Bueno, aquí está el vídeo de la presentación de Happy Meal para quienes no hayáis podido ir al evento:
Happy
Meal – Peluches en los coches.
Sólo
tenía el título, y no era éste sino “Peluches en los Coches”.
Me hizo gracia cómo sonaba. Se me ocurrió alrededor de la semana de
San Mateo (las fiestas grandes de Logroño), volviendo a
casa de estar
pegando carteles anunciadores de la
presentación de
La Involución Cítrica. Así que hace poco más
de un mes de aquello. Mi forma de concebir el tiempo es muy difusa.
Siempre me parece que hace mucho más,
pero no que los días hayan pasado más
despacio. Me fijé en varios coches aparcados. Daba la casualidad de
que todos tenían peluches horteras decorando la parte de atrás.
Peluches realmente feos. Me pregunté por qué se considera al
peluche
elemento decorativo de automóvil. Como esos dados horrorosos que
cuelgan de algunos retrovisores. ¿Por qué? ¿Nadie ha pensado nunca
en ello? El coche es ya de por sí asfixiante por su aspecto de
cabina. Por qué abarrotarlo entonces con criadores de polvo. Pienso
en niños. Pero los coches que más
peluches llevan no son familiares, sino primerizos: contienen a su
primer conductor: joven, dieciocho años mínimo, post-adolescente.
Esa etapa. Quizá sí son niños. Niños que follan en coches
repletos de peluches horteras. Se me antoja dantesco. Como practicar
sexo en un Chiquipark, un Toys 'r Us o, como decía el Chivi, en los servicios de un Mc Donalds. Peluches en los Coches. Buen título para un
poemario. Tengo que escribir un poemario. Acaban de publicar La
Involución Cítrica y tengo que escribir un poemario. Me lo comentó
Nerea a finales de agosto, en otro acto poético en el que coincidimos. Me habló de Cartonerita Niñabonita y me propuso
publicar con ellos. Cartonerita Niñabonita necesitaba sangre fresca.
No me lo dijo así, Nerea no es caníbal. Me dijo que querían
publicar a autores jóvenes, que les enviara un poemario porque era
posible una publicación. Desde aquí, gracias Nerea. No sé si mirar
hacia algún lado. Qué raro es esto de estar en una pantalla.
Gracias, darling.
El problema era el siguiente: no tenía nada escrito. Sí, cosas
escritas muchas, ¿pero para otra publicación? Ya había pulido
varios de mis últimos poemas para La Involución. No me parecía
justo abrir el baúl de los recuerdos y seleccionar los que había
rechazado para La Involución y otros proyectos. Esta editorial de la
que me hablaba Nerea tenía un nombre demasiado bonito, puro y
virginal como para entregarle las sobras de nada. Así que mentí.
Dije “Tengo algo que enviar” cuando en realidad estaba diciendo
“Escribiré algo”. Un mes después sólo tenía el título. No
tendrán
prisa, pensé. Ya lo escribiré. Pero entonces, ya en Bayreuth, David (Giménez) me comentó por Internet: La presentación de tu poemario
y del de Nerea será
en Artefacto. Jorrrrl. Escribir. Qué.
a) Hay dos arañas enormes en mi habitación. Con una de ellas me
desperté el otro día. La tenía caminando sobre mi espalda. Quizá
no fuera demasiado problema sino padeciera aracnofobia desde niña.
b) Estoy viviendo en una pequeña ciudad alemana y me siento
extranjera, con todas las letras. La naturaleza lo rodea todo. Estoy
rodeada de belleza, pero también de insectos.
c) Tengo que matar
arañas si quiero poder vivir en este apartamento. Cuando consigo matar
la primera (con Hugo Deep Red; después ya me compraría
insecticida), termino vomitando: además de tener un miedo
irracional, resulta que soy una puta hippie. Veo a la araña deshecha.
No sé de qué está
compuesta la colonia Hugo Boss pero la ha
disuelto. Las patas de la araña se han soltado del cuerpo. Me quedo
mirando. Oigo el latido de mi corazón, algo que no soporto. Pienso
en la muerte y en un folleto que me entregaron dos testigos de Jehová
o de otra religión con complejo de comercial del Círculo de
Lectores: “What happens to us when we die?” Pregunta el folleto,
como si yo pudiera tener la respuesta: Qué nos ocurre cuando
morimos. Responde con una cita de la biblia (Eclesiastes 9:5): “Los
muertos... no son conscientes de nada en absoluto”. Esto no me
agrada. Continua el folleto: “Desde que morimos no podemos pensar,
sentir o experimentar nada.” (Salmo 146:3, 4). Me cago en la puta.
Era lo único a lo que podría agarrarme. Si hay algo a lo que temo
más
que a las arañas es a la muerte. ¡Y ahora ni la Biblia me
ampara!
La araña ha muerto. Ya ni siquiera es una araña. Se
ha evaporado como si nunca hubiera estado aquí. Quizá
mi miedo sea tan irracional que es
psicosomático. Las arañas nunca estuvieron. No existen. Sólo eran
una prueba para superar mis miedos, que no tienen tanto que ver con
los insectos como con la comunicación.
d) Babel. Erasmus. Salgo
con unas chicas erasmus y españolas. Conocemos a unos alemanes que
hablan español pero con acento mexicano unos, boliviano otros,
porque pasaron el año anterior en Sudamérica. En un mismo salón
fluye el español, el inglés y el alemán. Nos “hacemos entender”
entre nosotros. Pero qué coño es eso de “hacerse entender”.
Así que tengo: Arañas. Muerte. Idioma.
¿Y si hago del tiempo -mi mayor enemigo- un insecto? Convierto a
Saturno en araña y escribo un poemario desde el punto de vista de
una Ops atormentada. Ops diosa de la fertilidad casada con Saturno,
que se come a sus propios hijos.
Ops
piensa:
“Siempre
te he querido más que a nuestros propios hijos. Productos de un don
que me acompleja /
que
me hace ser deidad pero no ave
sino
complejo ornitológico de corral /”
Mi
Ops se siente “esposada a la prisa /
y el
deterioro.”
Se
pregunta si podría vencer al tiempo comiéndose a sus niños.
Comiéndose un McAbro Menú Infantil: un Happy
Meal.
Todo
es infantil. Aquí en Bayreuth como extranjera: estoy aprendiendo a
hablar. También sigue habiendo peluches. Los coches aparcados cerca
de los apartamentos universitarios y las facultades los tienen.
“Los
coches suenan igual en todas partes los días de lluvia”.
Y
los peluches, como todos los muñecos, tienen ese carácter de
incorruptibilidad. Pienso en accidentes mortales de coche causados
por escape de CO2.
“El aire me quita la vida y me duermo y los
muñecos
me
sobreviven.”
Los
peluches en los coches constatan que somos presos. Como el poema
“Cajas” de Ángel Guinda. Vivimos en cajas. Salimos de unas para
meternos en otras. El peluche de feria que termina en un coche,
también: Desde la parte de atrás ve alejarse el camino. Se siente
preso del mismo modo que se sentía preso en la máquina de la que
fue sacado con un gancho.
En todos sitios nos sentimos igual
porque no podemos escapar de nosotros mismos.
Así
que la mayor parte de Happy Meal ha sido escrita un domingo de
resaca: El final de la primera semana en Bayreuth. Con el suelo de
moqueta impregnado de insecticida. Los consejos familiares:
“aprovecha el tiempo; no pierdas el tiempo”.
Happy
Meal podría ser también La
pesadilla de Lolita.
Cierro el poemario con un relato que escribí hace un par de años:
“Moscas y Veneno”*. Ese relato podría haberse titulado así: La
pesadilla de Lolita. El miedo de Lolita a perder su encanto infantil,
a corromperse, en una piscina llena de insectos muertos.
Antes
de enviar Happy Meal a David, se lo envié a Valle Camacho, mi madre,
pero también una genial ilustradora y, si yo escribí el poemario en
un fin de semana, ella lo ilustró en una tarde. El modo en que había
representado mis poemas me dejó alucinada. No sólo por la calidad
(conozco a mi madre desde que nací, ya sabía que era una gran
artista), sino porque había entendido Happy Meal a la perfección.
Necesitaba insectos y terror, pero también un toque naif.
Imprescindible representar el carácter infantil.
Happy Meal es el
miedo de quien ha llegado al mundo y empieza a aprender qué es la
vida y se pregunta por qué el tiempo no se puede detener.
Visto
así parece otro folleto de testigos de Jehová, con la diferencia de
que yo no doy respuestas. Ops tampoco. En la primera clase de Artes
del Libro, hace siete años, en la Escuela de Arte, Julio Hontana nos
dijo que lo que diferenciaba al bachillerato de artes del resto de
bachilleratos, era que el resto buscaba respuestas, al contrario que
nos-otros, a los que se nos pedía que planteáramos preguntas. Y eso
es lo que sigo haciendo desde entonces, desde el arte, la filosofía
y la poesía.
*Finalmente, por problemas de maquetación, extensión y logística, Moscas y Veneno tuvo que ser retirado de Happy Meal.
Os dejo una canción de Florence + The Machine que me acompañó en el proceso de creación de este Happy Meal y en este deseo inabarcable de querer escapar de mí para escapar de la muerte.
con un par, en un finde un poemario, que crack
ResponderEliminarBuena entrada Adri, me han dado muchas ganas de leerlo, y me gusta la edición.
ResponderEliminarAy, qué lejos estamos de Logroño.
Yo también aprendo aquí a hablar :)
Podéis leer más sobre el acto en el blog aulaliterariadelogrono.blogspot.com
ResponderEliminarMuy buena! Ya sabes, haz más, porque para ser tu primer vídeo está muy bien. Yo en el primero estaba acojonada pero ya me voy soltando. Lástima que no pude ir a la gota de leche, ya te dije que esas horas son malas para mí, pero te sigo de cerca, Lady Awi. Un beso enorme. Keine sorge, be happy.
ResponderEliminarSon una auténtica chulería estos cartones. Enhorabuena.
ResponderEliminar