miércoles, 3 de junio de 2009

Efluvios de Vergüenza

Recupero un pastiche que escribí en abril con intención de presentarlo a un concurso literario. Como tengo bastante claro que no voy a ganar, lo cuelgo aquí para que apreciéis lo densa, aburrida y sosa que puedo llegar a ser. Las bases del concurso pedían que se tratara el tema de La Mujer En Tiempos de Crisis.










Se termina el primero de los tres cigarrillos que le quedan con los ojos húmedos a punto de desbordarse, mientras pasa, apenas sin mirar, fotos del Facebook de alguna desconocida, amiga de amigo, más guapa que ella, temiendo que ahora Gorka esté con una así. También ve, en su paseo por Facebooks ajenos, el mar. Pelos encrespados por la humedad, sonrisas y mar. Y es entonces cuando se desborda en mil lágrimas, pensando en todo lo que no podrá volver a vivir pero sí vivirá Gorka con su nueva novia.



Mira por la ventana, a través de su vieja cortina naranja empapada en tabaco, las luces difuminadas de una ciudad de noche, preguntándose cómo puede todo estar en calma si ella es incapaz de dormir desde que hace un mes todo se acabara de repente.



Porque el futuro, ahora, se oculta inaccesible tras una abrupta capa negra.



Pero no hay tiempo ya para gritar que todo es injusto. Ahora sólo le queda afrontarlo.



El cuerpo de Jugaitz se va consumiendo por culpa del alquitrán que antes le sirviera de placebo para afrontar cualquier situación que se le escapara de las manos. Lo mismo que con el alcohol. Su afición por el vodka, y en especial por los rusos blancos, está terminando con su existencia. Beber en compañía ya no le apetece, porque el mero hecho de pensar que pudiera encontrarse a Gorka con su nueva novia, le ha obligado a mantenerse en casa, recreándose en su tristeza, llorando y bebiendo hasta quedarse casi inconsciente sobre la cama.


Nerea perdió su trabajo en diciembre, antes de Navidad. Trabajaba en una tienda de ropa en un centro comercial de Vitoria, pero las cosas empezaron a flojear y con ella se fueron a la calle otras cuatro dependientas. Sin explicaciones. La crisis, decían. Desde entonces ya han pasado siete meses y aún no ha encontrado otro trabajo.

Las cosas se ponen negras y el dinero escasea, y la tristeza y la impotencia de no saber cómo va a sobrevivir otro día sin poder tomarse una caña para recortar gastos le quita las ganas de levantarse por la mañana. O de acostarse por la noche.

Nerea camina durante horas con una carpeta en la mano, parando en cada establecimiento del que cuelgue un Se Necesita Personal escrito con Edding negro. Y vuelve a caminar, con sus gafas de sol y el mp3 colgando, con canciones de The Sounds y Ting Tings porque el resto de grupos sólo consiguen entristecerla. Y eso es lo de menos, porque, aun así, caminar sola no le ayuda.


Jugaitz borra todos los rastros con la falsa esperanza de borrar también los recuerdos, como si Gorka sólo fuera un conjunto de retales: una dirección de Messenger, un perfil de Facebook, canciones, libros y otros regalos que le hiciera, como aquella rosa tratada que se negaba a morir dentro de un jarrón de flores.




- Dios, tengo que ir hoy al puto ginecólogo y no quiero, joder.
-
Jugaitz, si quieres te acompaño yo. - Pero… ¿No tienes nada que hacer?
Nere
a vacila un momento y sonríe. Hace meses que nadie me reclama, piensa.
- Nada mejor que esto, Jugaitz.

Nerea nunca antes ha ido al ginecólogo, pese a tener veintiún años recién cumplidos y haber perdido la virginidad a los dieciséis. También recién cumplidos.


Jugaitz está nerviosa, sus pulsaciones pueden notarse desde el otro extremo de la sala de espera, aunque sabe perfectamente lo que le van a decir. Nerea observaba al resto de pacientes: una mujer de unos cincuenta años, sola, con su camisa larga marrón y unos pantalones negros incapaces de disimular su gordura y el paso de los años recorridos en sus piernas; una mujer rubia teñida, cuarentona, en chándal y junto a ella su pareja, otro hombre que también aparentaba ser padre de un amante del Tuning de dieciocho años, y una mujer de treinta y muchos, sola, atractiva y, aparentemente, segura de sí misma.


Discuten, mientras Jugaitz está dentro, ya en la consulta, porque les han dado cita para las cinco, las cinco y dos y las cinco y tres minutos respectivamente. Mientras tanto, Nerea ya lleva esperando a Jugaitz desde hace veinte minutos.


Las otras mujeres, discutiendo, sobre cosas que ella aún no ha experimentado ni quiere experimentar. Imaginándose en una máquina de tortura, abierta de piernas a la espera de ser violada por un instrumento frío y doloroso.


Jugaitz sale llorando de la consulta, pero no quiere hablar. Nerea no quiere insistir.


Aquí la cuestión es muy simple: Jugaitz está muy enferma. Realmente, ahora, y sólo ahora, Jugaitz se está pudriendo por dentro. Su sexo, sus pulmones, su útero maltrecho. Todo su interior está haciéndose trizas y, para colmo, no le queda confianza, ni en sí misma ni en nadie, como para poder gritar lo que le está ocurriendo. Se aleja de los demás y se siente sola, y se siente tan sola que no es capaz de unirse al resto. Ahora sí, por fin, lo ha conseguido: notar cómo su vida se desvanece efervescente entre el dolor más agónico y porque sí, porque ahora, si no es mañana, dentro de unos meses, va a morir.


Nada en la nevera. Nerea descubrió anoche que no le quedaba dinero en la cuenta. Sólo diez euros que debía proteger mejor que si fueran sus propios hijos. Hubiera querido darse cabezazos contra la pantalla del cajero, pero aunque sí estaba bastante borracha como para poder hacerlo, optó por enviar un mensaje de socorro a su padre. Antes de volver al bar e intentar que alguien le invitara a otra copa.

El lunes seguía sin tener noticias de su padre, al menos no noticias buenas. Sólo recibió una llamada por su parte de la cual sólo sacó en claro que su padre no le pensaba ingresar ni un euro.

¿Se puede saber en qué te gastas todo el dinero?

Nerea cuelga sin responder, y vuelve al vaso de licor de café que tiene sobre la mesa. Vuelve, de nuevo, como tantas veces a lo largo de cada día, a revisar su correo y las ofertas de Infojobs, Laboris, Infoempleo y otras tantas páginas de empleo en internet. En sus menús privados, en más de la mitad de las ofertas en las que se ha inscrito pone en rojo: Descartado.


Y en su correo un sólo mensaje nuevo, de un tal Gorka que responde a un anuncio que colgó hace meses en alguna web, a la desesperada, con el asunto: Necesito trabajar. Gorka no le ofrece un puesto de dependienta a jornada completa por menos de mil euros al mes. No le ofrece un puesto de comercial sin sueldo fijo. No le ofrece estar sentada durante horas con unos auriculares repitiendo la misma cantinela a un micrófono para vender ADSL. Gorka le pide lo que ya le pidiera hace meses, cuando aún salía con Jugaitz, y ella se negó. Pero esta vez no sólo pide, ahora ofrece cuatrocientos euros. Y Nerea ya está demasiado hundida como para pensar en los principios.


Escuchar a Adriana Calcanhoto no va a lograr calmarla, ni expurgarla. Pero ahora tiene un puñado de euros y unas lágrimas que más que a sal saben a efluvios de vergüenza.


Las náuseas y el dolor continuo, la tos, la debilidad y el desamparo cada día están más presentes en la vida de Jugaitz. Dentro de su útero algo pretende hacer perdurar la especie al tiempo que sus pulmones agarrotados en nicotina se niegan a dejarla respirar.


Tiene claro que no va a sobrevivir desde el momento en que se negó a seguir el tratamiento. Lo que no tiene tan claro es si va a ser capaz de aguantar seis meses más. Tiene claro que no quiere abortar, aunque tampoco sabe si va a servir de mucho esa decisión. Lo único que tiene claro es que no quiere hacer absolutamente nada.


Nada.

Nada.

Y la única persona que tiene en el mundo es Nerea, la única que, en caso de que sobreviva, podrá hacerse cargo de él. Hacerse cargo de unas cenizas que cada vez parecen más mojadas e incapaces de resurgir.

Y ni siquiera puede. Si Nerea no logra levantar cabeza, no podrá. Como no podrá tampoco llegar a querer nunca a un hijo de Gorka.

Y no quedará nada.

No quedará nada, salvo cenizas.

Las cenizas de un fénix que no logrará levantar el vuelo.


La de la foto es Gisele Bundchen en su mejor momento.

7 comentarios:

  1. No sé por qué piensas que no podrías ganar. La única razón, los jurados demasiado tradicionales a los que les gusta el "Érase una vez..." y los finales felices, aunque no reales. Y yo esa historia también me la conozco ;) Los rusos blancos son, a veces, algo malos. Mejor cambiarlos por el té blanco con chocolate y vainilla, está mucho más rico :P

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  2. A mi también me ha gustado mucho el relato. Me gusta como se entrecruzan las dos crisis, la económica de Nerea y la sentimental de Jugaitz, y cómo se muere de ésta y no de aquella, aunque Nerea tenga que caer bajo para superarla. Jugaitz simplemente no puede. Si yo fuera tú lo presentaba sin pensarlo; y si no ganas, que les den por el culo. En ese mundillo siempre hay mucho gilipollas.

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  3. No, si presentado esta´. Supongo que el fallo del jurado estara´ al caer, porque la entrega de premios es ya el 13 de junio.

    Morgana: té blanco con chocolate y vainilla? no lo había oído en mi vida! tendré que probarlo!

    (y de paso dejar el vicio por el vodka...)

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  4. Joder, no me entero de nada. Suerte entonces!

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  5. describes tu situación de una forma degarradora, tremendo. escribes muy bien, genial... ¡seguro que el fenix acaba despegando!

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  6. Hola!
    La primera vez que miro por tu ventanita en la red, y me encuentro la historia de dos chicas a las que la vida golpea duro, víctima y verdugo de si mismas. Tu forma de narrar la historia le da mucho más dramatismo...enhorabuena, leyéndote he tenido presente una vez más que la vida casi nunca es un cuento con final feliz. Me prometo seguirte, un beso.

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