A través de los cristales / del cristal
de cada tren que me llevó a Frankfurt,
del bus que me llevó al aeropuerto de
Hahn -
ese aeropuerto tan pequeño y recóndito
que huele a muerte,
nada que ver con el aeropuerto de
Frankfurt,
esa arquitectura de luces y enormidad
que remite a otra muerte
como casi toda la arquitectura marciana
de Frankfurt que tanto me impresiona cuando me encuentra allí el
amancer.
Yo vi, durante ese camino matutino, que
las nubes estaban muy
bajas,
esponjosas,
nubes como cerebros, algodón de
azúcar. El blanco neutro,
todo,
al parecer,
tan tangible.
Sabía que el despegue de mi avión me
iba a impresionar
porque las atravesaríamos todas.
Me aterra volar. Y mira que se ha
convertido en algo casi cotidiano para mí desde septiembre, pero no
lo puedo evitar. Afortunadamente, no me dejo dominar por el pánico
y trato de llegar siempre pronto para
agenciarme ventanilla. Si he de morir, que sea viendo el pasiaje
y no desconocidos que gritan.
Y seguramente será por esta tradición
cristiana en la que me he criado,
pero el despegue siempre me remite a la
muerte. No concibo la muerte de otro modo que no sea el ascenso.
Por eso me emociono al despegar, y más
me emocioné al atravesar las nubes y verlo todo tan claro
dentro de ellas
la blancura cegadora
[acogedora]
como si me estuvieran limpiando /
expurgando todos mis pecados,
todos mis miedos y preocupaciones.
Y dentro de la nube recordé la úlima
vez que había estado en España.
Cuando estuve en Marzo en España fui
con mi padre a visitar a mi abuelo, que vive en un pueblo chiquitico
de La Rioja: San Torcuato.
En San Torcuato hay un aeródromo al
que nunca antes había ido.
Mi abuelo tiene un perro que se llama
de muchas maneras y que tiene una forma de ser un tanto felina. Sale
cuando quiere y vuelve cuando le da la gana. Esta vez el perro no
estaba. Mi abuelo me dijo que seguramente estaba en Bañares. Que
últimamente se iba mucho allí porque debía de haber una señora
que le daba comida. Mi abuelo sospechaba que el perro le fuera a
abandonar por esta mujer. Sentí mucha tristeza al respecto.
Mi padre propuso que nos fuéramos
hasta el aeródromo, que está en lo que todos llaman el monte,
aunque San Torcuato tiene la línea del horizonte más clara que he
visto en la vida. Mi abuelo dijo que solía ir mucho allí de paseo,
con el perro, y que el perro jugaba con los raposos. [zorrillos].
Fuimos en coche. Mi padre le dio al
play y se disparó mi cd de Lana del Rey por la canción Carmen. Me
pareció significativo porque mi abuela se llamaba así. Mi abuela
murió en 2001. Llegué a casa después de clase, mi madre abrió la
puerta y dijo que mi padre había llamado, que había pasado algo. Yo
ya sabía que había muerto. Es curioso. Cuando mi abuela materna
murió fue mi padre, por teléfono, quien me avisó. Siempre parece
que la muerte está tan lejana. No, que la vejez es tan lejana.
En fin, que fuimos a ver el aeródromo.
Yo nunca había estado. Cuando voy a San Torcuato me limito a estar
en casa de mi abuelo. Recuerdo que de pequeña iba mucho. No al
aeródromo, porque no existía, pero sí al “monte”. Me cogía la
bici y daba vueltas por allí lejos. Bicis BH del año que
reinó Carolo, en herencia de mi padre o mis tías, y con licencia
creative commons a compartir entre las primas. Pero después me hice
un tanto beatnick, ya sabes. Ciudad. Consumismo. Fobia a los
insectos. Esas cosas. Entonces, de pronto
me veo
en el monte que no es monte. Mi abuelo,
mi padre y yo. Gallinas campando a sus anchas por los alrededores.
Esos zorrillos que sabemos que están pero no se manifiestan, y una
pista para aeroplanos. Turistas que se gastan 45 euros para ver La
Rioja desde el cielo.
Y mi abuelo,
que ha dejado en el aire en una
conversación durante la comida el tema de la herencia,
que ha hablado de su edad
y el abandono.
Mi abuelo, en la valla de la pista
diciendo
“vamos a verlos despegar”.
Yo suelo venir mucho
aquí, a verlos despegar.
Y entonces me quedó ahí, a su lado, y
vemos cómo una de esas avionetas (o lo que sean, esos objetos
voladores), desaparece en el
horizonte.
me ha encantado esa forma de hilar poesía con tu mundo más interior, tus miedos y fobias, con regresiones a la niñez que sigue en el monte, en el presente, pero siempre en el aire hay poesía.
ResponderEliminarmuy bueno, Adriana
Qué bonito, Adriana
ResponderEliminarHermosa tu poesia, quede encantado. A mi me encanta ir a los aeropuertos a ver despegar los aviones los fines de semana porque hay mas silencio en la ciudad y podes prestarle atención a los aviones. Saludos
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