I
Bed
Bugs
¿Recuerdas
aquella vez que me dejaste tus llaves? Me dijiste que podría pasar
la noche en tu casa del pueblo, que solías ir allí de vez en
cuando, que estaba bien. Me dijiste que durmiera en tu habitación.
La tercera puerta por la izquierda, la del edredón rosa. Me dijiste.
¿Recuerdas qué te dije cuando volví? Te dije que no entendía cómo
podías dormir con tanto insecto muerto en las sábanas. Te dije que
tuve que quitarlos yo. Que tuve que apartar todos tus insectos
muertos y que no entendía cómo habías podido dormir antes allí.
¿Cómo habías podido dormir antes allí? Tuve que apartarte todos
los insectos muertos. ¿Cómo podías dormir ahí? Tuve que
quitarlos. Tuve que tirarte todos los muertos. Cómo pudiste dormir
entre tanto cadáver. Por qué te hiciste esto. Entre tantos
insectos. Tú me dijiste que tal vez querías ser parte de ellos.
Pero que, en cualquier caso, tú no te habías dado cuenta de que las
sábanas estaban plagadas de insectos muertos. Y yo te pregunté,
pero no me respondiste. No me respondiste. No me respondiste cuando
te pregunté si pensabas que yo también lo quería para mí: estar
ahí, dormir para morir y ser un insecto más entre tus sábanas.
Naufragio
II
Nos
solían molestar pocas veces. Cuando veíamos la tele en el salón, a
veces les escuchábamos. Era incómodo, pero no quería golpear su
pared. Después de todo eran personas. Quiero decir. Tenían derecho
a hacer sus cosas. Aunque fueran repugnantes. Aun así puede decirse
que la convivencia era apacible.
Todo
se complicó cuando llegó la acusación. Fue en mayo de 2016.
Aunque la libertad de expresión ya había menguado por aquel
entonces, y los recitales de poesía se resignaban a la
clandestinidad, una amiga y yo decidimos acudir a uno que prometía
ser la bomba.
Mi amiga y yo no acostumbrábamos a ir a este tipo de eventos
suburbanos, pero mi amiga quería catar carne subversiva o reírse de
los punk. Me pareció una buena idea. Podría describir como si lo
sintiera ahora mismo, el frío de aquella tarde. Los dedos helados en
los guantes. El rostro anestesiado. Las lágrimas incontenibles.
Recuerdo con especial claridad que tuvimos que cruzar una pasarela
por la que no pasaba desde que era una niña. Mi amiga y yo nos dimos
cuenta de que al lado de la pasarela en la que estábamos, había
otra similar pero ya casi derruida por completo. No recordaba haber
visto dos cuando era niña. Cientos de metros bajo nuestros pies
daban a parar a un entramado infinito de vías. El tráfico excesivo
siempre me ha dado una sensación de apocalipsis. Creo que no iba mal
encaminada. Fue mi amiga quien se percató del nombre de la otra
pasarela. Comprendí entonces que era por aquella por la que caminaba
en mi infancia. Desde hacía pocos años todo había cambiado
muchísimo. El pasado se convirtió en algo indigno. Innombrable.
Cuando
llegamos, el poeta, tal vez deslumbrado por nuestra pulcra belleza de
centro, se acercó a nosotras, se mostró agradecido por nuestra
presencia y nos dijo que no nos arrepentiríamos, que aquello iba a
ser la bomba.
Noté un cambio de entonación cuando pronunció “bomba”, pero no
le dí mayor importancia. Mi amiga y yo nos acercamos a la barra: una
tabla de madera sobre dos bidones de cerveza, con intención de tomar
algo. Prefiero ahorraros el mal trago de la cerveza caliente. El
poeta se subió al estrado. No había mucha gente. Me arrepentí de
haber ido. Podía oler su sudor. No entendía la performance.
Entre todos los amigos del poeta, armados
de picos y otros enseres, derribaron la pared que había tras el
escenario improvisado. No les fue difícil. El edificio estaba casi
en ruinas. Tuve algo de miedo, he de reconocerlo. Pensé que se nos
vendría todo abajo. Y se vino, sí, de alguna manera. El boquete
irregular y completamente antiestético que lograron abrir, dejó a
la vista algo que me impactó de una manera sobrenatural, como nada
nunca antes me había llegado. Ni el frío, ni el vértigo de esta
arquitectura demente. Mi amiga se asustó y decidió marcharse. No
fui capaz de insistir en que se quedara, pero aun así se quedó un
rato más. Creo se quedó paralizada. No es fácil adecuarse al medio
cuando te desvelan, y aquellos tipos sucios nos lo acababan de hacer.
Quitarnos el velo, quiero decir. El poeta, desde sus tablas,
sacó una cámara de fotos y enfocó hacia el -escaso- público.
Pensé que pretendía inmortalizar nuestra reacción. Patética idea:
para qué fotografiar un momento que no podría hacer público
después. ¿Qué descripción daría a la fotografía en las redes
sociales? Nadie debía saber aquello. De saberlo, las consecuencias
serían terribles. Yo seguía mirando a través del agujero. Veía
también al poeta con su cámara de fotos, pero lo veía
desenfocado, como en una fotografía, y también veía, por el
rabillo del ojo, a mi amiga salir de allí. A mi amiga, hermosa hasta
la herida, una manifestación viva de la estética, de la pose, de la
belleza.
La
foto me pilló pues, mirando hacia otro lado, hacia un punto más
lejano, más allá del poema, hacia el horizonte. Un horizonte que
no recordaba haber visto de niña. Tan sencillo fue acostumbrarme a
la ausencia. El poeta escupía palabras que no llegaban como lírica.
Ante tanta belleza sus palabras parecían un sermón o un mitin. Noté
pasión en su voz, pero no me llegaba, estaba viviendo la mayor
ensoñación de mi vida. De pronto un clic. De repente un bum.
Desperté. Todos corrían. Me temblaba la sangre. Notaba mi sangre
correr por todas mis venas. Notaba un latir molesto en mis arterias.
El poeta corrió a mi lado pero no reparó en mí. Todos se fueron. Y
entonces sonaron las sirenas de la policía.
III
- ¿Sabes por qué estás aquí?
- Estoy en mi casa, señor.
- ¿Sabes por qué estamos aquí?
- No.
- Te lo repetiré otra vez. ¿Qué hacías en la Sede?
- Fuimos a una lectura, señor.
- ¿Quiénes?
- … yo.
- ¿Fuiste sola?
- Sí. Señor, por qué estáis aquí, qué queréis de mí.
- Nadia. No llores. Ya vale. Sécate las putas lagrimas y deja de reírte de nosotros.
- No me estoy riendo de nadie, en serio.
- Nadia, ¿sabes de lo que se os acusa?
Nadia
se seca las lágrimas sin esfuerzo. Sólo consigue difuminar su
máscara de ojos. Mira alrededor. Están en su casa. Ella, dos
policías y varias personas que vio en el recital.
- ¿Dónde está mi madre?
- En comisaría.
- ¿Por qué?
- Saldrá pronto, no te preocupes.- Ahora que se ha secado las lágrimas, Nadia puede diferenciar a los dos policías. El que le habla ahora no parece llevar el odio en la entraña. Nadia empieza a sentirse mejor.
- Exaltación del terrorismo.- Interrumpe un segundo policía. Pequeño, delgado, moreno. Nadia no ve mucha diferencia entre él y los chicos que tiraron el muro de la Sede. No le gusta. La hace llorar.
- ¡Por favor! ¿Puedes hacer que pare? Menuda actoraza. ¿Qué pasa, que eres tonta? ¿En serio quieres que nos creamos que no sabías lo que iba a pasar en la Sede? ¿Vas a un puto recital a las cloacas de la ciudad y no sabes que se va a tratar de un acto subversivo?
- Sí, yo... sí sabía adónde iba. Pero sólo soy una espectadora. Yo no hice nada. Yo no tiré el muro.
Los
dos policías se miran. El pequeño exhala un suspiro de impaciencia
y se frota los ojos. Se va a la cocina, dejando solos a su compañero
y a Nadia.
- Nadia. Han asesinado al presidente.- Le dice en voz baja, con la paciencia con la que se explican los temas delicados a los niños tontos.
- ¿Al presidente Bellver?
- Sí, Nadia, fue durante el evento de la Sede. No había poesía allí, ¿entiendes? Detonaron la bomba que habían colocado en su casa a través de una cámara compacta.
- ¿Eso es posible?
- Se ve que sí, Nadia. Intento creerte cuando dices que no sabías nada, pero es difícil. Estáis todos acusados. El poeta, desde luego, esta´acusado de asesinato, pero el público de exaltación del terrorismo.
- Yo no fui allí a aplaudir ninguna acción terrorista. Ni siquiera he expuesto mi opinión sobre el tema, es absurdo.
- Las cosas estaban muy jodidas ya antes del Cambio, Nadia, pero ahora con la muerte del presidente es todavía peor.
- Yo no tengo nada que ver con su muerte. Si lo hubiera sabido no hubiera ido.
- Te pueden caer treinta años por esto, según están las cosas.
Nadia
inspira un grito que dura exactamente lo que le cuesta calcular la
edad que tendría cuando saliera de la cárcel.
- Me vais a quitar toda la vida.
- Nadia, espero que las cosas salgan lo mejor posible.
- Toda la vida.
El
policía pequeño vuelve al salón. Mira al otro policía enfadado.
- No le des tregua a esta pequeña mentirosa, Berenguer.
- ¡Saldría de allí con cincuenta y cuatro!
- Qué pasa, Berenguer, ¿que la has enseñado a sumar? A esta hija de puta la metemos al cuarto ahora mismo, que se calme.
Nadia
está tan agotada de llorar, que se deja arrastrar unos metros hasta
la puerta del salón que nunca ha abierto. A Nadia le da a una
arcada. Los policías saludan a alguien con la mano. Cierran.
IV
Aquel
subhumano maloliente y enano devolvió el saludo a los policías y
dejó que cerraran la puerta conmigo dentro. Tenía unas ganas
terribles de vomitar. El cuarto no tiene ventanas. Las paredes son de
color verde vejiga. No sé a quién se le pudo ocurrir semejante
atentado estético. Pensé que si dejáramos de alquilar el cuarto,
nuestra casa podría ser más grande. Podríamos tirar la pared,
pensé, y entonces recordé el recital. Me sentía terriblemente
triste. Si me metían a la cárcel, perdería muchos años de mi
vida. Me corrompería emparedada en soledad. Me alegré de no haber
delatado a mi amiga. No quería que se desperdiciara su belleza.
Observé a esa persona que vivía en el cuarto. Sabía que no vivía
solo. A veces escuchaba demasiado ruido para una sola persona. El
cuarto estaba iluminado por una lamparilla de noche de toque retro,
muy hortera. Supuse que no era vintage
sino antigualla. Despojos del pasado de los dueños en pisos de
alquiler. Quienes vivían en el cuarto nunca tenían relación con
nosotras. Procuraban salir de allí cuando no estábamos en el salón
y el pasillo hasta la puerta de la entrada estaba despejado. Nunca me
había cruzado con uno de ellos. Hasta ese día. Él se siguió
comportando de ese modo. Como si fuera invisible. Llegó una mujer.
Se me antojaron parecidos. Me causó tal repulsión que no fui capaz
de ir hacia la puerta y salir aprovechando su apertura. Hembra y
macho comenzaron a copular sin pasión sobre el colchón que yacía
desnudo, sucio y estropeado sobre el suelo. Escuché el repugnante
sonido que solía evitar cuando me encontraba en el salón. Las
nauseas llegaron a un extremo tal, que tuve que correr hacia la
puerta. No fue necesario ningún esfuerzo. La puerta estaba abierta.
El policía hijo de puta se rió de mí. Quise responderle pero mi
cuerpo se me adelantó vomitando sobre la alfombra del salón. Me
prometí a mí misma nunca más volver a entablar el menor contacto
con los inquilinos del Cuarto. Había quedado patente que no eran
buenos para mi salud.
El
policía alto, lo que yo suelo denominar un verdadero cuerpo de
policía, se acercó a mí con un pañuelo y un vaso de agua. Me dijo
al oído:
- He hablado con la Comisaría. Tu madre ya ha salido. Está bien.
- ¿Por qué a mí no me dejáis salir de aquí como a ella?
No
me respondió. Me pasó mi abrigo y me dijo que huyera. Calló. Le
miré. Cogí mi abrigo y corrí.
Esto
era un Carpe Diem para la chica joven y hermosa. No te pudras en una
celda y vive.
V
Tras
la muerte del presidente Bellver, los acontecimientos se
precipitaron. El poeta logró escapar de la cárcel, pero fue
asesinado poco después por un grupo de melancólicos por el régimen.
Con sus amigos y seguidores en la cárcel, no hubo quien vengara su
muerte. Apareció un nuevo presidente como de la nada y restringió
aún más las libertades. Se abolió Internet y prácticamente la
cultura. Parecía que estábamos en una película mala de Wesley
Snipes y Sandra Bullock. Yo me quedé en lo que quedaba de la Sede,
unos cuantos meses, escondida, mirando a través del boquete del
muro. Un día simplemente salí.
Soy
la única superviviente del naufragio.
http://pixdaus.com/by-aquarelka-woman-sea/items/view/130946/ |
Pau dijo:
ResponderEliminarGrande Adriana!!
Me han encantado los dos. El segundo me ha parecido muy inteligente, una pasada.
Me gusta lo de Berenguer;)
jajaja lo sé, lo sé, puse nombres de gente que vi en entre mis contactos de Facebook, porque no se me ocurría nada. Bellver es un escritor que también tengo entre mis amigos. Espero que no me odie después de esto. :D
EliminarMe alegra que te haya gustado ^^
kisses!!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPodrías haber escrito más relatos... pero me gusta mucho el resultado. Los capítulos cortos y la narración ágil dan al relato una gran viveza. Y como te digo, podrías haber extendido la narración a más capítulos con más sucesos. El policia que oye el bomb desde comisaria. Un viejo que se levanta esa mañana con dolor de huesos y piensa que hoy por fin todo se va ir a la mierda. La amiga que se fuga con alguno de esos punkis de los que iban a reirse a algún lugar oscuro y lúgubre en esa especie de mundo ciber-punk que te has inventado en dos segundos. Alguna grotesca deliberadamente asquerosa historia sobre las ratas de las cloacas. El retrato de alguno de los políticos de la ciudad. Un viejo contando una historia sobre el pasado. La historia de una manifestación, desde su convocatoria hasta su disolución a palos. Unos cuantos héroes cómica y cruelmente fracasados. La historia de una de las reencarnaciones de Joseph K. (más info leer "el proceso" de Kafka), tal vez la propia Nadia haciendo ese papel. En fin... de un mundo se pueden sacar mil historias. Tú solo has escrito cinco capítulos de una (bastante bien), pero como ves, las posibilidades que abres son enormes.
ResponderEliminarmuy buenos
ResponderEliminar