lunes, 27 de octubre de 2008

Subalterna

Pubertad.

No soy yo lo que hay reflejado en el espejo. Esa no soy yo.
El mundo se ha despertado diferente esta mañana y alguno de la radio dice que mi reloj miente. Ahora parece que no me he levantado tan tarde.
Pero esta no parece mi casa, ni el reloj mi reloj, ni siquiera mi muñeca porque este cuerpo lo siento ajeno a mí.
Me siento como la copia de alguien, y no me importa de quién.
Me costó aprender que por haber sido tan hipócrita me he convertido en un ser deshumanizado, falso. Ahora soy un ente errante sin registro y sin sombra. Tengo tan poca personalidad que por no ser no puedo ser ni un espíritu. Porque carezco tanto de alma como de mente. Escribo lo que escribo porque entre mis dedos aún quedan resquicios de lo que un día fui.
Alguien llama por teléfono pero de mi boca sólo salen dos palabras que intuyo son un nombre y un apellido. Una voz. Una voz que no es la mía, o la de ella.
La boca seca, pastos¬a. Los ojos cerrados, oprimidos. Y un dolor agudo en el oído izquierdo. Jaqueca, también jaqueca. Un intenso dolor de cabeza.
Y el temor a no estar solo, o a estar solo. Un sentimiento de extrañeza y picor entre las piernas.
Cuelgo el teléfono. No hay fotos en esta casa, solamente vacío. Vacío. Eco. Mi única compañía es el regreso de una voz que aborrezco aunque ahora sea mía. No tengo fuerza en las manos, sólo un rastro de sangre entre las piernas.



Madurez.

He visto una copia de mí en el cine. Tenía el pelo más vivo que el mío y una sonrisa fija bajo un par de ojos verdes. He visto una copia de mí, con el pelo recogido en una pinza de plata y un vestido demasiado corto. He visto una copia de mí con alguien que conozco.
Por alguna razón creo que ha venido a matarme, así que me cambio continuamente de butaca para despistarla.
He visto una copia de mí mejorada. Más joven, más guapa. Diplomática. Esa clase de gente que cae bien a todo el mundo menos a mí. Dos butacas más a la derecha una muchacha quiere humillar a su pareja. Le toca, le excita, le rechaza. Va sin bragas, falda tres cuartos, maquillaje claro; puta decente, discreta. Reservada. Manipuladora, acomplejada de su ignorancia. Su vida estancada: hace tres años el tiempo se paró para ella y ya ni si quiera envejece, sólo engorda. Y se acompleja un poco más.
Esa copia soy yo hace más de tres años.
Encerré mi adolescencia en hojas de papel. Encerré mis recuerdos, o, mejor dicho, los traspasé. Ya no me queda nada en la cabeza, sólo en mis manos. Todo quedó en papel. Tan frágil. Cualquier día todo puede arder.
Todo.
Desaparecerán las cosas que me avergüenzan, las acciones, mis actos de quinceañera.
Esa parte de mí que hoy parece haber renacido.
Ahora que la veo siento que todo se ha hecho añicos, como las puntas de mi pelo. Se resquebrajan las palabras que hoy se han vuelto hielo.
Todo ha muerto.

4 comentarios:

  1. Quizás no todo haya muerto. Es posible que aun quede algún tipo de esperanza, que se niega a perder esa sensibilidad que antaño nos caracterizó.

    ¿Pubertad o madurez? pregunta existencial, ¿con cual quedarse? ¿en cual sentirse cómodo?

    Quizás en ninguna de las dos. Seguramente, de poder volver atrás, cambiariamos ciertas cosas del pasado. Para sentirnos más vivos, para poder reconocernos al mirarnos al espejo cada mañana.

    Nada se pierde, todo se transforma.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Quizá al final de ese "todo ha muerto", empecemos a resucitarnos para mejor.

    Saludos...

    ResponderEliminar
  3. El pasado sólo sirve para aprender de él. Avergonzarse es pensar que aún somos aquel que una vez fuimos; pero aunque vengamos de él ya no lo somos. Nos hemos convertido en otra persona, y los errores de aquella ya no son los nuestros.

    ResponderEliminar
  4. Y luego que viene? El estado estacionario?

    ResponderEliminar

Entradas y Comentarios