jueves, 22 de febrero de 2007

Inteligencia Emocional


No ha sido un joven guapo e inteligente diciéndome que está loco por mí quien me ha hecho sentir bien conmigo misma. No.
Me ha hecho feliz un hombre, que se habrá tirado a quién sabe qué inmensa cantidad de tías, diciéndome “quiero comerte la boca”.

Estoy mal, ¿eh? Sí, muy mal.

Sobre todo cuando me dan pequeños ataques al corazón.

Corazón: ^o)


Mi corazón se está secando porque los tíos de mi edad, (bueno... no todos) son gilipollas. Los tíos que me rodean son cortos, son ignorantes.
No pillan indirectas, y si voy directa salen corriendo. Todo el día hablan de sexo, pero si lo hago yo, huyen de mí.
No puedo hablar de masturbación femenina, ni puedo desear. Soy mujer, y una mujer que habla abiertamente de sexo, como tan libremente pueden hacer ellos, es tenida a menos.

Vuelvo a tener trece años. Vuelvo a ilusionarme con chorradas.

Vuelvo a tener trece años, a ser terriblemente insegura, a asimilar la realidad: que soy inferior al resto, aunque suela sentirme superior.

Vuelvo a ver mi cuerpo desnudo en el espejo y a gustarme.
Pero sólo hasta el ombligo.
Mis hombros huesudos, la clavícula. La espalda estrecha, delgada; la cintura. Mis costillas, marcadas. Mis pechos, pequeños pero firmes. Me encantan, con los pezones rosas. Me gusto.
Sólo hasta la cintura.

Pero por mucho que me guste y me prefiera al resto de torsos que vea, soy consciente de que soy inferior. Este torso no está al gusto del consumidor.

Vuelvo a tener trece años, a ser curiosa, a ponerme nerviosa antes de un examen.

A divagar, sin fronteras en mi imaginación. Imaginación. Imaginación. Imaginación. Imaginación.

Vuelvo a tener trece años. A desear el sexo sin que me deseen a mí.
Da igual, yo me deseo. Me quiero por encima de todo, y por encima de todo está mi corazón.

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