Aquí está Claudia. Son las tres de la
madrugada en la estación central de tren de Frankfurt. Lleva una
boina, el pelo sucio y claros signos de deshidratación (ver también:
resaca). Su tren no sale hasta las cinco.
En el otro extremo de la estación está
Kevin. Le acompañan un vaso de café vacío y una mochila bastante
destrozada.
Kevin ha perdido la cuenta de las veces
que Claudia ha cruzado la estación. Cuando vuelve a pasar por su
lado él la para con un Hey!
Claudia
le mira con un no sé hablar alemán (ni me apetece hablar
con desconocidos), pero él se
adelanta y le pregunta si quiere un café en inglés. Que a dónde
va. De dónde viene. Es de esa clase de gente que sonríe mientras
habla. Claudia hace una mueca. Trata de ser simpática pero solo
consigue ponerse roja y decir España, Nuremberg.
- Me llamo Kevin.
- Me llamo Kevin.
- Claudia.
Kevin
es francés. Le dice que ha venido en tren desde París. Ella tomó
un vuelo low cost que
la dejó en un aeropuerto de juguete muy alejado de Frankfurt, de
modo que su viaje también ha sido una odisea. Claudia no le dice que
ya tuvo que pasar cuatro horas de autobús desde su ciudad hasta el
aeropuerto, ni que casi pierde el avión. Tampoco le comenta que en
el autobús que le ha traído a la estación ha venido sentada con un
señor que olía a puro, ni que ha tenido su cabeza bastante parte
del trayecto apoyada sobre su hombro. Claudia no le describe el asco
que ha sentido, ni el miedo irracional que le produce la arquitectura
extraterrestre de Frankfurt. Pero él le cuenta que es el sexto de
diez hermanos, y que tres de ellos ya están muertos. Kevin le dice
que aún le cuesta hablar en alemán aunque viaja mucho a este país.
También le habla de unas vacaciones
que pasó hace unos años en Mallorca. Le dice que lo poco que
aprendió de español se lo debe a la hija pequeña de los dueños
del hotel.
- Si quieres
aprender alemán, rodéate de niños.
A
Claudia no le suena muy bien eso que acaba de decir Kevin, pero no le
da tiempo a reaccionar de ninguna manera porque a su lado ha
aparecido un hombre de unos cincuenta años que huele a whiskey
barato y canta a gritos New York de Frank Sinatra. De hecho solo
dice, con un marcadísimo acento alemán:
- Frank Sinatra
New York, ja, Frank Sinatra.
Kevin
ya no sonríe. Mira fijamente al mendigo y éste responde tendiéndole
la mano. Agitan las muñecas sin dejar de mirarse a los ojos, serios,
desafiantes. El mendigo le dice: Frank Sinatra, New York. Pero a él
no le interesa Kevin y al segundo se dirige a Claudia: Woher
kommst du?
Clase
básica de alemán. Aus Spanien, a
lo que él responde, no solo con su acento alemán, sino con el deje
propio del borracho: ah, yo de Madrid, de Madrid, Frank
Sinatra, New York, ja.
Claudia
recuerda entonces otra madrugada que pasó en aquella misma estación.
Aquella vez, un mendigo se le acercó pidiéndole dinero y ella se
hizo la loca respondiéndole en castellano, a lo que él reaccionó
con un efusivo abrazo al tiempo que decía Ay, amiga, yo soy de
Córboba, de Córdoba, chiquilla. No eran pocos los españoles que
emigraron a Alemania persiguiendo el nuevo american dream y
terminaron pasando las noches como turistas de paso en estaciones.
Aquella vez Claudia se separó del mendigo con repelús, le dio cinco
euros en monedas, y se refugió fuera de la estación, al frío, ante
la abrumadora arquitectura de Frankfurt. Claudia no dirá que áquel
fue el primer abrazo que recibía en meses.
Frank
Sinatra, a pesar del intenso olor a alcohol y sudor impregnado en su
ropa, no causa en ella ese rechazo. Al contrario: le hace gracia.
Frank Sinatra repite la cantinela y Claudia ríe. Ante el éxito, él
se crece y amplía el repertorio. Claudia tararea con él Strangers
in the night, elevan el tono,
rompen en carcajadas. Cuando llegan a Love was just a
glance away, a warm embracing dance away, Frank
Sinatra se deja llevar y la estruja entre sus brazos. El impacto es
tan repentino que la boina de Claudia cae como un pájaro que ha
sufrido un paro cardiáco en pleno vuelo. Ella se desabraza con
brusquedad y se agacha para recogerla. Es en ese momento,
aprovechando el hueco que ha dejado la mitad superior de la chica,
cuando Kevin proyecta su puño hacia el rostro colorado
de Sinatra, que cae a cámara lenta contra el suelo mientras ambos
gritan cosas que Claudia aún no ha aprendido en su clase de alemán.
La chica decide que
es el momento de, como en una película francesa, ponerse la boina y
desaparecer.
Cuando
llega al final de la estación, se queda mirando la maqueta de la
ciudad. Hay maquetas de ciudades
en varias estaciones de Alemania. A Claudia le parecen viejas, aunque
a decir verdad todo lo que ve en Alemania le parece retro. Ella se
fija más en el cristal que protege la maqueta que en la maqueta en
sí. Se da cuenta de que no ha salido de la estación en las casi dos
horas que lleva en Frankfurt. Kevin se acerca, pero ella no se da
cuenta. Él introduce una moneda y al poco tiempo comienza a nevar
dentro de la ciudad. Se quedan mirando como dos niños, como dos
ancianos ante un edificio en construcción, sin hablarse. Llega con
eco New York,
Frank Sinatra,
como si no hubiera pasado nada. Llega el tren de Claudia. Kevin aún
mira la nieve artificial cuando ella sube a su vagón.
ResponderEliminarExpectacular Claudia...sería una bonita historia de amor.
bsos
Pau dice:
ResponderEliminarHola Adri. Me ha gustado este texto. Muy bien plasmada la sensación de extrañeza y de sentirse perdidos en las zonas de paso. Sí, el tono estaba muy bien pillado.
Lo de la boina y las pelis francesas me ha matado:P
Un besito!
dis is a guot de fak viajante.
ResponderEliminar