viernes, 19 de octubre de 2007

me aburro mortalmente

No me gusta la tele.

Es más: no la veo. Me repugna, me hace sentir inútil perdida.

Así que diréis, ¿y el post anterior?

Ahí va:

Había una vez una chiguita que para ir de Logroño a Valladolid utilizaba el tren.

Un tren que cada vez m
a´s parece ir dirigido a un campo de exterminio.

Dos fricazos que se ponen los asientos de delante mirando hacia ellos con el fin de colocar un portátil al que más tarde añadira´n dos mandos.

Cuatro pijas de las cuales sólo una habla. No habla, no, berrea.

No hables si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio

Televisión, ropa y cosas enormemente humildes como lo siguiente:

Estaban hablando de lo pobres que eran. Una de ellas, pobrecita, estuvo trabajando cuatro días en un bar o no sé qué sitio, donde le pagaron trescientos euros. Sí, sí, trescientos euros por cuatro días. Pobre alma de la caridad... Y qué considerada, que con ello se compró un snow board, para que sus padres no se gastaran dinero en ella.

Como tampoco lo habrán hecho con la matrícula de la universidad o con la receta que pasa la residencia cada mes... Ejem, ejem.

Mira que trabajar cuatro días por esa miseria... ¡sólo para que sus padres no tengan que molestarse en comprarle una tabla de esquí!

El Nóbel de la paz le tenían que dar.

¡Que se lo quiten a Gore, que ella lo merece más!

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