Mozart, la luz del sol, el salón bien iluminado. Paredes de color beige, estantería de pino donde guardas los compact discs. Una tele, un sillón. La alfombra que te negaste a abandonar cuando murió tu madre. Tú, sentada sobre el sillón, aburrida, pero tranquila y feliz. Serena. Disfrutando.
Los pequeños placeres de la vida se esfuman de repente. De su efímera existencia radica su adoración.
Estás sentada en tu sillón, aburrida pero tranquila. Feliz. Serena.
- Tengo el espíritu maternal donde yo te diga. – Acabo de conocer a Carla. Se ha
sentado junto a mí en el bar, interrumpiendo mi caña de la mañana. Aún no le he dirigido la palabra, pero ella sigue hablando. – En serio. No lo tengo, por eso estoy sola. Maldita sea, las tías se enrollan con tipos que les recuerdan a su padre. ¡A su padre! Si, es así, aunque parezca extraño. Y seguramente los hombres también se quieren follar a tías que les recuerdan a sus madres. Y dime, si no tengo espíritu maternal, ¿quién querrá follarme?
- Hay hijos de madres sin espíritu maternal.- Me está aburriendo. No habla de nada interesante, sólo estupideces encadenadas queriendo parecer una estructura interesante y coherente. Pero no lo consique. Y me está amargando la caña, así que me levanto, pero antes de irme objeto: – Y, por favor, ¿de veras crees que quiero tirarme a mi madre?
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