miércoles, 15 de febrero de 2012

Exaltación del Terrorismo


I

Bed Bugs

¿Recuerdas aquella vez que me dejaste tus llaves? Me dijiste que podría pasar la noche en tu casa del pueblo, que solías ir allí de vez en cuando, que estaba bien. Me dijiste que durmiera en tu habitación. La tercera puerta por la izquierda, la del edredón rosa. Me dijiste. ¿Recuerdas qué te dije cuando volví? Te dije que no entendía cómo podías dormir con tanto insecto muerto en las sábanas. Te dije que tuve que quitarlos yo. Que tuve que apartar todos tus insectos muertos y que no entendía cómo habías podido dormir antes allí. ¿Cómo habías podido dormir antes allí? Tuve que apartarte todos los insectos muertos. ¿Cómo podías dormir ahí? Tuve que quitarlos. Tuve que tirarte todos los muertos. Cómo pudiste dormir entre tanto cadáver. Por qué te hiciste esto. Entre tantos insectos. Tú me dijiste que tal vez querías ser parte de ellos. Pero que, en cualquier caso, tú no te habías dado cuenta de que las sábanas estaban plagadas de insectos muertos. Y yo te pregunté, pero no me respondiste. No me respondiste. No me respondiste cuando te pregunté si pensabas que yo también lo quería para mí: estar ahí, dormir para morir y ser un insecto más entre tus sábanas.


Naufragio

II


Nos solían molestar pocas veces. Cuando veíamos la tele en el salón, a veces les escuchábamos. Era incómodo, pero no quería golpear su pared. Después de todo eran personas. Quiero decir. Tenían derecho a hacer sus cosas. Aunque fueran repugnantes. Aun así puede decirse que la convivencia era apacible.

Todo se complicó cuando llegó la acusación. Fue en mayo de 2016. Aunque la libertad de expresión ya había menguado por aquel entonces, y los recitales de poesía se resignaban a la clandestinidad, una amiga y yo decidimos acudir a uno que prometía ser la bomba. Mi amiga y yo no acostumbrábamos a ir a este tipo de eventos suburbanos, pero mi amiga quería catar carne subversiva o reírse de los punk. Me pareció una buena idea. Podría describir como si lo sintiera ahora mismo, el frío de aquella tarde. Los dedos helados en los guantes. El rostro anestesiado. Las lágrimas incontenibles. Recuerdo con especial claridad que tuvimos que cruzar una pasarela por la que no pasaba desde que era una niña. Mi amiga y yo nos dimos cuenta de que al lado de la pasarela en la que estábamos, había otra similar pero ya casi derruida por completo. No recordaba haber visto dos cuando era niña. Cientos de metros bajo nuestros pies daban a parar a un entramado infinito de vías. El tráfico excesivo siempre me ha dado una sensación de apocalipsis. Creo que no iba mal encaminada. Fue mi amiga quien se percató del nombre de la otra pasarela. Comprendí entonces que era por aquella por la que caminaba en mi infancia. Desde hacía pocos años todo había cambiado muchísimo. El pasado se convirtió en algo indigno. Innombrable.

Cuando llegamos, el poeta, tal vez deslumbrado por nuestra pulcra belleza de centro, se acercó a nosotras, se mostró agradecido por nuestra presencia y nos dijo que no nos arrepentiríamos, que aquello iba a ser la bomba. Noté un cambio de entonación cuando pronunció “bomba”, pero no le dí mayor importancia. Mi amiga y yo nos acercamos a la barra: una tabla de madera sobre dos bidones de cerveza, con intención de tomar algo. Prefiero ahorraros el mal trago de la cerveza caliente. El poeta se subió al estrado. No había mucha gente. Me arrepentí de haber ido. Podía oler su sudor. No entendía la performance. Entre todos los amigos del poeta, armados de picos y otros enseres, derribaron la pared que había tras el escenario improvisado. No les fue difícil. El edificio estaba casi en ruinas. Tuve algo de miedo, he de reconocerlo. Pensé que se nos vendría todo abajo. Y se vino, sí, de alguna manera. El boquete irregular y completamente antiestético que lograron abrir, dejó a la vista algo que me impactó de una manera sobrenatural, como nada nunca antes me había llegado. Ni el frío, ni el vértigo de esta arquitectura demente. Mi amiga se asustó y decidió marcharse. No fui capaz de insistir en que se quedara, pero aun así se quedó un rato más. Creo se quedó paralizada. No es fácil adecuarse al medio cuando te desvelan, y aquellos tipos sucios nos lo acababan de hacer. Quitarnos el velo, quiero decir. El poeta, desde sus tablas, sacó una cámara de fotos y enfocó hacia el -escaso- público. Pensé que pretendía inmortalizar nuestra reacción. Patética idea: para qué fotografiar un momento que no podría hacer público después. ¿Qué descripción daría a la fotografía en las redes sociales? Nadie debía saber aquello. De saberlo, las consecuencias serían terribles. Yo seguía mirando a través del agujero. Veía también al poeta con su cámara de fotos, pero lo veía desenfocado, como en una fotografía, y también veía, por el rabillo del ojo, a mi amiga salir de allí. A mi amiga, hermosa hasta la herida, una manifestación viva de la estética, de la pose, de la belleza.
La foto me pilló pues, mirando hacia otro lado, hacia un punto más lejano, más allá del poema, hacia el horizonte. Un horizonte que no recordaba haber visto de niña. Tan sencillo fue acostumbrarme a la ausencia. El poeta escupía palabras que no llegaban como lírica. Ante tanta belleza sus palabras parecían un sermón o un mitin. Noté pasión en su voz, pero no me llegaba, estaba viviendo la mayor ensoñación de mi vida. De pronto un clic. De repente un bum. Desperté. Todos corrían. Me temblaba la sangre. Notaba mi sangre correr por todas mis venas. Notaba un latir molesto en mis arterias. El poeta corrió a mi lado pero no reparó en mí. Todos se fueron. Y entonces sonaron las sirenas de la policía.

III

  • ¿Sabes por qué estás aquí?
  • Estoy en mi casa, señor.
  • ¿Sabes por qué estamos aquí?
  • No.
  • Te lo repetiré otra vez. ¿Qué hacías en la Sede?
  • Fuimos a una lectura, señor.
  • ¿Quiénes?
  • … yo.
  • ¿Fuiste sola?
  • Sí. Señor, por qué estáis aquí, qué queréis de mí.
  • Nadia. No llores. Ya vale. Sécate las putas lagrimas y deja de reírte de nosotros.
  • No me estoy riendo de nadie, en serio.
  • Nadia, ¿sabes de lo que se os acusa?

Nadia se seca las lágrimas sin esfuerzo. Sólo consigue difuminar su máscara de ojos. Mira alrededor. Están en su casa. Ella, dos policías y varias personas que vio en el recital.

  • ¿Dónde está mi madre?
  • En comisaría.
  • ¿Por qué?
  • Saldrá pronto, no te preocupes.- Ahora que se ha secado las lágrimas, Nadia puede diferenciar a los dos policías. El que le habla ahora no parece llevar el odio en la entraña. Nadia empieza a sentirse mejor.
  • Exaltación del terrorismo.- Interrumpe un segundo policía. Pequeño, delgado, moreno. Nadia no ve mucha diferencia entre él y los chicos que tiraron el muro de la Sede. No le gusta. La hace llorar.
  • ¡Por favor! ¿Puedes hacer que pare? Menuda actoraza. ¿Qué pasa, que eres tonta? ¿En serio quieres que nos creamos que no sabías lo que iba a pasar en la Sede? ¿Vas a un puto recital a las cloacas de la ciudad y no sabes que se va a tratar de un acto subversivo?
  • Sí, yo... sí sabía adónde iba. Pero sólo soy una espectadora. Yo no hice nada. Yo no tiré el muro.

Los dos policías se miran. El pequeño exhala un suspiro de impaciencia y se frota los ojos. Se va a la cocina, dejando solos a su compañero y a Nadia.

  • Nadia. Han asesinado al presidente.- Le dice en voz baja, con la paciencia con la que se explican los temas delicados a los niños tontos.
  • ¿Al presidente Bellver?
  • Sí, Nadia, fue durante el evento de la Sede. No había poesía allí, ¿entiendes? Detonaron la bomba que habían colocado en su casa a través de una cámara compacta.
  • ¿Eso es posible?
  • Se ve que sí, Nadia. Intento creerte cuando dices que no sabías nada, pero es difícil. Estáis todos acusados. El poeta, desde luego, esta´acusado de asesinato, pero el público de exaltación del terrorismo.
  • Yo no fui allí a aplaudir ninguna acción terrorista. Ni siquiera he expuesto mi opinión sobre el tema, es absurdo.
  • Las cosas estaban muy jodidas ya antes del Cambio, Nadia, pero ahora con la muerte del presidente es todavía peor.
  • Yo no tengo nada que ver con su muerte. Si lo hubiera sabido no hubiera ido.
  • Te pueden caer treinta años por esto, según están las cosas.

Nadia inspira un grito que dura exactamente lo que le cuesta calcular la edad que tendría cuando saliera de la cárcel.

  • Me vais a quitar toda la vida.
  • Nadia, espero que las cosas salgan lo mejor posible.
  • Toda la vida.

El policía pequeño vuelve al salón. Mira al otro policía enfadado.

  • No le des tregua a esta pequeña mentirosa, Berenguer.
  • ¡Saldría de allí con cincuenta y cuatro!
  • Qué pasa, Berenguer, ¿que la has enseñado a sumar? A esta hija de puta la metemos al cuarto ahora mismo, que se calme.

Nadia está tan agotada de llorar, que se deja arrastrar unos metros hasta la puerta del salón que nunca ha abierto. A Nadia le da a una arcada. Los policías saludan a alguien con la mano. Cierran.

IV

Aquel subhumano maloliente y enano devolvió el saludo a los policías y dejó que cerraran la puerta conmigo dentro. Tenía unas ganas terribles de vomitar. El cuarto no tiene ventanas. Las paredes son de color verde vejiga. No sé a quién se le pudo ocurrir semejante atentado estético. Pensé que si dejáramos de alquilar el cuarto, nuestra casa podría ser más grande. Podríamos tirar la pared, pensé, y entonces recordé el recital. Me sentía terriblemente triste. Si me metían a la cárcel, perdería muchos años de mi vida. Me corrompería emparedada en soledad. Me alegré de no haber delatado a mi amiga. No quería que se desperdiciara su belleza. Observé a esa persona que vivía en el cuarto. Sabía que no vivía solo. A veces escuchaba demasiado ruido para una sola persona. El cuarto estaba iluminado por una lamparilla de noche de toque retro, muy hortera. Supuse que no era vintage sino antigualla. Despojos del pasado de los dueños en pisos de alquiler. Quienes vivían en el cuarto nunca tenían relación con nosotras. Procuraban salir de allí cuando no estábamos en el salón y el pasillo hasta la puerta de la entrada estaba despejado. Nunca me había cruzado con uno de ellos. Hasta ese día. Él se siguió comportando de ese modo. Como si fuera invisible. Llegó una mujer. Se me antojaron parecidos. Me causó tal repulsión que no fui capaz de ir hacia la puerta y salir aprovechando su apertura. Hembra y macho comenzaron a copular sin pasión sobre el colchón que yacía desnudo, sucio y estropeado sobre el suelo. Escuché el repugnante sonido que solía evitar cuando me encontraba en el salón. Las nauseas llegaron a un extremo tal, que tuve que correr hacia la puerta. No fue necesario ningún esfuerzo. La puerta estaba abierta. El policía hijo de puta se rió de mí. Quise responderle pero mi cuerpo se me adelantó vomitando sobre la alfombra del salón. Me prometí a mí misma nunca más volver a entablar el menor contacto con los inquilinos del Cuarto. Había quedado patente que no eran buenos para mi salud.

El policía alto, lo que yo suelo denominar un verdadero cuerpo de policía, se acercó a mí con un pañuelo y un vaso de agua. Me dijo al oído:

  • He hablado con la Comisaría. Tu madre ya ha salido. Está bien.
  • ¿Por qué a mí no me dejáis salir de aquí como a ella?

No me respondió. Me pasó mi abrigo y me dijo que huyera. Calló. Le miré. Cogí mi abrigo y corrí.
Esto era un Carpe Diem para la chica joven y hermosa. No te pudras en una celda y vive.


V

Tras la muerte del presidente Bellver, los acontecimientos se precipitaron. El poeta logró escapar de la cárcel, pero fue asesinado poco después por un grupo de melancólicos por el régimen. Con sus amigos y seguidores en la cárcel, no hubo quien vengara su muerte. Apareció un nuevo presidente como de la nada y restringió aún más las libertades. Se abolió Internet y prácticamente la cultura. Parecía que estábamos en una película mala de Wesley Snipes y Sandra Bullock. Yo me quedé en lo que quedaba de la Sede, unos cuantos meses, escondida, mirando a través del boquete del muro. Un día simplemente salí.

Soy la única superviviente del naufragio. 




http://pixdaus.com/by-aquarelka-woman-sea/items/view/130946/

5 comentarios:

  1. Pau dijo:

    Grande Adriana!!

    Me han encantado los dos. El segundo me ha parecido muy inteligente, una pasada.

    Me gusta lo de Berenguer;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. jajaja lo sé, lo sé, puse nombres de gente que vi en entre mis contactos de Facebook, porque no se me ocurría nada. Bellver es un escritor que también tengo entre mis amigos. Espero que no me odie después de esto. :D

      Me alegra que te haya gustado ^^
      kisses!!

      Eliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Podrías haber escrito más relatos... pero me gusta mucho el resultado. Los capítulos cortos y la narración ágil dan al relato una gran viveza. Y como te digo, podrías haber extendido la narración a más capítulos con más sucesos. El policia que oye el bomb desde comisaria. Un viejo que se levanta esa mañana con dolor de huesos y piensa que hoy por fin todo se va ir a la mierda. La amiga que se fuga con alguno de esos punkis de los que iban a reirse a algún lugar oscuro y lúgubre en esa especie de mundo ciber-punk que te has inventado en dos segundos. Alguna grotesca deliberadamente asquerosa historia sobre las ratas de las cloacas. El retrato de alguno de los políticos de la ciudad. Un viejo contando una historia sobre el pasado. La historia de una manifestación, desde su convocatoria hasta su disolución a palos. Unos cuantos héroes cómica y cruelmente fracasados. La historia de una de las reencarnaciones de Joseph K. (más info leer "el proceso" de Kafka), tal vez la propia Nadia haciendo ese papel. En fin... de un mundo se pueden sacar mil historias. Tú solo has escrito cinco capítulos de una (bastante bien), pero como ves, las posibilidades que abres son enormes.

    ResponderEliminar

Entradas y Comentarios