

Para sacudir la realidad de las pestañas, optamos por mantenerlas bien pegadas,

agarrarnos bien fuerte de la mano del otro y

saltar al vacío sin pensar en el final,

sólo sintiendo la caída,

la fuerza de la gravedad arrastrándonos en el aire,

nuestro interior acelerado.

Gritar hasta desgarrarnos.

sábado, 24 de enero de 2009

Disimular

Vivimos por unas horas una vida que no es la nuestra, pero sí la que quisiéramos tener. Aunque todo, siempre, se puede mejorar. Un gato enfermo que ronronea en mi regazo, Héroes del silencio de fondo, una luz muy poco ambiental, pero el ambiente ya lo estamos poniendo nosotros mismos. Comida china sobre una mesa de mármol y metal que intenta parecer dorado. Entre los resquicios barrocos de quienes antes estuvieron aquí y los latidos de quien ahora vive retumbando en cada póster, en los libros de las estanterías y las películas de Tarantino y Tim Burton, que nos gustan, pero no son nuestras. Como nada de lo que hay aquí, aunque lo vivamos como nuestro durante estas pocas horas. Y hacemos como que nos queremos sin saber qué queremos realmente mientras los gatos duermen y termina el cd.


jueves, 22 de enero de 2009

Tan sólo tu belleza es más que suficiente.

Los hombres no te buscan si les hablas, no creo que los quieras aburrir...
Allá arriba es preferido que las damas no conversen a no ser que no te quieras divertir.
Verás, que no logras nada conversando a menos que los quieras ahuyentar.
Admirada tú serás si callada siempre estás, sujeta bien tu lengua y triunfarás.




aún se me pone el vello de punta cuando veo esta película.

martes, 20 de enero de 2009

Nos comimos las manos de la mano que nos dio de comer.


Y ahora que estoy huyendo,
ahora que corro poseída por la angustia, ahora que parezco llegar a tiempo se escapa de mis manos.
Y me quedo con la mano que me dio de comer
para comérmela, para rechazarla, para pensar que aún sigue viva, y huir de ella.

Y ahora que llego a tiempo la angustia se apodera de mi ser y me siento atrapada en el seno de quien me hizo como soy.
Todo a mi alrededor, ahora que voy tan deprisa, se ha parado en seco. Todo va tan lento.
Ahora que me parto las piernas a cada paso, ahora que tengo la oportunidad de salir de esta población, encuentro a mi abuela hurgando en un contenedor.
Buscando. Manchándose las manos.
Ahora que vuelves soy quien quiere salir de este mundo, y no lo entiendo.
Ahora que lo tengo fácil, las circunstancias se ponen en mi contra. Ahora que voy tan deprisa
el mundo se ha parado en seco.
Y al despertar me vuelvo a dar cuenta. He logrado escapar y tú sigues muerta. Y te echo de menos.

domingo, 18 de enero de 2009

m i c r o c o s m o s

A continuación, una práctica de descripción basada en tópicos que tuve que realizar para la asignatura Técnicas de creación literaria.
Se la dedico con mucho cariño a Rubia Underground.

Bajo los guantes de látex mi piel se resquebraja. El tacto de las pipas agua sal sobre el guante es peculiar, pero me desespera. Se caen. Derramo pipas entre mis dedos. Y mi jefe, a quien le faltan un montón de dientes, tararea la canción chumbeta que ha puesto a todo volumen. Las ancianas que entran a la tienda en busca de ronchitos me piden que la baje, pero señora, no soy yo la encargada. Y le faltan dientes sí, un montón de dientes. Y pelo, y gusto musical. Es un adolescente en cuerpo de treintañero. Porque es treintañero. El típico treintañero hijo de empresario, niño pijo, inculto, la oveja descarriada que ahora tiene que hacer como que trabaja en la tienda de su padre para que éste no le eche de casa. Me tira los trastos, como un baboso. Intenta, como todos los babosos, hacerme reír, porque a alguien se le ocurrió alguna vez lanzar al mundo que a las chicas te las ganas haciéndolas reír. La Cosmopolitan, seguramente. Y yo sigo a lo mío. A puñados recojo las pipas, los maíces y las nueces de macadamia. Entra, entonces, una señora de cincuenta y tantos, peripuesta, con un caniche en brazos. No se pueden meter perros, señora, le digo desde lo alto de la escalera de mano. Ella, y el perro, que sin duda van al mismo peluquero, hace como que no me oye al tiempo que da un traspié a las patas que me sostienen y retiemblo desde lo alto, a punto de caerme. Maldita zorra reprimida. No tiene hijos, el perro lo sustituye todo. Ni hijos, ni marido; sólo una vida social basada en superficies y montones de caramelos de regaliz a precio de lechazo. De fondo sigue sonando techno y mi jefe, mientras la atiende, me pregunta si me gustan las mujeres. Le digo que sí, que me gusta todo, hasta los animales. Ella ni se inmuta, sólo refunfuña. Ha aprendido a comunicarse con el caniche. Y mi jefe se pone nervioso, se ríe, y cambia el disco por los Cuarenta Principales. Suena la misma canción que sonara´ dentro de media hora, por la que habrán pagado quién sabe cuánto. La canción que a gente como a mi jefe les derrite el cerebro hasta el punto de llegar a poner el sonitono en su móvil de última generación. La canción que retumba en su coche. La canción con la que se restriega contra las quinceañeras cada sábado en la discoteca en la cual, hace tiempo, antes de ser yonki – o durante – trabajaba como portero.
Se abre la puerta y entre mis manos envueltas en látex se amontonan cerebros rellenos de gelatina. Entra la nueva pubertad, los niños con chapas de My Chemical Romance, flequillos a plancha muy a la derecha, corbatas de a clock work orange y zapatillas de lona de más de sesenta euros. Buscan algo que les dé la clase que les falta: chocolate negro, muy puro, y regaliz. Esos niños, adolescentes antes de tiempo, intentando aparentar tener una cultura que no tienen. Niños, porque aunque luego se pongan ciegos en un bar, ahora están en una tienda de dulces. Todos somos llamados a nuestro estado natural.
Otro grupo entra. Pantalones cortos, como bragas. Medias transparentes y botines con muchísimo tacón. Los labios rojos y el pelo muy cuidado, sombra de ojos azul, o rosa, o marrón que no hacen sino acentuar su minoría de edad. Ríen, intentando aparentar, porque son pavas disfrazadas de hienas. Y una mujer que recién ha entrado, pasa por mi lado y mirándolas de arriba abajo suspira: Ay virgencita, que no se convierta en esto mi niña.
Son las nueve y media, cierro la última bolsa de patatas, me quito los guantes, que están llenos de aceite industrial, y mis manos, resentidas, piden a gritos crema hidratante. Ahora que ya he puesto el cartel de “cerrado”, mi jefe me mira tras el mostrador mientras friego con una fregona de palo bajo que me obliga a forzar las lumbares. Ha vuelto a poner el disco de antes, a atentar contra mi gusto musical, pero ahora que estamos a oscuras sube el volumen y me dice las ganas que tiene de fiesta. Las ganas, intuyo, de salir con unos tipos tan inmaduros como él, jugadores del World of Warcraft incapaces de vivir sin el arropo de los padres, a intentar follar con quinceañeras borrachas y, ante todo, ponerse hasta el culo de coca y perder los pocos dientes (y dignidad) que le quedan.

Black Coffee

I feel so lonely, havent slept a wink,
I walk the floor, watch the door,
And in between I drink, black coffee,
Loves a hand-me-down brew,
I'll never know a white sunday, in this weekday blue,
I'm talking to the shadows one o'clock till four,
And lord how slow the moments go,
All I do is pour, black coffee..

Since the blues caught my eye,
I'm hanging out on monday,
But sunday dreams too dry.
They say a man, is born to go alone,
And a woman, is born to weep and fret,
To stay at home and drown her past regrets
In coffee and cigarettes.
And moody all the morning, moody all night.
And in between I drink black coffee.
Black coffee.


Tema incluido en Nearly God, de Tricky.

sábado, 17 de enero de 2009

armless

Enredada en las manecillas de un reloj, deslizándome hacia abajo, cortando las palmas de mis manos,
asfixiándome inquieta,
perdiendo el tiempo.
Crucificada dentro, tras un cristal contra el cual reposa mi barbilla. Mis brazos, despojos;
atado el derecho al segundero,
que no para de girar.
Pero ya no siento dolor, sólo claustrofobia. Sólo me duele el pensar qué estará pasando al otro lado del cristal y contra lo cual
no puedo hacer
absolutamente
Nada.

viernes, 16 de enero de 2009

Esta mañana


Quiero que me trague la tierra.
Sentir, sin que me duela,
desaparecer mi piel bajo las piedras.

Tregua



Hoy me quedo aquí, contigo.


Hoy me quedo hasta que nos salgan llagas en el cuerpo.


Hoy me quedo hasta consumirme entre las llamas de la sábana bajera.


Hoy me quedo hasta que quieras que me vaya.


Hoy me quedo hasta aburrirte.


Hoy me callo hasta que respondas.



Hoy me quito la ropa hasta quedarme en silencio.


Me quedo muda para quitarme el derecho


A decir


lo que realmente siento.



Hoy me araño las mejillas hasta que se borren mis facciones.


Hoy me sesgo la comisura de los labios con el filo de la inseguridad.


Hoy me rasco las pupilas hasta perder


El poder


Que le quedaba a mi mirada.



Hoy nos damos una tregua…


Perdemos la jugada.

jueves, 15 de enero de 2009

La primera piedra



El cielo se desprende sobre nosotros en forma de fibra de vidrio. Millones y millones de partículas heladas que se posan en mi rostro, resintiendo la mirada (helándola por dentro), extirpando lágrimas que se hacen hielo antes de llegar a la comisura de los labios.

El cielo, hoy, se desprende sobre nosotros.

El cielo se rebela contra nuestras almas descarriadas, cansado de lanzarnos indirectas, cansado de nuestra ignorancia y esta prepotencia que nos impide ver lo absurda que es nuestra existencia.

El cielo, hoy, se desprende sobre nosotros.

El cielo nos persigue como dardos blancos, simulando una paz que nunca nos ha dado y nunca nos dará. Porque fuimos creados para ser incapaces de apreciar lo que nos sienta bien.

El cielo, hoy…

Se adentra en mis ojos, sólo veo frío; se clava entre mis uñas, todo tacto es amargo; se posa en mis zapatos, pesado, hasta hundirme en el suelo, hasta la cintura, esperando a que alguien lance

la primera piedra.



*Fotografía: Naturaleza Muerta, de David Díaz Vallejo.

miércoles, 14 de enero de 2009

Enterré una muñeca




Barbie en el jardín.




Rompí sus ligamentos




Al doblar las extremidades




Para meterla en un bote de Eko.




Y entró, y abrí la tierra para darle de comer.




Y me comió a mí.




Bajo la tierra se escondió mi infancia




Y bajo mis uñas puso huevos




Una hormiga roja. Y llovió,




Y la tierra se deshizo, y yo




Me metí dentro.




Y tras un año, en otra lluvia,




La tierra se abrió, y




Aquella muñeca




Tarada seguía ahí, igual,




Protegida. Y yo,




Desarmada, como la vida,




Brutal




Y corta.










Hay quien no crece




Y ellos no lo eran,




Lo eran de estos




De los que no crecen.







Adolescentes hasta la muerte




De un año a otro




Se pegan al cristal




Para lamer las gotas




En noviembre.







Las beben y saben




A metálico




Y no crecen, y les miman.




Les tienen en palmitas




Porque les interesa




Tener jóvenes promesas.




Y nunca suben, ni descienden




Después de un año, por ejemplo,




Aquí siguen lamiendo




La lluvia en el cristal.

martes, 13 de enero de 2009

Idealismo


Ella apareció desdibujada, un poco difuminada. Él entornó la vista para verla bien, pero sus ojos se invirtieron y desde entonces la ve sólo en blanco y negro.

Su cuerpo se fue granulando, como en una vieja película sin remasterizar. El sonido de su voz iba acompañado de un zumbido insoportable, como en una emisora de radio sin sintonizar.

Ella desapareció. Él la recuerda en tecnicolor.

Vértigo, ansiedad y ni un solo cigarrillo. Ni un café.

Esto trasciende a lo externo...

La habitación no deja de dar vueltas. Mi cabeza da vueltas. Mis ojos se pierden, pierdo el equilibrio, todo se mueve. Dentro de mí. Fuera de mí. El color del mundo es diferente, y mis manos se quedan dormidas. Parece que quiero llorar, a juzgar por las la´grimas que hielan mi rostro.
La impotencia, y este frío insoportable. Que no esta´ dentro, ni esta´ fuera. Que no existe, pero lo siento.
El frío, continu
amente.
L
a soledad.

L
a tarde m´as inútil que he vivido en mucho tiempo.

(Y no sé qué me p
asa)


*L
a foto es de una de mis películas preferidas: Time, de Kim Ki-Duk.

Por cierto, he vuelto al mundo de la búsqueda. La búsqueda de trabajo, digo...

The world kicked back a lot fuckin' harder now...

lunes, 12 de enero de 2009

Buen cine para empezar bien el año

Tuve la oportunidad de verlas en la maratón de cine del Actual. Habría querido hacer una crónica sobre el festival, pero no he tenido tiempo... ni ganas. Enero chicos, y los exa´menes a la vuelta de la esquina... Qué os voy a contar.
Así que nada, os dejo los trailers. Merece la pena darle al play, y hacer el esfuerzo de ver las películas, ya ni os cuento...

Déjame entrar (Lat den ratte komma in)


Waltz with Bashir


Buscando un beso a medianoche (In search of a midnight kiss)

sábado, 10 de enero de 2009

Los garapitos de Isabel



Había una vez, hace mucho tiempo, mucho, mucho tiempo, un pequeño, muy pequeño, muy, muy pequeño pueblo al norte de España, donde siempre hacía mucho frío.

Allí nunca pasaba nada y a la vez no había día en que no pasara algo. Como en una telenovela. El sol aparecía poco antes de las ocho con el primer cantar de los pájaros, dejando ver los chuzos de hielo que colgaban de las tejas, formados durante la noche por el frío. Siempre el frío.

El jardín de los abuelos de Isabel siempre estaba blanco por las mañanas. Agua de rocío helada sobre las plantas, la piscina cubierta por una espesa capa de hielo bajo la cual nadaban presas decenas de garapitos y cucharatones.

A Isabel no le gustaba el frío, pero sí que el hielo encerrara a aquellos insectos, porque así podía observarlos con detenimiento, cómo nadaban hasta la superficie y se chocaban contra el hielo, cómo huían asustados cuando pateaba la escalerilla, lugar donde solían cobijarse. Esos insectos son muy sensibles a las vibraciones.

El colegio también estaba blanco: la hierba del patio estaba cubierta por una fina película blanca que parecía nieve.

Se sentaban en las escaleras del porche, casi todos los niños, muertos de frío. Algunos, para entrar en calor, jugaban al balón. Otros, intentaban en vano entrar al hall, pero el director del colegio, que estaba dentro, en la sala de profesores, tomando un café calentito con sus compañeros, no lo permitiría.

El motor del viejo coche de la anciana profesora Maribel, que, como cada mañana, se asomaría a la ventana del aula, aspiraría el frío y diría: no sabéis la suerte que tenéis, indicaría el momento en que el colegio se abriera para ellos. Siempre llegaba a la hora exacta, ni un minuto menos, ni un minuto más: las ocho y veinticinco.

No sabéis la suerte que tenéis.

Pero ellos no se sentían afortunados. Más bien encerrados. Encerrados como los garapitos de la piscina de Isabel, bajo una gruesa capa de normas que no lograban comprender.

Sólo había un niño al que parecía no importarle todo aquello. Él era Guillermo, el hijo de la Bernarda, una mujer mayor que vestía siempre con enormes abrigos de piel y las orejas decoradas con bastos pendientes dorados. Muchas mujeres la tenían como un ejemplo a seguir, como una madre modelo, una buena parroquiana. Otra gente, como los abuelos de Isabel, no podía ni oír hablar de ella. Isabel le temía. Le temía muchísimo, a ella y a Guillermo. Estaba convencida de que habían hecho un pacto con el diablo para poder tener tantos caprichos.

No podía comprender por qué ella, viviendo sola con sus abuelos, tuviera que seguir pescando garapitos en su piscina para poder seguir viviendo.

Guillermo se sentaba en la primera fila, con la espalda muy erguida, mirando fijamente a la pizarra. Cualquier pregunta que formulara Maribel él sabría contestarla.

Muy de vez en cuando giraba la cabeza para fijarse en Isabel. Las uñas sucias de Isabel, el pelo oscuro y grasiento de Isabel, las pinturas diminutas, el estuche heredado, la foto de sus padres arrugada sobre el pupitre. Su cara de niña, pese a tener ya doce años. Parecía más niña que el resto, y eso a Guillermo le fascinaba.

Guillermo estaba convencido de que Isabel era una bruja. Pensaba que había soltado un maleficio contra sus padres para que se quedaran encerrados y estáticos en aquella foto y así poder dominarlos.

Su madre siempre le dijo que Dios nos recompensa por las buenas acciones. Obviamente Isabel tuvo que haber sido muy, muy, mala, para que Dios dejara que se alimentara de los insectos del jardín. Su madre también le dijo que es de malas personas pasarse el día asomado a la ventana, vigilando a los demás. Pero Guillermo no le hizo caso, y siempre que podía observaba desde su ventana la piscina de Isabel y a ésta haciendo un pequeño agujero en el hielo con un tenedor para cazar media docena de insectos. A veces tenía suerte y conseguía pillar algún gorrión o algún ratón. O algún gato callejero.

Tenía que tener mucho cuidado con los garapitos, porque aparte de nadadores, son voladores, y si se descuidaba, podían escaparse.

Guillermo se preguntaba por qué si su madre le decía siempre lo que era y lo que no era de buenas personas, ella no le llevaba a Isabel y sus abuelos un buen plato de lentejas con chorizo, de esas que a él tanto le gustaban y su madre tan bien preparaba. Se preguntaba por qué cada domingo en la parroquia el cura hablaba ser buenos feligreses, y él tampoco hacía nada por sacar a Isabel de aquella casa. Se preguntaba por qué Maribel no se llevaba a Isabel lejos de este pueblo. Por qué repetía cada mañana “no sabéis la suerte que tenéis”.

Una mañana, estando en las escaleras del porche, Guillermo decidió acercarse a Isabel, aunque sabía que a su madre no le gustaba. A la Bernarda no le gustaba la gente que no se limpiaba las uñas.

- Hola Isabel.

Isabel tenía miedo. ¿Qué podría querer aquel niño de ella?, ¿también se llevaría su alma?

Se alejó un poco hacia la izquierda sin levantarse, y miró con recelo al hijo de la Bernarda.

- Mis abuelos dicen que tu madre no tiene alma.

Guillermo se quedó un momento callado. No podía ponerse en contra de su madre, pero tampoco quería ser descortés con Isabel.

- ¿Y por qué dicen eso?

- Dicen que nos está chupando hasta la sangre.

En ese momento sonó el coche de Maribel. Hora de entrar en el colegio.

Subieron al aula en fila, arrimados a la pared, y una vez sentados en sus pupitres, Maribel realizó el ritual de cada día.

- Señorita Maribel, ¿por qué dices que tenemos suerte? – Preguntó Isabel. El descaro de la niña provocó un gran silencio en el aula. Apenas se les oía respirar. Maribel había bajado la cabeza con tristeza y la persiana con desgana. Todo se hizo silencio y oscuridad.

- Porque sois niños.

Isabel abrió su estuche y sacó de él un pequeño garapito. Lo encerró entre sus manos y se acercó a la profesora para ofrecérselo. Los ojos de Maribel se tornaron muy tristes, muy, muy, tristes, pero aceptó el regalo de la niña y se metió en la boca al pequeño insecto, como si fuera una píldora, sin masticar. Inmediatamente el rostro de la profesora se iluminó con un brillo especial. Rejuveneció unos años, no muchos, aún seguía siendo mayor, pero menos.

- Gracias.

Guillermo entonces pensó que sí estaba en lo cierto cuando pensaba que Isabel era una bruja.

- ¿Eres una bruja? – Le preguntó el niño a Isabel.

- No, Guillermo, ella no es ninguna bruja. – Respondió la profesora. – El poder no viene de ella, sino de su piscina.

Según les explicó, ella en realidad era mucho más joven de lo que aparentaba. No tenía más de treinta años. Pero cuando ella vivía en el pueblo y tenía apariencia de adolescente, Mateo, el marido de la Bernarda, se enamoró de ella perdidamente. La seguía a todas partes, le enviaba flores y regalos bonitos. Mientras tanto, en su casa encerrada, se encontraba la Bernarda, que no podía soportar el paso del tiempo y la incipiente llegada de la vejez. Envidiaba tanto a Maribel que decidió hechizarla para que dejara de ser joven, de ser bonita. Para ello se asomó a la ventana y soltó un maleficio hacia lo primero que vio desde allí: la piscina de Isabel.

Todas las noches, cuando el frío impedía que nadie saliera a la calle, la Bernarda se asomaba a la ventana y dejaba caer un pequeño cubo sujeto a una larga cuerda para recoger un poco de agua de la piscina. A continuación, rociaba con aquella agua las flores que su marido tenía preparadas para regalar a Maribel a la mañana siguiente en la puerta del colegio.

Con sólo aspirar su perfume, rociada de agua maldita, el conjuro hacía su efecto, acelerando el crecimiento, la vejez, de la joven Maribel.

En un pueblo tan pequeño pronto se supo lo ocurrido, por eso Maribel decidió alejarse de allí, aunque, tal vez porque el ser humano es así de raro y no hay que darle más vueltas, decidió volver años más tarde convertida en la profesora que ahora era, ahora que nadie del pueblo la reconocía.

Lo que no sabía la Bernarda es que con aquella acción había maldecido de por vida a la familia de Isabel, sumiéndola en la más absoluta pobreza. Pero tampoco sabía que los animales que habitaban en aquella piscina se habían convertido con el tiempo en el antídoto de la maldición, propiciadores de la codiciada eterna juventud.

Guillermo no podía creer lo que estaba escuchando. Su madre era una auténtica bruja, y maligna además. Pero no podía permitir que hiciera más daño.

Así que al llegar a casa, sin pensarlo ni un momento, se armó de valor y le dio una buena lección a la mujer que desde siempre le había indicado qué hacer y qué no para ser una buena persona. La sorprendió en la cocina y la empujó por la ventana, dejándola caer sobre el hielo de la piscina de Isabel, que con el golpe se hizo añicos, empapando así a la Bernarda en agua maldita.

Guillermo observó con detenimiento cómo el cuerpo de su madre pataleaba intentando salir del

agua, y envejeciendo a pasos agigantados a la vez, hasta convertirse en un cuerpo pequeño, arrugado, inmóvil.

Isabel salió al patio corriendo al escuchar el estruendo.

El hielo estaba destrozado. Los garapitos podían ser libres.

Observó con rabia, con un llanto agonizante, desgarrador, cómo se iba volando

su juventud y la salvación de Maribel.

Observó a los garapitos volando en bandada. Escuchó el sonido de sus alas moviéndose en busca de la libertad.

Y Guillermo sonrió feliz, brindando por el estado natural de las cosas.

Como debe ser.

jueves, 8 de enero de 2009

Tentaciones

Pegados con trocitos de celo, cubrían la pared de Dalila, mechones de pelo.

Mechones cortos, de todos los colores, lisos, rizados, más o menos sucios, algunos canos y otros podridos como aquel que los portara.

Pero quién no estaba podrido. Quién de todos aquellos podría salvarse. Ni siquiera Dalila.

Ella estaba más condenada – ya era una condenada – que cualquiera de ellos.

Condenada a vagar, a rodar sobre una barra como pelusilla enmarañada. Rodando, borracha, en un micro-cosmos donde no había hombres sino almas buscando la redención en el purgatorio.

Dalila podía expurgarlos. Tenía la capacidad de extirpar el deseo con un corte de pelo. Extirpar el vicio carnal que llevaba a aquellos hombres a la perdición.

Dalila podía erradicar de su paladar el sabor a manzana, a pecado, a tabaco negro, ginebra y autoengaño. Pero hay pecadores que no se quieren salvar. Y eso Dalila lo sabía muy bien, por eso no decía nada.

Ellos pagaban lo suyo por disfrutar de su belleza y ella hacía lo propio, como cualquier prostituta.

El corte venía después, a traición, y les robaba la fuerza como una mantis. Como una mantis expiadora. Pero aquellos pecadores no querían ser limpiados, y se arrastraban después, sin fuerzas, como culebras, hacia Eva, a reclamarle una manzana; el derecho a seguir siendo un enfermo, un depravado.

Eva nació un trece de diciembre, entre nieve y niebla, y desde entonces siempre estaba fría, como la serpiente que recorría su cuerpo rosado en los espectáculos de cada noche. Eran dos reptiles jugando a tentar a las almas descarriadas para terminar de destrozarlas.

Eva, como droga, se introducía en las venas de aquellos hombres y les absorbía la dignidad por dinero. Siempre por dinero. Para dejarles marchar luego, con el peso de la culpa rechinando en sus dientes.

Pero p­ara eso estaba Dalila, siempre dispuesta, esperando con unas tijeras. Para eso estaba, como una buena samaritana.


Nada nuevo




Julia iba vestida con el mismo vestido que se puso la Noche Vieja anterior. Aquel vestido negro, tan corto, con volantes, tan hortera. La única diferencia era que esta vez se le notaban las caderas redondeadas por encima de los volantes. Pero ella seguía interpretando su papel de diva. Caducada a mi parecer. Patética también, nada nuevo.


Me refugié en el baño. Me escondí del resto, desaparecí. Me oculté entre mis recuerdos, entre la mierda que se agarra a mi cráneo por debajo de mi pelo. Toda esa costra del pasado que enturbia mi mente.


Álvaro me ofreció y yo no me negué, nada nuevo. Flemas, sangre, semen, orina. Nada nuevo, como hace un año.


Encima del espejo una pequeña rejilla por la que se cuelan furtivas gotas de una lluvia que ha parado el tiempo.


Julia se tumba, no sé cómo ha entrado aquí. No le importa mi presencia y Álvaro me pide que haga lo que tenga que hacer con ella, pero que lo haga ya, ahora que se deja, ahora que lo quiere más que nada.


Como hace un año. Botellines de coca cola, gritos, y la costura del vestido que tapaba el desconcierto de aquel día vuelve a descoserse,


para coserla mañana,


para tapar lo de hoy, hasta dentro un año


o hasta la próxima lluvia.


Respirar

aspirar, respirar, aspirar,
expirar
transpirar, suspirar, expiar,
espiar, expirar,
amarrar, capturar,
expiar,
aspirar,
respirar,
suspirar,
asfixiar,
aspirar,
acariciar,
acercar,
alejar,
atestiguar
amenizar,
amenazar,
suspirar,
aspirar,
respirar.
aspira
suspira
aspira
suspira
espira
Expía, expía, expía
impía
impía
impía
Expira.

Propongo ser quien ponga el aire...*





*al respirar. Vetusta Morla.

martes, 6 de enero de 2009

Gestación


Nunca pasaba nada y a la vez no había día en que no pasara algo. Como en una telenovela. El sol aparecía poco antes de las ocho con el primer cantar de los pájaros, dejando ver los chuzos de hielo que colgaban de las tejas, paridos durante la noche por el frío. Siempre el frío.

Agua de rocío helada sobre las plantas del jardín, la piscina cubierta por una espesa capa de hielo bajo la cual nadan (o perecen) presas decenas de zapateros y cucharatones.

La hierba del patio del colegio cubierta por una fina película blanca que parece nieve. El sol de las ocho. Los primeros pájaros. El motor del viejo coche de la profesora urbanita que, como cada mañana, se asomará a la ventana del aula, aspirará el frío y dirá: no sabéis la suerte que tenéis.

Y nosotros sintiéndonos encerrados, como los zapateros de mi piscina, bajo una gruesa capa de moral conservadora, mamando los pechos de la hipocresía.

lunes, 5 de enero de 2009

Descosida, que no demente.

Esta noche te voy a romper el cordón umbilical,

ese que une tus sueños a tu vida real.

Esta noche voy a desmitificar

todos tus ideales.

Esta noche voy a desmitificarte.

Esta noche te voy a romper.

Voy a llenarte el pecho

de mi aliento.

Voy a impregnar tu piel

de frío, calor

pecado y pudor

al mismo tiempo.

Esta noche voy a descoserte,

a desnudarte hasta hacerte nada.

Esta noche vas a poder descubrir

que estás llena de pespuntes.

Esta noche aprenderás

a arrancarte la clavícula

para coser los pespuntes,

para coser tu cordón umbilical,

para volver a tu estado original.

Al pecado original.

Esta noche podrás arrancarte

la clavícula

para coser los pespuntes

de tu piel.



- Este poema ha sido publicado en el número 0 de Hebe Magazine.

viernes, 2 de enero de 2009

Segundo aniversario de La niña de las naranjas

Este blog hoy cumple dos añitos.

En agradecimiento a mis seguidores, dejo a vuestra disposición la plaquette que he realizado con ayuda de Daniel Tudelilla.

Podéis considerarlo un regalo de Reyes.

Instrucciones:

1. Descargar.
2. Guardar en un pen/cd.
3. Llevarlo a una copistería/imprenta.
5. Decir: "100 copias de esto, por favor"
4. Doblar.
5. Grapar
5. Cortar por las líneas de corte.

6. Repartir por los bares, las tiendas y las librerías que m´as te gusten.


¡Un fuerte abrazo a todos y a por otros dos años de frikismo moderado!
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