martes, 7 de febrero de 2012

El Funeral. Pepe Pereza

Falta muy poco para que salga a la venta el nuevo libro de Pepe Pereza Relatos del Humo (y Hachís),  "un libro de soledades", como el mismo Pepe ha dicho en su blog"Soledades, que las menos de las veces gozamos y la mayoría sufrimos"

Se trata de una recopilación de relatos breves unidos por la soledad, sí, pero también por el humo (que también podría significar la nada) del tabaco (y del hachís), y del aura espirituosa de otros agentes como como el lsd, ladolescencia y la literatura beat.


La editorial encargada de sacar este proyecto en papel, es Origami. Y recalco "en papel" porque los dos anteriores libros de Pepe Pereza salieron sólo en formato digital, con la editorial Groenlandia. Recordemos: Putas y Momentos Extraños






Como aperitivo hasta que salga el libro, me permito compartir con vosotros uno de los relatos que componen Relatos del Humo (y Hachís).






Enjoy.


























El Funeral
Publicado originalmente el 3 de Junio de 2010 en el blog Asperezas




El autobús llegó al pueblo a primera hora de la mañana. Llovía a cántaros y las calles estaban medio inundadas. Él estaba tan abatido que apenas tuvo fuerzas para arrastrarse hasta la parada de taxis que había junto a la estación. Indicó su destino al taxista y se recostó en el asiento. Al poco llegaron a la funeraria.
Allí no conocía a nadie y nadie le conocía a él. Preguntó por los padres de la fallecida. Le señalaron a una señora regordeta que lloraba al final de la sala. Fue a presentarse. Después de unas pocas palabras, la señora y él se abrazaron. Se sintió incómodo entre los brazos de la que hubiera sido su suegra. Tuvo la sensación de hundirse en las fláccidas carnes de aquella extraña que le abrazaba con un ímpetu exagerado. Por fin, le soltó y pudo respirar.


- Ven que te presente a mi marido.


Se dirigieron a un rincón donde un hombre fumaba ausente.


- Mira a quién traigo. El novio de nuestra pequeña…


Sus ojos se llenaron de lágrimas y no pudo continuar con la frase. Los tres lloraron durante unos segundos sin decirse nada. No había nada que decir, el dolor estaba presente en sus caras y se manifestaba sin necesidad de palabras. Algunos asistentes pasaron a su lado y dieron el pésame. Él no terminaba de asumir que el amor de su vida se hubiese matado en un estúpido accidente de tráfico. Todo había ocurrido mientras disfrutaba de unas pequeñas vacaciones, allí, en su pueblo natal. Todavía la veía haciendo las maletas, ilusionada con la idea de volver a ver a sus padres. Aún sentía ése último beso de despedida en su boca. Fue a sentarse. Todo era tan raro, tan irreal, rodeado de todos aquellos desconocidos. De vez en cuando, alguien que se había informado sobre su identidad se le arrimaba y le decía con voz compungida: "Mi más sentido pésame" a lo cual no sabía qué responder.
A media mañana se le acercó un joven de su misma edad.


- ¿Fumas porros?
- ¿Qué?
- ¿Te apetece uno?
- ¿Tú quién eres?
- Tranquilo soy de la familia.
- (Ofreciéndole la mano) Encantado.
- (Dándole la suya) ¿Te apetece o no?
- Me apetece.
- Pues sígueme.


A los pocos minutos estaban saliendo del pueblo dentro del coche del familiar. Seguía lloviendo a mares.


- ¿A dónde vamos?
- A cualquier sitio tranquilo que no sea un barrizal.


Las cunetas de ambos lados de la carretera estaban anegadas y los limpia-parabrisas no daban abasto con el aguacero. Al cabo de unos pocos kilómetros encontraron un pequeño promontorio y aparcaron. Desde allí se podía ver toda la dehesa con los prados verdes y las encinas rodeadas de grandes charcas y regatos... Se fumaron el porro casi sin hablar, eludiendo todo lo que habían dejado en la funeraria, de lo poco que hablaron fue del tiempo. El porro le permitió calmarse, dándole el respiro que necesitaba. Estaba tan vacío por dentro que el humo en sus pulmones le hizo notar cierta consistencia, y eso era mejor que nada. Regresaron. Cuando llegaron a la funeraria el padre de la fallecida salió a recibirlos.


- ¿Dónde os habéis metido?
- Me lo he llevado a tomar un café. – se apresuró a contestar el familiar.
- Daos prisa, que hay que meter el ataúd en el coche.


Cargaron el féretro en el coche fúnebre y seguidos de la comitiva partieron hacia la iglesia. A las puertas del templo le informaron que él sería unos de los cuatro que iban a cargar con el ataúd, y así lo hizo. Le tocó la parte derecha superior. A su izquierda iba el familiar, detrás de ellos el padre de la fallecida y un tipo que no le habían presentado. La gente se apelotonaba delante de la iglesia dejando una estrecha travesía para cederles el paso.
Dentro de la iglesia tomaron el pasillo central hasta llegar a los pies del púlpito y dejaron el féretro sobre un catafalco. Se colocaron en los primeros bancos para recibir el pésame de los asistentes. Después empezó la ceremonia. Cuando el sacerdote dijo el nombre de la fallecida él se quedó pálido. Su novia no se llamaba así. Confundido preguntó a los presentes. Las respuestas no le tranquilizaron, todo lo contrario. Se había confundido de funeral. No se paró a dar explicaciones. Se apresuró a salir de la iglesia dejando a todos con la boca abierta. Corrió hacia la funeraria. El funeral que él buscaba se estaría celebrando en la sala contigua a aquella en la que él se había presentado. Se sintió estúpido y torpe. Al cabo de unos minutos se dio cuenta de que se había perdido. Gracias al chaparrón no había nadie en las calles para preguntar. Aquello fue la gota que colmó el vaso. Se sentó en un banco y allí se quedó, derrotado bajo la lluvia.


® pepe pereza

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