Ser invisible no depende de mí. Yo me
tomé la molestia de ser otra y por eso tal vez no me viste. Tú
también tienes dos nombres. Dejamos de ser los otros cuando
estábamos juntos. Luego volvimos a los seudónimos. Y no volviste a
verme.
Es difícil no ver a una peluca rosa en
corto y con tacones. Es difícil no ver un bolso en el suelo y un
cigarro entre los labios. El fuego cerca del material inflamable y la
falta de miedo a que prenda lo artificial.
Pero tú pasas. Sin artificios. Pasáis
los dos. Despacio y sin rozaros. No me ves o no sabes quién soy. No
te va temblar el pulso como a mí cuando dispares.
Eso lo tengo claro. Camináis tan
despacio que me da tiempo a coger del bolso en el suelo la cámara y
dispararos. Y os hago así, eternos, de espaldas, lentos y distantes.
Y pese a esos centímetros que os separan, que os hacen otros, no hay
más. No veis nada más. Pero yo estoy aquí, consumida, con mi piel
al descubierto y oculto mi pelo como si fuera lo único real, lo
único que fue solo tuyo, para que nadie lo vea. Para que nadie más
lo toque.
Solo los muertos permanecen jóvenes.
Lo pienso mientras os veo marchar.
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