tuve oportunidad de conocerla un día en Madrid. Muy poquito tiempo. Estábamos en su casa y yo me mantuve callada (así soy yo en el primer contacto) mientras ella ensayaba lo que tocaría un par de horas después en la presentación de Generación Blogger en la Fnac. Mientras la miraba, a ella, a su habitación preciosa repleta de accesorios y objetos de circo, de actriz, de teatro, el balcón, etc. no dejaba de pensar que a esta tía tendría que conocerla Pat. O esta tía a Pat. Olaia imitaba a su amigo Paco Sevilla, a quien tuve ocasión de conocer en la complutense en aquel homenaje a Miguel Hernández, cuando conocí también a Óscar Aguado, y vi un ambiente universitario que me gustó y debates filosóficos en las puertas de los baños y cachis de calimotxo por los pasillos y a gritos y el rector expulsando de la facultad a Paco y a Óscar. Qué enamorada estaba yo de la bohème y cuán ingenuamente creí a Leo Zelada cuando hablaba de Madrid como "la nueva París". Y qué claro lo tuve en casa de Olaia. Qué envidia me dio: poeta, cantante, actriz. Una envidia por lo que no vivo(í) ni parece que vaya a vivir, como cuando leí Chamuscadilla de Malicia Cool:
Yo pensaba -tenía muy claro- que la clave era Madrid. Vivir en ella y leer en los bares. Pensaba que la bohème era todo aquello: las camisetas de Neorrabioso, el fondo azul de Los Diablos, los gin tonic con pepino en el Manuela. En definitiva: el cielo rojo-gris de Madrid.
Pero Madrid se va alejando y en Los Diablos parece que siempre -y sólo- lee la misma gente. A mucha de la cual admiro -quede claro-, pero del mismo modo que inserto ese "quede claro" entre guiones, me da la sensación de que todo al final se está convirtiendo en un nosotros y los otros, en una endogamia que ya roza lo patético. Dentro de los guiones como dentro del círculo: como siempre el miedo a quedarse fuera, a ser olvidado. Mi idea de Madrid como nueva París literaria murió el día que recibí un correo de Leo Zelada donde me proponía participar en una antología previo pago de X euros. Pero también murió el día en que los poetas abandonaron el papel por los smartphones, iphones, o lo que sea. Murió el día en que las poetas funcionaron mejor como modelos. Murió y ahora yo me voy lejos desde donde publicaré poemarios póstumos que no leeré en público.
Murió pero me llevo Quieres que te cuente un cuento en el MP4, Chamuscadilla en el E-book, y Blis Blas Blues en mi blog roll, mientras espero que llegue un paquete de Casa del Libro con Sois todos tontos y me lamento por la incontinencia verbal que descargo en este blog -pero no en la calle- y me va cerrando puertas entre un círculo que ya no sé si aboga por el amor a la literatura, por el ego o por la moda, pero del que no quiero salir.
El disco de Olaia es una maravilla, como sus poemas:
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