jueves, 19 de marzo de 2009

Tierra

En primer lugar: Gracias a José Luis y Belén (In Red) por las palabras que depositaron bajo una entrada que escribí esta madrugada cuando llegué ciega perdida a casa. Siempre me planteo no colgar nada en el blog cuando estoy borracha, pero no aprendo.

Me oculto en silencio, de puntillas, con la mirada fija en el techo, queriendo ante todo reconciliarme con el agua que en su día me purificó y ahora se cuela a través de la cal, dejando surcos, agrietándome el alma.

Una tarde de verano. Una tarde de puro bochorno, el agua de la piscina sucia, repleta de hojas, culpa de un vendaval momentáneo a media tarde. Nubes, y muchísimo calor.

Insectos enormes caminando como máquinas, tierra seca bajo las hojas y entre los ojos, y el perro del vecino que no deja de ladrar. La tristeza de las siete de la tarde, el café que sabe a tierra, como todo esta tarde, es tierra. Todo esta tarde. Es tierra. Esta tarde sólo es tierra.

Sentir el impulso de la tristeza más profunda. Sentir cómo toda la fuerza se va hacia cualquier vertedero, en algún barranco profundo, hasta ahogarme. Ahogarme en la tierra, enterrada, hundiéndome poco a poco, sin poder salir, entre arenas movedizas.

Sentir el impulso de lo más bajo. Excitarse con orina, por sólo ser una excusa para tocar el sexo. Y vaciarnos por completo en cualquier alcantarilla. Desfragmentar la oscuridad hasta volvernos nítidos. Ser sólo sombras, desaparecer, como fugitivos, entre los retales del olvido.

Y ahora estoy sucia, con los pies fríos y los ojos llenos de unas lágrimas que duelen más que cualquier tacón de aguja. Estoy fría, pero eso siempre lo supiste. Tú, y todos. Que estoy podrida por dentro, muerta en vida, que sólo pienso en mí. Y aquella era una tarde de verano que sabía a tierra.

Sabía a tierra porque sabía que todo iba a terminar, así, bajo ella. Porque sabíamos a dónde iba a derivar todo esto mientras aquel niño pequeño, que puede que fueras tú, pisaba insectos. Mecánicos, y mecánico él también, como mi sonrisa. Lo único que nos hacía vivos era la tristeza.

Como orina, corrosiva, deslizándose por la alcantarilla.

Hoy, me deslizo yo, de puntillas. Con la vista fija en un punto, pero mirando nada. Me descalzo e intento moverme como una bailarina, pero sólo soy una lombriz de tierra a quien han pisado una mitad. Y tengo el centro rojo, y lloro, pero no puedo gritar. Sólo aparentar que me muevo mientras me embadurno en tierra. Siendo cada vez más sucia. Más despreciable. Una cualquiera

que ha perdido su mitad.

4 comentarios:

  1. que ha perdido su mitad, su media...naranja? =) Un beso.

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  2. Bueno, el desamor cuando eres impulsiva es así de fuerte y doloroso, si hemos pasado todos por ahí...

    Besicos

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  3. Qué pasada Adriana, me encanta, y no puedo evitar sentirme identificada aunque no me guste.
    Saludos.

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  4. steal the bastard back¡¡
    hey, yo también me siento identificada. Si alguien del otro lado del mundo escribe algo que me alcanza, creo que no estoy tan sola. Un abrazo :)

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