Fragmento de La teoría del vaso de agua (Ed. Salto de página, 2013), de Javier Menéndez Llamazares.
—Por favor, no me hables en plan Elvis, sabes que me pone enferma —repuso Mentxu—. ¿Cómo es eso de que te largas? ¿Adónde?
—Me voy
de aquí, cariño. Berlín es un rollo. Alemania es un muermo. Europa
entera apesta. And I'll be having fun in the warm
California sun.
—Dondequiera
que vaya, cada uno lleva lo que trae —opinó Lemmy desde una
esquina de la librería, levantando levemente el sombrero para
rascarse la frente.
Durante
unos días, la chica estuvo de bastante mal humor. No le molestaba
que Jimmy se fuera, sino que ni siquiera le hubiera propuesto
acompañarle. Cierto que hubiera tenido que declinar la proposición,
pues los motivos no escaseaban: con el trabajo, los problemas de
visado o la falta de presupuesto habría bastado. Sin embargo, le
hubiera gustado saber que quería ir con ella, que al menos se lo
hubiera ofrecido. Eso, por no hablar de que así sería imposible
solventar sus dificultades para alcanzar el orgasmo. Finalmente,
Jimmy partió, y desde entonces tenía que conformarse con media hora
diaria de conversación telefónica.
El
fotógrafo la llamaba cada tarde a las seis en punto. Hasta entonces,
Mentxu se pasaba el día escuchando su canción.preferida en
aquellos días, I'm Waiting for the Man. I'm waiting for my man,
canturreaba a cada rato, y pasaba las horas muertas buscando en
el diccionario cada una de las palabras que conseguía
comprender de la canción. El inglés nunca se le había dado
demasiado bien, pero esta canción le resultaba aún más difícil;
hasta el nombre del grupo le resultaba incomprensible: Terciopelo
Subterráneo. Algo grosero, seguro.
Además
era una tarea complicada, puesto que no tenía un diccionario
inglés-español, y primero debía traducirlas al alemán, al más
puro estilo Samizdat. Aun así, sólo entendía algo de veintiséis
dólares y un amigo impuntual que no acaba de llegar, y que lo
primero que aprendes es que siempre tienes que esperar. Como ella,
que aguardaba hasta que dieran las seis contemplando la portada de
aquel disco que le había dejado Jimmy a modo de despedida,
con una pegatina en forma de plátano en la portada, y una pequeña
anotación que decía: «Pelar despacio y contemplar». Al
retirar el adhesivo parecía como si, en efecto, pelases un plátano:
debajo estaba dibujada fruta sin piel, pero en color carne. Todo obra
de un tal Andy Warhol, quien según había oído era un tipo raro de
Nueva York que andaba de fiesta en fiesta con una peluca rubia y
rodaba unas películas muy extrañas. Como Jimmy, que también
estaría de fiesta en fiesta, recorriendo la avenida Lexington arriba
y abajo, buscando en qué gastar sus veintiséis dólares. O en
Ashbury o dondequiera que estuviese, seguramente rodeado de chicas en
bikini subiendo por sorpresa a su puñetero descapotable. Maldita
California.
Por
televisión no dejaban de hablar del «verano del amor» y de la
nueva perdición de la juventud, el estilo de vida hippy y su manía
de hacer el amor y no la guerra. Especialistas muy sesudos y
trajeados alertaban constantemente sobre los peligros de esa nueva
epidemia americana, que ya había infestado Gran Bretaña y amenazaba
con extenderse por todo el viejo continente, una peste de mugre y
amor libre que acabaría por derrumbar los pilares de la sociedad
occidental. Quizás eso había animado a Jimmy a regresar a casa,
saber que en Monterrey se habían apiñado doscientas mil
personas para escuchar a Janis Joplin, Jimmy Hendrix o los Who.
Doscientos mil deadheads, de los que la mitad serían
chicas, chicas deseosas de poner en práctica el credo hippy con el
idiota de su novio, que no terminaba de telefonear.
En Berlín,
sin embargo, más que amoroso el verano resultaba político. A
pesar de las restricciones legales, los estudiantes seguían
protestando, reclamando justicia por el asesinato de Ohnesorg y
exigiendo el fin de la guerra en Vietnam. Para burlar la prohibición
de manifestaciones, evitaban convocar formalmente ningún acto;
boca a boca se pasaban consignas y luego todos coincidían
casualmente en la misma calle, mientras paseaban.
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