Valladolid es una ciudad desoladora. Supongo que, llegado un momento, todas las ciudades lo son. El primer año que viví en Logroño me llamaba la atención que no se viera a nadie en la calle a partir de las diez de la noche. Con el tiempo se aprende a mirar y se descubren personas con maletas de madrugada, yendo o viniendo de la estación de autobuses.
El domingo fui a casa de Pat, porque ya no vivimos juntas, aunque sí cerca, y vimos “Los Mundos de Coraline” porque “¡no me puedo creer que no la hayas visto!”. Algo así me dijo el año pasado antes de ver “Corre Lola, Corre”. Pensé en la desolación después, de vuelta a casa. La desolación iba más allá. Se habían terminado las fiestas. Unas fiestas de las que, como todos los años, no he sido muy consciente. La razón que me lleva a estar en Valladolid en septiembre no es otra que los exámenes. Septiembre es tierra de nadie, una ciudad pasada la semana de fiestas. Una nueva habitación o un nuevo piso. Y, como siempre, las decisiones a última hora. Salimos cualquier día. Periodo de entreguerras entre examen y examen y por la calle alguien grita que son días de fiesta. Un pincho, una caña, en cualquier caseta. Pero los temas de conversación no tienen que ver con ningún tipo de celebración. Incomodidad. Hablar de trabajo, estudios, becas, proyectos. Stop.
Volver a casa y el silencio. En las calles y en mi piso. Los propósitos para el nuevo curso. ¿Adelgazar? No fumar, no beber, ser constante, ir a clase to-dos-los-dí-as. Acudir a las tutorías, a ese tú a tú forzado del explíquemelo otra vez. Tócala otra vez, Sam. A ese no sé cómo decirte ya que estoy hasta la polla de Descartes, Kant y su puta madre. Pero sobre todo harta de Popper, Kuhn, Frege, Russell y aún más de todos los medievales. A ese quiero terminar de una puta vez pero se me hace interminable. Así que barajamos las opciones. Todo esto sin haber mirado una sola nota. Manías. Alargar la agonía de la incertidumbre hasta el día en que se abra el plazo de matrícula. Para no tener ya nada que hacer. Para no tener que suplicar un medio o un punto entero más, ni tener que admitir que fue un error elegir esta carrera. Tener que admitirlo otra vez. Tener que decir que pese a lo poco o nada que me puede interesar la lógica, y lo muchísimo menos que me puede llegar a gustar tener que volver a cursar, otra vez, las mismas clases de filosofía medieval y moderna, con sus mismos profesores, sus mismas caras, sus mismos gestos, y los mismos pero con otras caras alumnos que levantan la mano y preguntan y responden y replican tontamente y citan a multitud de autores, y aburren hasta hartar, una y otra vez, una y otra vez, las mismas historias, desde bachillerato y hasta el infinito, siempre lo mismo, lo mismo, lo mismo, San Agustín, Santo Tomás, Abelardo, Escoto, blah, blah blah. Siempre lo mismo pero peor, con menos ganas, con la motivación de primero deprimida y por los suelos. Harta de estudiar Filosofía y sin mirar siquiera las notas de este septiembre intento decidir, con el miedo aún en el cuerpo —lo mucho que me aterran las muñecas de trapo— en la desolación de una ciudad a la que se le ha acabado el tiempo de recreo, en qué matricularme este año. ¿Me matriculo en quinto o me dedico a limpiar el primer ciclo?
Oigo latir en el bolso “El Sofá de los Valientes”, de Bolo, y me acuerdo del pasado 10 de septiembre en el sur del sur de Madrid, como me dijo Nacho. De cualquier manera, pensar en Valladolid como un espacio vacío me remonta a Madrid, y por un momento creo que sé qué quiero pero no puedo moverme de aquí. Es lo que hay. Valladolid es esa estación de mis últimos sueños. Esa estación a la que nunca llego a tiempo o donde no me quieren vender billete a ningún sitio. Todas las noches entro a un vagón de tren que se cierra antes de tiempo. Nadie de los que están a bordo sabe cuál es el destino. Todas las mañanas despierto con miedo. El miedo a no poder salir. El miedo a tener que volver cada vez de nuevo a casa. El miedo a volver a repetir los mismos patrones. Una y otra, y otra, y otra vez. A la oscuridad, al eventual “se ha detectado una amenaza” del antivirus de turno. El antivirus, el retroviral, la droguita de turno que nos da seguridad ante el peligro. Qué divertido. A sentarme, otra vez, ante los mismos apuntes de junio, pero con muchísimas menos ganas, para el último examen de la temporada. ¿Me matriculo en quinto o me dedico a limpiar el primer ciclo? Limpiar el primer ciclo. Qué bien suena, qué apropiado. Limpiar. Dejarlo todo limpio antes de marchar. A otra carrera, a otra ciudad, a otro país. Pero no volver ni quedarse esperando.
Este año tiene que ser el último. Anótalo como propósito —como único propósito— de nuevo curso.
Este va–a–ser–el–último.
P.D.: El jueves tengo una entrevista de trabajo.
Da gusto leerte.
ResponderEliminarMucha suerte con los examenes y las decisiones a tomar.
besazo
pd. estoy intentando escribir algo para la Fanzine.
Sabes que en el fondo cualquier opcion que elijas ser'a la mejor. que significa tener esta o la otra carrera? trabajar de esto o de lo otro? Sigo manteniendo que lo importante es intentar ser feliz... y si la felicidad no viene habra que ir a por ella aunque corra y se escape.
ResponderEliminarPor eso ahora que he leido esto yo te diria que apruebes las ke te kedan de esta puta mierda y que termines haciendo lo ke te gusta... y eso de limpiar keda feo, porque no hemos manchado nada. No hemos perdido el tiempo, el tiempo no se pierde, se vive.
y eso es lo que hay que hacer, vivir. como se pueda, mejor o peor, con mas pasta o menos... pero siendo lo vital de tu vida eso mismo, tu vida. k pedante sueno... xo te lo digo de corazon. asi ya pedante y cursi.jajjajaja k te kiero!
Como consejo de una que no limpió:
ResponderEliminarmejor líbrate del primer ciclo partener más puertas abiertas.
Suerte y mucho ánimo en esa cidad que en otoño recupera su color granate.
Saludico
se te queda pequeña. tranquila, sabrás salir de aquí
ResponderEliminarPues si, trátalo como un karma eso de ser el último...
ResponderEliminarBesicos
Estoy con Pat, no habeis manchado nada. Por otra parte, que bien escribes cabrona.
ResponderEliminaren el sur del sur de madrid también nos acordamos de ti, ya sabes que aquí tienes tu casa...
ResponderEliminarYo tengo una pesadilla recurrente: huyo de un sitio, me alejo miles de kilómetros, todo es nuevo y voy tan rápido que no podría recordar el camino de vuelta ni aunque quisiera hacerlo. Cuando dejo de moverme, cuando mis pies se detienen, miro a mi alrededor y entonces comprendo que no me he movido.
ResponderEliminarNo dejes de moverte, Niña de las naranjas. Nunca dejes de moverte.
Te deseo mucha suerte en esa entrevista de trabajo.
ResponderEliminarCon lo del bolsillo más o menos resuelto te ríes mucho mejor de todo lo demás.
Confío mucho en tu risa escrita.
JL
Te he leído como si leyera tu diario. Conozco esos sentimientos hacia valladolid, el deseo de escapar, el miedo, la incertidumbre y
ResponderEliminarel miedo (ya he dicho miedo?).
Un beso. Tengo ganas de verte.
Efectivamente, sí. El ritmo de tu lectura y de la música esa cojonuda que no conozco, es perfecto y sí, tienes razón en todo, es imposible no dártela. Y ahora, tú verás.
ResponderEliminarA mi me pasó algo muy parecido en mis últimos tiempos como estudiante de Filosofía. Creeme que no mucho mástarde los echarás de menos a todos. Menos a los medievales.
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