- Deberían prohibir la sinceridad.
- Pero bueno, Ruth, ¿qué dices?
- Mira, cuando yo era pequeña, mi madre me dio un consejo: nunca dar a entender a alguien lo que sentía por él, ni siquiera dar a conocer mis puntos débiles. Si a alguien le dices que eres tímido y que encima estás enamorado de él, estás perdido. No te respetarán, e incluso darás asco.
- No lo veo así.
- Oh, ¡venga ya! ¿A cuántas tímidas has querido?
- No lo sé, Ruth. No tengo una lista de tímidas y no tímidas.
- Venga, ¿vas a decirme que te tiraste a la ñoñas de tu clase?
- Jaja, claro que no.
- Y no te la tirarías.
- No, claro que no.
- ¿Te fijaste alguna vez? ¿Era guapa? (...) ¿ves? Claro que era guapa, seguro, pero no la veías así, porque timidez y belleza no van asociadas.
- No digas tonterías.
- No son tonterías. ¿Y si alguna de las chicas con las que estuviste fue la ñoñas de su clase?
- No lo creo.
- Alguna habrá caído, aunque no lo supieras.
- ¿Cómo no iría a saberlo?
- Porque te lo ocultaron. Si te lo hubiera dicho, la hubieras rechazado.
- El pasado no importa.
- Y una mierda. Bueno, a lo que iba. Si te desnudas, todo está perdido. Lo aprendí a los siete u ocho años, no recuerdo bien. Le entregué una carta a Raúl, un chico rubito muy mono de mi clase. Me mandó a la mierda. Quisiera que me viera ahora el coño.
- Más quisiera él.
- No, no querría. No si supiera que soy la misma niña con uno cuantos años más.
- ¿Qué clase de niña?
- La ñoñas. La ñoñas de la clase.
- Ah. Bueno.
- ¿Te vas?
- Eh... Si, esto... tengo cosas que hacer. Adiós.
Sigues gustandome como escribes... sigue asi...
ResponderEliminarbesitos