Nacemos monstruos y vamos empeorando con la edad. Sobre todo en el colegio, en primaria. Ese es el punto álgido de nuestra monstruosidad. El momento en que nos damos cuenta en qué fallamos, cuál es nuestro punto de atracción y cuál el punto de detracción. Qué nos aman, qué nos odian.
Somos monstruos, cargando a nuestras espaldas las vergüenzas, todos y cada uno de nuestros prejuicios. Las manchas de nacimiento que no se van ni con maquillaje y que se multiplican a la luz del sol. Escondidos en un mutismo de pudor inconfesable, intentando aparentar siempre que todo va bien. Que no somos bestias como el resto.
Somos el monstruo gordo de la clase de quinto de primaria, a quien no queríamos nadie y llamábamos bola de sebo; somos el monstruo cíclope de segundo de primaria, a quien llamábamos cegato por tener un parche en el ojo izquierdo. Somos la caspa, los kilos, el moco, la roña en el cuello de todos esos niños marginados. Somos la vergüenza de nuestros años de instituto, los chándales cutres de adidas para las clases de educación física. Somos aquella voltereta que no supimos dar, el balón prisionero que nos dio en toda la cara, el sol que nos cegaba al jugar sin ganas al puto vóleibol.
Todos somos los monstruos. Las cajeras del día madres solteras a los veinte con un novio que se sobreexcita al cambiar el motor del coche. Todos somos los monstruos. El triunfador que se muerde la lengua cada vez que recuerda lo patético que fue a los quince.
Somos monstruos. Cargamos a nuestras espaldas, y lo tenemos tatuado en la frente, quiénes fuimos y el peso de nuestra vergüenza.
Somos monstruos, cargando a nuestras espaldas las vergüenzas, todos y cada uno de nuestros prejuicios. Las manchas de nacimiento que no se van ni con maquillaje y que se multiplican a la luz del sol. Escondidos en un mutismo de pudor inconfesable, intentando aparentar siempre que todo va bien. Que no somos bestias como el resto.
Somos el monstruo gordo de la clase de quinto de primaria, a quien no queríamos nadie y llamábamos bola de sebo; somos el monstruo cíclope de segundo de primaria, a quien llamábamos cegato por tener un parche en el ojo izquierdo. Somos la caspa, los kilos, el moco, la roña en el cuello de todos esos niños marginados. Somos la vergüenza de nuestros años de instituto, los chándales cutres de adidas para las clases de educación física. Somos aquella voltereta que no supimos dar, el balón prisionero que nos dio en toda la cara, el sol que nos cegaba al jugar sin ganas al puto vóleibol.
Todos somos los monstruos. Las cajeras del día madres solteras a los veinte con un novio que se sobreexcita al cambiar el motor del coche. Todos somos los monstruos. El triunfador que se muerde la lengua cada vez que recuerda lo patético que fue a los quince.
Somos monstruos. Cargamos a nuestras espaldas, y lo tenemos tatuado en la frente, quiénes fuimos y el peso de nuestra vergüenza.
Todos hemos sido en algún momento Ralph Wiggum. Ese niño algún día llegará a presidente o a papa
ResponderEliminarhttp://youtube.com/watch?v=uuk40UzfT_A
Yo soy un monstruo... de pequeña me reía de todo y de todos, luego en la adolescencia me dí un batacazo de la leche cuando me fijé por primera vez en mí, así que la autoestima cayó en picado. Luego, de repente, me hice "mayor" y me caí bien a mí misma y los demás también me cayeron genial, y no encontraba motivo alguno para reírme de nadie por gordo, flaco, cegato o cojo, así que bueno... soy un monstruo porque no expreso todos mis sentimientos a quien los merece, pero ya está.
ResponderEliminarFirmado: monstruito! ;)
Adriana, me gusta este cambio radical que has dado. Y qué razón llevas...todos somos monstruos.
ResponderEliminarUn saludo.
R.
monstruos o cabronazos....como se quiera llamar...
ResponderEliminarla edad nos hablanda o nos vuelve peores...
entraremos algun día en razón??
http://www.youtube.com/watch?v=WLnZ3faY38Q
Te has olvidado del monstruo que se comía to lo negro. No te lo perdonaré.
ResponderEliminarOye, niña de los pezones ácidos, que sales muy guapa en el periódico, con esa carita de no haber tragado nunca un sable y con todo ese bagaje cultural que me da ganas de follarme a la bibliotecaria de mi barrio.
Ya la pillaré, ya.
Fantástica la reflexión, me tienes anonadado.
Un lamentón en las naranjas.
¡Ah! que acabo de leer que los hijos de puta de AdSense nos acaban de joder el rollo. Cabrones...
ResponderEliminarIba a pinchar en las naranjas y lo he visto.
Ya los pillaremos, ya.
¿Tú sabes si lo dirige una tía?
¡Te insulto! por ser tan... tu (!!) hoyga
ResponderEliminarpoco que decir a esta entrada salvo reiterar que nunca dejamos de serlo: monstruos nacemos y morimos.
ResponderEliminartan sólo agradecerte el mostrarme a mathieu chedid, que me ha encandilado.
hasta pronto!
y la mejor cualidad de los monstruos que somos es nuestra manera de (de)formarnos con el paso de tiempo. así tan natural.
ResponderEliminartengo recién descubierto tu blog (y mola aunque escribas con letras de colores :P)
Ayer estuve buceando por aquí de madrugada, no sé si lo notaste.
ResponderEliminarY he visto muchas cosas. Una de ellas es que tus problemas al tildar las "as" vienen de largo. Hay gente que vende teclados a punto de irse al paro eh.
El resto de cosas te las iré diciendo poco a poco, que si te las suelto todas de golpe se te inflará el ego y las tetas. Y no soporto las tetas neumáticas.
Este comentario tiene un link que lleva a un blog, pero no es SPAM. Te lo digo yo.