Yo quería ser actriz. Lo he dejado caer por
aquí de vez en cuando. Pese a mi extraordinaria timidez, desde muy pequeña
quería ser la protagonista de algo. Estar expuesta, ser vista y ser otra. En la
primaria fui a clases particulares de teatro. Vivía en Miranda de Ebro. Me
gustaba el final de curso. Actuar en un escenario. Disfrazada de otro yo.
Iluminada, ante mucha gente a la que solo podía intuir entre la oscuridad del
patio de butacas. Después se me partió la vida.
Es
algo que no voy a poder superar nunca porque no se puede volver al pasado.
(Marty Mc Fly, marry me). No me quiero repetir, porque siempre termino hablando
de Baños (de río Tobía), pero no quiero que se vuelva a cometer un error así
con otros niños. Yo no quiero tener hijos. Tengo una visión demasiado pesimista
sobre la vida. Que no vivo en la tristeza absoluta. De hecho este pesimismo me
impulsa a vivir más intensamente. Pero no veo el sentido a la creación de una
vida que se va a acabar. Tenemos esa idea absurda y egoísta de tener hijos para
que quede nuestra semilla por ahí, como si el hijo fuera un trozo de nuestra
carne, como si nuestra carne fuera nosotros. Es un placebo simple como la idea
del cielo. Yo en Baños, con solo ocho años, morí. No había teatro. Y yo no era
nadie porque ni siquiera podía convertirme en otra persona. Tocaba el piano.
Tocaba para un público al que no le interesaba. En casa me gustaba tocar por
tocar. Composiciones efímeras. Hay una tristeza intrínseca en el aprendizaje de
la música. Porque se aprende tocando cosas ya creadas. Copias de copias de
copias. No hay creación. Solo notas medidas encerradas en cinco líneas,
compases, un dos tres, vals. No podía escapar de mí tocando el piano.
Yo viví en el jardín. Los jardines son tristes también, sobre todo en invierno. El
suelo sucio, los insectos muertos. La piscina vacía o congelada. Durante muchos
años vacíabamos la piscina después del verano. Después se nos ocurrió que
manteniéndola llena durante el invierno evitaríamos las grietas. Manteniéndola
llena creábamos vida. Esos insectos que me fascinan por su carácter anfibio.
Los garapitos. Esos insectos brillantes que bucean, que viven en el agua, pero
que también vuelan. El espectáculo de verlos volar cuando vacíabamos la piscina
al despuntar el verano, para volverla a llenar, pero para mantenerla con esa
falsa idea de limpieza, envenenada de cloro, el falso oasis para los insectos.
Asi
pasé mi vida desde los ocho hasta los trece años. Viviendo en un jardín. Jugando
sola. Mi imaginación desbordada la canalizaba jugando con las barbies. Todas
esas historias, esas vidas que creaba en un jardín. Con las barbies, en el
suelo, a su altura, los insectos tenían el tamaño de los gatos. El césped era
aterrador y hermoso, salvaje. La piscina era un mar. La piscina congelada, la
antártida. Los pinos bloques de viviendas. Sus huecos, donde a veces encontraba
algún nido, apartamentos. Había barbies en posición horizontal entre los huecos
de los pinos, durmiendo. La idea de vida en el objeto culminó el día en que
decidí incluir la muerte. Enterré una barbie en el jardín.
Yo
quería ser actriz. Quería ser personaje. Nunca creí en la autenticidad de las
personas. Después, cuando nos mudamos a Logroño, participé en alguna cosa de
teatro. Algún curso intensivo de improvisación. Pero nada serio. En Valladolid
me tiré cinco años pensando en apuntarme a un grupo de teatro, pero no llegué a
hacerlo. Llegué, sin embargo, a COLMO, ese colectivo literario que ya se
arrastra hacia su declive definitivo, a Pat y a La Fanzine y, ante todo, a Internet
y a este universo tan curioso de la blogosfera.
Que a lo que voy: que yo quería ser
actriz. Que yo quería ser un personaje.
Por eso, cuando hace unos pocos meses
Daniel Barredo me propuso participar en el falso documental que se realizaría
sobre su libro El Viaje a Budapest (Berenice, 2012. Premio Andalucía Joven de
Narrativa 2011), no me lo pensé dos veces y reservé los billetes para volar
hacia Málaga.
Reservé los billetes sin tener claro casi
nada y sin haberme leído siquiera la novela. De hecho, a Daniel Barredo no lo
conocía absolutamente de nada. Era solo un contacto más, entre toda esa
multitud de desconocidos que tengo en Facebook, con quien había mantenido
alguna conversación sobre el panorama poético-literario de esta España mía, esta
España nuestra. Pero el chico me dio buena espina, el libro parecía tener una
pinta estupenda, nunca había bajado al sur de España, me hacía muchísima
ilusión ponerme ante una cámara a improvisar y encima me ahorraba las dietas y
el alojamiento gracias a la generosidad y buen hacer de Daniel, a quien, por
supuesto, estoy muy agradecida por su inmejorable hospitalidad.
El plan de rodaje era el típico plan de
snuff movie: 10 jóvenes de entre 24 y 35 años (bueno, supongo que sería más
propio para una snuff que los implicados fueran más jóvenes) cada uno de ellos
especializados en diferentes campos artísticos o relacionados con el ámbito
literario-editorial, en una casa aislada, durante un fin de semana. La idea era
muy fresca: una fiesta. Una fiesta real, con su barbacoa, su alcohol barato, un
ambiente distendido y entre tanto entrar en escena, hablar entre nosotros sobre
el libro, sobre el estado actual de la cultura, de la sociedad... etcétera.
Antes de ir al lugar de los hechos a
encontrarnos con el resto de los implicados, acompañé a Daniel al súper a comprar los víveres para el fin de semana, ya que a
efectos prácticos íbamos a estar incomunicados. Los víveres se resumieron en
toneladas de alcohol barato. Vodka, ginebra, ron, whiskey, sangría y cervezas
para aburrir. Me lo paso bien en los súpermercados. Soy como una niña para
muchas cosas y esta es una de ellas. Llevar el carro, y llevarlo hasta arriba,
que casi sea él quien me lleve a mí. Esa alegría preparty. Además yo estaba muy
nerviosa porque no conocía a ninguno de los participantes. Nerviosa por mi
timidez incontrolable, por supuesto, pero también porque todos ellos eran
personas interesantes, que viven por y para la cultura. Es algo que echo mucho
de menos durante mi estancia en Bayreuth. Es cierto que aquí he conocido gente
estupenda con quien me lo paso realmente bien, pero echaba de menos relacionarme
con gente de mi campo, con quien hablar de intereses comunes y las frikadas
propias del artisteo. Estaba nerviosa y emocionada como un niño antes del
primer día de colegio.
Me
cortan la conexión. Vuelvo mañana.
Besos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario