Me acuerdo de una noche, en La Curva. Estábamos Pat, Eduardo Fraile y yo, y Pat se lamentaba de los tiempos en los que vivíamos. Recordaba a la bohemia parisina, y también a los artistas de la Residencia de Estudiantes, y Eduardo Fraile le dijo algo así como: "Bueno, pero quién sabe cómo sería en realidad. Igual, dentro de unos años, también se habla de La Curva como lugar de encuentro entre escritores. Aquí solían quedar Patricia Maestro, Adriana Bañares y Eduardo Fraile".
Yo entré mal a La Curva. La verdad es que suelo entrar mal a todos los sitios. Entré mal a COLMO, entré mal a La Curva. En fin, podría hacer un post solo para contar mis tropiezos, pero no va de esto el tema. Lo que sí diré es que en La Curva aprendí más que en la Universidad de Valladolid. Aprendí más de poesía, aprendí más de Valladolid. Y es que Valladolid era una ciudad gris. Una ciudad de fachas. Pero pronto descubrí que había algo que se nos escapaba a los de fuera, y que estaba ahí, por debajo pero muy presente. Una pasión especial por la poesía en un círculo de la universidad, dentro del departamento de literatura y con Javier García Rodríguez al frente, pero que reunía a gente de todas las ramas. Y, fuera de la universidad, el colectivo Laika, el Café Teatro... y La Curva, claro, que es lo que me ha traído hoy al blog, y es a donde me llevó COLMO. Las cañas de después. Las exposiciones de los Arañados Signos en Versátil.es.
Me imagino que estoy hablando en un idioma desconocido para muchos. Para otros, los que me conocen o los que habéis seguido este blog desde hace años, seguramente todos estos nombres os resulten familiares.
El caso es que La Curva cierra, y es algo muy triste. Es algo muy triste para Valladolid, porque con ello cierra un reducto bohemio que sobrevivía a esa niebla que velaba la ciudad. En La Curva han pasado muchos de los mejores poetas actuales. Ay, de verdad que no sé cómo escribir esta entrada.
Tengo un batiburrillo de momentos en La Curva, que no sé por dónde empezar.
Me vienen a la cabeza los fanzines. El elefante rosa, claro. Y también, por supuestísimo, La Fanzine.Y la de horas que hemos pasado allí Pat y yo, aunque helase y no tuviéramos más de dos euros en la cartera.
Ay, de verdad, ¿sabéis qué me pasa? pues que quería escribir una entrada de puta madre sobre La Curva y no me veo capaz. No sé por dónde empezar ni en qué centrarme. Así que voy a pasar de pensármelo mucho.
Punto 1. Me entristece que se cierre La Curva. Me entristece a nivel personal porque he pasado muy buenos momentos allí. Las cañas de después de COLMO, y las cañas entre semana con Pat. Muchas lecturas de poesía. Mucha poesía descubierta ahí. Leer textos de La niña que arrastraba un globo roto en la hora del recreo con Juan Bonilla entre el público, por ejemplo. Qué vergüenza. Y luego hubo mucho más, claro. Mucho más después de haber vivido en Valladolid, mucho más después de COLMO y después de La Fanzine. Vinieron los Susurros a pleno pulmón. Jams de poesía a cargo de poetas locales y poetas invitados, de fuera, como Ana Pérez Cañamares, Javier Gato o Vicente Muñoz Álvarez, entro muchísimos otros.
¿Por qué en ese bar? ¿Qué tenía de especial La Curva?
Podríamos, ¿no?, podríamos habernos ido a encontrar en otro sitio. En otro bar. ¿Pero qué magia tenía La Curva?
Un bar no alejado del centro, pero aislado. En la calle José María Lacort, una calle que igual en otro tiempo sí hubo más bares, más ambiente, pero no ahora, no en los últimos años. La primera vez que fui a La Curva —adelanté antes que entré mal— mis amigas con las que fui y yo pensábamos que nos íbamos a encontrar con un tugurio. No conocíamos la calle, y cuando la encontramos nos encontramos con que no había nada, y un descampado en frente del local. Pero el bar estaba a tope. No cabía un alma. Había un recital de poesía: se presentaba la primera plaquette de Los poemas de la chica de la curva, una modesta publicación coordinada por los miembros del colectivo COLMO y que reunía poemas de muchos de nosotros. Era una de mis primerísimas publicaciones en papel, era 2008, estaba ilusionadisima, pero no me atrevía a recitar, y menos aún ante tantísima gente.
¿De qué hablo? En serio, de qué hablo. Que aquella noche no recité. Tampoco conocía a la gente, la verdad. Después leí con Pat, a finales de 2009. Era noviembre, qué frío. Y también tocaron Sharon Bates, que por aquel entonces creo que aún se llamaban Mala Racha, que era un poco por lo que estaba pasando yo, aunque me estaba recuperando, y yo sabía que mucho se lo debía a la poesía.
También me acuerdo de Nantes, que solía sonar en La Curva, y también el disco de los Rumble Strips que tanto me rayé a escuchar en el 2009. Y de las gominolas enlatadas que pillábamos de la máquina pasadas unas cañas durante las cañas de después de las reuniones de COLMO. Había más poesía en ese bar que en cualquier libro. O qué decir de la gente que no podía ir a los actos del festival Versátil.es pero aparecía por la noche en el bar. Yo misma, confieso, en el Versátil.es de 2010, que andaba en un trabajo muy poético también. Daba clases de no sé muy bien a una niña que, en palabras de su madre, era muy inteligente pero no tenía imaginación. Así que le ayudaba con los trabajos de plástica y trataba de potenciar su creatividad. Ahí es nada. Pero todos sabíamos que el festival no terminaba en la universidad de Valladolid sino en La Curva a puerta cerrada hasta las mil. Y luego a dormir poco o nada porque al día siguiente por la mañana teníamos que presentar a algún poeta del festival y/o porque no nos queríamos perder nada. A recordar, grandes resacas: como en el taller de creación literaria que ofreció Juan Bonilla.
Los batidos naturales, también. Y todas las cervezas. Y el vodka con rodajas enteras de limón.
¿Sabes que cierra La Curva? le pregunto a Pat, y ella me responde: Sí, a mí me dio mucha pena. Como que se cierra una puerta que no se vuelve a abrir.
Que si me he enterado de la mala noticia, me pregunta Jorge M Molinero. Qué catástrofe, me dice Jaime.
Ay, ay, ay. Ay, de verdad, que no sé qué escribir sobre La Curva. Que escribir sobre La Curva tendría que ser reescribir Valladolid, lo que viví en Valladolid, todo lo que aprendí en Valladolid. Madre del amor hermoso. Qué. Quién me iba a mi a decir en el verano del 2006, cuando llegaba a casa, en Vitoria, de trabajar como dependienta en Cortefiel, y me ponía a escribir en el portáil. Qué relatos de mierda escribía, pero al menos escribía. Quién me iba a decir a mí que Valladolid iba a significar de esta manera. Que no me estaba llevando la Filosofía, que yo iba chocar de esta manera, que me iba a arrastrar la poesía. Que iba a pertenecer, que me iba a encontrar con la vida que yo quería tener y que veía tan lejana. Que sí existía la bohemia y estaba aquí, en una calle poco transitada del centro de Valladolid. Que iba a conocer a tantos poetas, escritores y artistas, y que llegábamos allí con libros de poesía en el bolso (una bolsa de Margen o del Árbol de las letras), y Sara decía que Chantal Maillard era increíble. Y nos poníamos el abrigo para salir al baño, y nos confesábamos un poquito en el patio, sentadas en unas sillas de plástico, fumando un cigarrillo, cuando aún se podía fumar.
La luz de La Curva, y las exposiciones.
El otro día pensaba que yo siempre he llegado tarde a todo. Cuando estudiaba en la Escuela de Artes de Logroño (ahora la ESDIR) y me parecía la hostia, había alguien un par de años mayor que yo, que me decía que la Escuela ya no era lo que era, que yo no había vivido los buenos años. Tampoco he vivido los buenos años de Logroño, en general, imagino. Y me he perdido muchos años de los 29 que ha estado abierta La Curva. Siempre he llegado muy tarde, y además siempre me he rodeado de gente mayor que yo, así que siempre he sido la que no estuvo ahí, o he sido nueva en la clase, en el colegio, en el instituto, y siempre he sido, claro, la que no estaba cuando esto era así. Pero esto no me lo va a quitar nadie. Eso es lo que estaba pensando. Que se cierra una puerta que no se va a abrir,como dice Pat. Que se cierra una etapa muy importante en nuestras vidas, y en la vida cultural (¿nos permitimos decir underground?) de Valladolid, con el cierre de este bar. Pero estuvimos ahí. Yo viví La Curva. Y habrá otras curvas, habrá otros colectivos literarios, habrá otros fanzines, otros cobijos de la niebla de Valladolid, pero no serán como La Curva, no serán La Curva. Quedarán, eso sí, muchos artistas, muchos escritores, que podrán pintar, que podrán escribir, qué podrán recordar La Curva y todo lo que vivieron en el número treinta de la calle José María Lacort.
Me imagino que estoy hablando en un idioma desconocido para muchos. Para otros, los que me conocen o los que habéis seguido este blog desde hace años, seguramente todos estos nombres os resulten familiares.
El caso es que La Curva cierra, y es algo muy triste. Es algo muy triste para Valladolid, porque con ello cierra un reducto bohemio que sobrevivía a esa niebla que velaba la ciudad. En La Curva han pasado muchos de los mejores poetas actuales. Ay, de verdad que no sé cómo escribir esta entrada.
Tengo un batiburrillo de momentos en La Curva, que no sé por dónde empezar.
Me vienen a la cabeza los fanzines. El elefante rosa, claro. Y también, por supuestísimo, La Fanzine.Y la de horas que hemos pasado allí Pat y yo, aunque helase y no tuviéramos más de dos euros en la cartera.
Ay, de verdad, ¿sabéis qué me pasa? pues que quería escribir una entrada de puta madre sobre La Curva y no me veo capaz. No sé por dónde empezar ni en qué centrarme. Así que voy a pasar de pensármelo mucho.
Punto 1. Me entristece que se cierre La Curva. Me entristece a nivel personal porque he pasado muy buenos momentos allí. Las cañas de después de COLMO, y las cañas entre semana con Pat. Muchas lecturas de poesía. Mucha poesía descubierta ahí. Leer textos de La niña que arrastraba un globo roto en la hora del recreo con Juan Bonilla entre el público, por ejemplo. Qué vergüenza. Y luego hubo mucho más, claro. Mucho más después de haber vivido en Valladolid, mucho más después de COLMO y después de La Fanzine. Vinieron los Susurros a pleno pulmón. Jams de poesía a cargo de poetas locales y poetas invitados, de fuera, como Ana Pérez Cañamares, Javier Gato o Vicente Muñoz Álvarez, entro muchísimos otros.
¿Por qué en ese bar? ¿Qué tenía de especial La Curva?
Podríamos, ¿no?, podríamos habernos ido a encontrar en otro sitio. En otro bar. ¿Pero qué magia tenía La Curva?
Un bar no alejado del centro, pero aislado. En la calle José María Lacort, una calle que igual en otro tiempo sí hubo más bares, más ambiente, pero no ahora, no en los últimos años. La primera vez que fui a La Curva —adelanté antes que entré mal— mis amigas con las que fui y yo pensábamos que nos íbamos a encontrar con un tugurio. No conocíamos la calle, y cuando la encontramos nos encontramos con que no había nada, y un descampado en frente del local. Pero el bar estaba a tope. No cabía un alma. Había un recital de poesía: se presentaba la primera plaquette de Los poemas de la chica de la curva, una modesta publicación coordinada por los miembros del colectivo COLMO y que reunía poemas de muchos de nosotros. Era una de mis primerísimas publicaciones en papel, era 2008, estaba ilusionadisima, pero no me atrevía a recitar, y menos aún ante tantísima gente.
¿De qué hablo? En serio, de qué hablo. Que aquella noche no recité. Tampoco conocía a la gente, la verdad. Después leí con Pat, a finales de 2009. Era noviembre, qué frío. Y también tocaron Sharon Bates, que por aquel entonces creo que aún se llamaban Mala Racha, que era un poco por lo que estaba pasando yo, aunque me estaba recuperando, y yo sabía que mucho se lo debía a la poesía.
También me acuerdo de Nantes, que solía sonar en La Curva, y también el disco de los Rumble Strips que tanto me rayé a escuchar en el 2009. Y de las gominolas enlatadas que pillábamos de la máquina pasadas unas cañas durante las cañas de después de las reuniones de COLMO. Había más poesía en ese bar que en cualquier libro. O qué decir de la gente que no podía ir a los actos del festival Versátil.es pero aparecía por la noche en el bar. Yo misma, confieso, en el Versátil.es de 2010, que andaba en un trabajo muy poético también. Daba clases de no sé muy bien a una niña que, en palabras de su madre, era muy inteligente pero no tenía imaginación. Así que le ayudaba con los trabajos de plástica y trataba de potenciar su creatividad. Ahí es nada. Pero todos sabíamos que el festival no terminaba en la universidad de Valladolid sino en La Curva a puerta cerrada hasta las mil. Y luego a dormir poco o nada porque al día siguiente por la mañana teníamos que presentar a algún poeta del festival y/o porque no nos queríamos perder nada. A recordar, grandes resacas: como en el taller de creación literaria que ofreció Juan Bonilla.
Los batidos naturales, también. Y todas las cervezas. Y el vodka con rodajas enteras de limón.
¿Sabes que cierra La Curva? le pregunto a Pat, y ella me responde: Sí, a mí me dio mucha pena. Como que se cierra una puerta que no se vuelve a abrir.
Que si me he enterado de la mala noticia, me pregunta Jorge M Molinero. Qué catástrofe, me dice Jaime.
Ay, ay, ay. Ay, de verdad, que no sé qué escribir sobre La Curva. Que escribir sobre La Curva tendría que ser reescribir Valladolid, lo que viví en Valladolid, todo lo que aprendí en Valladolid. Madre del amor hermoso. Qué. Quién me iba a mi a decir en el verano del 2006, cuando llegaba a casa, en Vitoria, de trabajar como dependienta en Cortefiel, y me ponía a escribir en el portáil. Qué relatos de mierda escribía, pero al menos escribía. Quién me iba a decir a mí que Valladolid iba a significar de esta manera. Que no me estaba llevando la Filosofía, que yo iba chocar de esta manera, que me iba a arrastrar la poesía. Que iba a pertenecer, que me iba a encontrar con la vida que yo quería tener y que veía tan lejana. Que sí existía la bohemia y estaba aquí, en una calle poco transitada del centro de Valladolid. Que iba a conocer a tantos poetas, escritores y artistas, y que llegábamos allí con libros de poesía en el bolso (una bolsa de Margen o del Árbol de las letras), y Sara decía que Chantal Maillard era increíble. Y nos poníamos el abrigo para salir al baño, y nos confesábamos un poquito en el patio, sentadas en unas sillas de plástico, fumando un cigarrillo, cuando aún se podía fumar.
La luz de La Curva, y las exposiciones.
El otro día pensaba que yo siempre he llegado tarde a todo. Cuando estudiaba en la Escuela de Artes de Logroño (ahora la ESDIR) y me parecía la hostia, había alguien un par de años mayor que yo, que me decía que la Escuela ya no era lo que era, que yo no había vivido los buenos años. Tampoco he vivido los buenos años de Logroño, en general, imagino. Y me he perdido muchos años de los 29 que ha estado abierta La Curva. Siempre he llegado muy tarde, y además siempre me he rodeado de gente mayor que yo, así que siempre he sido la que no estuvo ahí, o he sido nueva en la clase, en el colegio, en el instituto, y siempre he sido, claro, la que no estaba cuando esto era así. Pero esto no me lo va a quitar nadie. Eso es lo que estaba pensando. Que se cierra una puerta que no se va a abrir,como dice Pat. Que se cierra una etapa muy importante en nuestras vidas, y en la vida cultural (¿nos permitimos decir underground?) de Valladolid, con el cierre de este bar. Pero estuvimos ahí. Yo viví La Curva. Y habrá otras curvas, habrá otros colectivos literarios, habrá otros fanzines, otros cobijos de la niebla de Valladolid, pero no serán como La Curva, no serán La Curva. Quedarán, eso sí, muchos artistas, muchos escritores, que podrán pintar, que podrán escribir, qué podrán recordar La Curva y todo lo que vivieron en el número treinta de la calle José María Lacort.
Gracias, Ángel.
Echaremos mucho de menos ese bar. :(
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