martes, 13 de noviembre de 2007

La Sexóloga Coja

¡Que alegría, que alboroto!

Ah... Maldita sea, este esguince no me permite hacer nada; se me ha acabado la leche y quiero un Cola Cao... Para más INRI tengo la regla y me duele todo... Si es que ya lo dice la ley de Murphy, que cuando todo va mal siempre hay algo que puede ir peor.

Sin embargo, no todo iba a ser desgracia, no señor... y esta Naranjera se ha convertido ¡en consultora sexual! Sí, sí, como lo leéis... Y es que he aceptado la invitación de mi vecino José Luis Merino a formar parte de Mapablog como Sexóloga.

¡Que tiemble Lorena Berdún, que llega Awixumayita!

Bueno chicos, os dejo el link, por si queréis hacerme alguna consulta.

¡Besitos Naranjas!

lunes, 12 de noviembre de 2007

Un minuto de Silencio por la Libertad de Expresión



Estamos viviendo un tiempo de cambios.



Unos días de noticias absurdas,


porque nuestra política es de comedia,


y por ser tan tonta asusta,


aunque estemos tardando en darnos cuenta.



Que si el gobierno de La Rioja financia los Libros Libres (hablando, entre otras cosas, de la cura de la homosexualidad), que si los dos bandos juegan al Cluedo con el 11-M, o los medios de comunicación saturan la imagen de un agresor y su víctima, y otra víctima menor muerta por un conflicto ideológico, o vídeos del YouTube parodiando el “¿quieres callarte?” de nuestro ilustrísimo Rey a Chávez, que si a E.T.A le fallan dos bombas en Getxo...



Blah, blah, blah...



Y yo me quedo en casa, coja por un esguince producto de la caída más tonta - tal vez fui víctima de unas obras en Valladolid, qué quieres que te diga...-, aprovechando las tardes para hacer un trabajo sobre el Discurso de la servidumbre voluntaria de La Boëtie, preguntándome a santo de qué están ocurriendo estas cosas, y por qué nos empeñamos en ser tan sumamente gilipollas.


Si es que ya lo dije: estamos viviendo una regresión a la censura, donde una por ser ecuatoriana ¿merece un trato inferior?, y un antifascista se expone a una puñalada en el corazón.

Que se pongan de un lado cincuenta mil hombres en armas, y el mismo número del otro; que se les lance a la batalla; que se encuentren unos, libres, combatiendo por su libertad, y los otros por quitársela. ¿ a cuáles se les presagiará, por presunción, la victoria? ¿Cuáles, se pensará, que irán ma´s temerariamente al combate: los que esperan como galardón de su sacrificio la conservación de su libertad, o los que no pueden esperar cobrar los golpes que dan o que reciben ma´s que con la servidumbre de los otros?

Discurso de la servidumbre voluntaria o el Contra uno

Etienne de La Boëtie

Publicado en París en 1572.

3 SON MULTITUD. Space Dementia

- Vive así, sigue así, ¡ amargada!

Una está preñada, la otra no sabe que yo la odio. Una es guapa, la otra no, una es pobre, la otra todo lo contrario. Ya me canso de discutir, y de verlas en ese plan Dolce vs Punk Roker.
Así que cruzo el salón y me encierro en una habitación que está llena de hojas, porque el otoño ha entrado hasta aquí, y no me deja ver ni un cacho de baldosín.

Y pienso en el odio y otras cosas, y me río de mí, y de ellas. Y quiero que se larguen, que tres son multitud. Que se vaya la pija y la otra se quede hasta que de a luz. Y que me dejen sola.

No me queda nada, porque si antes era lo peor en lo que mejor se me daba, ahora ni siquiera tengo conocimientos de ello. Porque esta sociedad me ha convertido en una inútil y debo prepararme para la trepanación. Recuérdenme que nací habiendo tenido que ser un aborto.

Que alegría, que alboroto, otro perrito piloto.

Y una que se va, otra que llora en su habitación. La mía está repleta de hojas secas que crujen al contacto con mis zapatos.

¿Cómo será la habitación de la pija? No la conozco, nunca he entrado. Ahora se ha ido, es mi oportunidad; entro con sigilo y no es cama lo que veo, no hay ventana ni colchón, sólo un enorme baño de azul color. Tres bañeras lo componen, tres enormes bañeras. No lo entiendo, ¿por qué hay hojas en mi habitación?

Me desnudo y miro en el espejo, un cuerpo extraño pero perfecto.
Un pecho falico-flacido, solitario y mi ombligo, cavidad que abarca todo mi vientre.

El agua caliente, mis ojos rojos, tengo frío, o quizá sea calor, y las bajas temperaturas a veces queman, y el agua caliente me mata lentamente.

Quisiera comprender qué está ocurriendo, y qué va a ocurrir, en caso de que detecten mi ignorancia. Si ven que no sé nada, o no tanto como pensaban, si no soy buena ni en lo que estudié, si no valgo tampoco para las relaciones sociales.
Y humanas.

Si me pierdo entre la gente, si no logro encontrar un camino (malditos tópicos, me estoy quedando sin ideas), y si nadie me salva de este agujero, si sigo cayendo, si llego tarde... Si me pierdo... por completo, si no logro...
Si ni siquiera logro encontrarme a mí.

Te daré un beso, diré buenas noches y volveré a perderme en este suelo lleno de hojas, aunque físicamente duerma abrazada a ti.


viernes, 9 de noviembre de 2007

Naranja Nominada

Estamos en plena campaña electoral...

Y, en cierto modo, yo también me apunto a ello. Lo que pasa es que aún no soy candidata, pues antes debo ser nominada... Y no hablo de política, no. Hablo de este blog y de los Premios Web Riojanos. ¿Por qué no? Esto es un blog y yo soy de La Rioja, conclusión: Puedo participar y participo.

Así que nada, si me queréis, tanto como yo os quiero a vosotros, tenéis que entrar aquí y nominar a las naranjas. También podéis hacer carteles, pegarlos por vuestras facultades, convencer a vuestros familiares, cosas de esas...

Un beso enorme, naranjeros.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Unintended. Pieces of the life I had before.

En esta casa nunca hace calor, ni siquiera en pleno julio. Siempre me ha puesto de los nervios eso, que mientras fuera hace un sol espléndido, aquí dentro siempre tengo que andar con esta bata azul o la sudadera ultra grande de los años noventa de mi tío. Y el invierno es peor.

Siempre con las manos frías.

Creo que la única persona capaz de aguantar eso era mi abuela, sentada en su mítico sillón, con tantos cojines para evitar (o quizá sólo apaciguar) el dolor de espalda, (o el dolor de haber enviudado hace tantos años, o de ver cómo esa casa se iba vaciando con ella dentro, o el dolor de ver a una nieta recién nacida con problemas de corazón) al calor de un brasero y los programas de televisión.

Se saca de la manga (literalmente) un pañuelo de papel y me lo da, a mí, a su nieta mayor, la que pese a todo sigue siendo una mocosa, y me pregunta para qué sirve mi carrera, que si no la he terminado ya, para continuar después con un estudia mucho y no dejes que nadie te toque el culo.

Oh, ya ha vuelto a desenchufar todo..., pensó en cuanto entró en la oficina y vio el enchufe de la televisión en el suelo. Una oficina, ¿qué es una oficina? No, aquello no era una oficina, aunque lo llamaran así. Era una pequeña habitación, en la planta baja y con ventana a la calle, donde habitaban una televisión con tdt, el aparato de música –plato de discos incluido-, y una colección de vinilos que iba disminuyendo por momentos. Vinilos de sus hijos que ellos mismos se fueron llevando al irse de esa casa.

Milagros no solía estar en la oficina, pero su nieta sí. Su nieta mayor, eso sí, la que le dio quebraderos de cabeza desde antes de nacer. Y es que, por mucha transición que hubiera, y pese a estar sólo a dos años de entrar en los noventa, las tradiciones, el qué dirán, todo sazonado con una pizca de ese halo clerical que se respira en Baños, Milagros no podía entender cómo su hija mayor se había quedado embarazada sin contraer antes matrimonio.

Adriana se acercó al enchufe para volverlo a poner, y se encontró con que la base no estaba ahí, así que siguió el rastro de los cables hasta llegar al patio, donde suspendidos en el aire, sobrevolando el seto que precedía a la “mesa del árbol”, se encontraban todos ellos, sujetos a una plancha de metal.

Una plancha cuadrada de metal, de unos treinta y cinco metros cuadrados de la cual emanaban cantidad de cables, unos iban hacia la derecha y otros a la izquierda, pero de ninguno se veía el final. Cables que se perdían en el infinito.

Eran las seis de la tarde, verano.

Viendo que no podía hacer nada ante tal cataclismo electrónico, Adriana decidió matar el tiempo con un batido frío de chocolate en la cocina del patio. El resto del mundo llamaría a aquello “merendero”, como también denominarían a la oficina “sala de estar”, pero para ella siempre sería la cocina del patio. Una cocina oscura, donde siempre se escondía algún que otro arañón. Una cocina donde solían comer en familia los domingos de verano. Pero ahora estaban ellas dos solas en casa.

A Adriana no le gustan los insectos: le provocan pesadillas. Los insectos en general y las arañas en particular. Las arañas en general y las grandes en particular. Las grandes en general y las peludas en particular. Una vez vio una. Sólo una vez (sin contar parques naturales y exposiciones de bichos muertos), en la fregadera del patio. En esa fregadera enorme (que tantas veces utilizó como piscina no oficial de Barbie Superstar) había visto lagartijas volviéndose locas al resbalar por el blanco muro. Pero las lagartijas no se llaman así en esta casa: aquí se llaman zarcilletas.

- ¡Nena, ven para que veas esto! – Gritó su tío Hilario desde la susodicha.

Adriana, que por se la pequeña no se llamaba así, sino “nena”, se acercó, vio y gritó.

- Desde luego, este hijo mío –nos remitimos a Hilario- ¿no va a dejar ya de enchufar cosas en la oficina?

Adriana sonrío y pensó que lo mejor sería no decirle que eran las seis de la tarde, para evitar que al saber que había estado dormida hasta ahora, se sintiera enferma o débil, si es que había diferencia alguna entre ambos casos.

- Siéntate abuela, te pondré el desayuno.

Milagros se veía bien, como siempre. Con sus ojos azules, su vestido negro de pequeños lunares blancos, el pelo corto y bien teñido: castaño oscuro, o quizá más negro. Sus manos morenas, bonitas y delgadas, las dos alianzas aferradas a su corazón de las que nunca se despojara.

Milagros, que nunca ha sido tonta, sino todo lo contrario, sabía bien qué hora era, así como también era consciente de su dolor, de su enfermedad y de su fecha de caducidad, observaba a su nieta partiendo magdalenas por la mitad con cuchillo de sierra. ¿Qué es esto que me está ocurriendo, que la niña a la que bocadillos de tortilla hasta hace bien poco le he tenido que hacer, es ahora quien me da de comer?

La piscina está empezando a ensuciarse, porque nadie tiene ganas ya de bañarse en ella, y en sus frías y turbias aguas reposa un sapo reventón nadando de espaldas.

También hay en el fondo una enorme lombriz, - casi parece una tenia – que murió de forma humillante al inclinarse para beber. Las arañas aterran a Adriana incluso cuando se encuentran ahogadas en el fondo del estanque, pues con el movimiento del agua sus patas se pliegan y extienden. Ya lo dijo alguien, que el agua es vida, pero las esperanzas cada vez están más desnutridas.

Regresemos adentro, que empieza a refrescar, siéntate en tu sillón, veamos un poco la televisión. Discutamos, vuélveme a reñir o hablemos mal de gente del pueblo, que esto, para qué mentir, me hace sentir bien. Háblame del abuelo, de cómo negaste tener piscina para no declarar aunque aquel hombre te enseñara las fotografías que habían hecho desde el helicóptero. Dime, ¿por qué Boris vino de Venezuela y abrió ese maldito armario?, si sigo defendiendo a los gays me ganaré un ostión.

- Sé que me estoy muriendo.

Apoyada en su sillón, agarrada fuertemente a uno de los apoyabrazos. La sien derecha apoyada en el extremo de madera.

Sus ojos azules se hicieron agua, algo nuevo para la retina de su nieta, que nunca la había visto llorar.

La cámara enfoca un primer plano de sus manos, asidas ahora a ese saliente de madera.

Adriana supuso que si a ella le dijeran que iba a morir, también haría lo mismo: se agarraría fuertemente a ese sillón y gritaría:

- No me llevéis de aquí. No me saquéis de esta casa. – Decía Milagros a un punto de fuga infinito, tal vez incluso al Dios que hierático y sentado en su trono, sujetaba la bola del mundo sobre el armario del salón.

La cámara se fijó entonces en sus ojos azules, derramando lágrimas sin llanto, sólo lágrimas (de las que queman).

- No me llevéis de aquí...

Los mismos que la grabaron la ayudaron a levantarse, y dijeron a Adriana que se la llevaban a Madrid.

- Se la han llevado para que conozco a María Callas. – Dijo Valle a su hija desde el sofá rojo del salón unas horas después. – a Madrid.

Adriana no se preguntó si era un eufemismo para evadir la muerte o si era cierto que estaba con María Callas, sin darse cuenta de que para ver a María Calas era necesario estar muerto. Últimamente se ha olvidado de su agnosticismo y cree fervientemente en el cielo y el infierno.

Valle, junto a sus tres hermanos y sus parejas, se encontraban en esa casa, pero al otro lado del biombo que separa las dos mitades del salón, pues algo les obligó a alejarse del sillón de su madre.

Eso sí, la televisión la han pasado a la otra mitad.

Adriana, mientras los demás se concentraban en la televisión, se empeñó en arreglar el reloj que yacía parado y colgado de la pared del salón, pero en la mitad del sillón. Que angustiosa sensación de impotencia, las pilas no encajan, las pilas no entran.

Televisaron el funeral, que fue en la Ermita de la Virgen de los Parrales. No escatimaron en iluminación, y el cura se parecía a Robert De Niro:

- ¿Se ha pasado un poco con el photoshop Don Jose Felix, ¿no? – Preguntó la hija pequeña.

El pianista, impecable, tocó una melodía preciosa, casi feliz. Todo era tan perfecto, hermoso, de categoría, como ella merecía.

Y Adriana corrió hacia el patio, a la zona de la piscina, se arrojó a la hierba, la mordió y emitió el grito más amargo que en aquel pueblo se escuchó.

Y lloró, lloró, lloró.

Y desperté, y pensé:

Ha sido un sueño. Mi abuela no ha muerto.

Miré a la mesilla y vi el despertador de mi abuela: la noche anterior le había quitado la pila porque su maldito tic tac no me dejaba dormir.

Y lloré, lloré, lloré.

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