viernes, 8 de abril de 2022

Avanzar a dónde, esperar qué


Resulta que pensaba que tenía ansiedad nivel dios por un dolor persistente, opresivo, insoportable en el pecho. Pero no es ansiedad. Es costocondritis. Siempre se aprende una palabra nueva. Enantyum para soportar el dolor y paciencia. Se irá solo. Se irá el dolor. 

Esto da bastante igual, realmente. Quería escribir la palabra para no olvidarla y nombrar el origen del dolor. No es ansiedad, es otra cosa.

Busco siempre que todo sea mejor. Me invitan como poeta a la gira de la Biblioteca Activa y me quejo. Preferiría ir a recitar a otro sitio. ¿Qué es ese hotel café-teatro que hay en no sé qué pueblo? ¿Por qué no me invitan allí? En su lugar, recito para cuatro personas en Albelda, en plenas fiestas de Quintos. Mientras mis compañeros y yo recitamos o hablamos de poesía, se escucha de fondo la charanga de Makoki. El siguiente pueblo en la ruta es Lardero. Es un día especial: es abril y está nevando. No aparece nadie. Mis compañeras me dicen que no me frustre, que estamos sembrando. Que me frustro porque soy muy joven, que estas cosas pasan.

Llevo mucho tiempo siendo joven, me parece. 

Tengo treinta y cuatro años, un hijo de casi tres, unas piernas cansadísimas con dolor constante, llevo unas medias de compresión ocho horas al día, y no puedo coger al niño en brazos porque tengo un dolor constante en el pecho que ya se irá. Y esta sensación de frustración constante aunque las cosas parezcan seguir fluyendo en esto de la poesía. Sigo en ruta, seguimos recitando por ahí, coordino el slam de Logroño y hemos conseguido entrar en el circuito nacional, hago un pódcast de poesía con Nares Montero y Lola Nieto, va a salir un poemario mío pronto, ayer o anteayer me enviaron las pruebas y está de lujo maquetado, que lloro de emoción, ya volveré a esto más adelante. Pasan cosas buenas pero parece que me pasan por encima o que le pasan a otra persona. 

El pasado 28 de marzo estuve en un instituto de Getxo hablando de mi poesía, mi trayectoria y mis movidas a chavales de 2º de Bachillerato. Chavales que nacieron en 2004. Y yo hablando de cuando yo hice el bachillerato en la Escuela de Arte como si fuera anteayer. Que un recuerdo de aquella época me sobreviene cada dos por tres sin venir a cuento y me mata de vergüenza. Maldito recuerdo, ¿por qué vuelves? Lo escribo y lo traigo de nuevo a mi cabeza y me muero de vergüenza y de asco y pasó hace tanto tiempo y es como si lo viviera a diario. Qué castigo más absurdo. Qué ridículo ando haciendo siempre. Fue muy bonito. Fue un logro absoluto aquello y un reconocimiento que no hubiera imaginado ni en mil vidas pero ahí sigo, frustrada. Qué pobre fracasada soy. Estúpida. 

Hablo del blog. De este mismo blog, pero parece que fuera otro. El blog que empecé en 2007, cuando estaba en la universidad. Hablo de este blog, del libro que salió a raíz de él, un libro que nunca tuvo ningún sentido o quizá tuvo todo el sentido del mundo. La casualidad hace el libro llegue a la librería en la que trabajo al día siguiente. Vuelvo a la librería y ahí está. Mira lo que ha llegado, Adriana, me dicen las compañeras. Soy yo. Aquella era yo. La de la portada. La que escribía así. Aquella joven promesa. Joven entonces, sí. No ahora, no me jodas. Joven entonces. 

Están pasando cosas buenas, pero qué esperaba yo de la vida. Qué esperaba yo que iba a ser la vida. ¿Se puede seguir esperando algo ahora

Participo en la antología descomunal Naturaleza poética (La Imprenta, 2022), un libro en el que participamos más de setenta autores. Encuentro una reseña del poemario en El Periòdic y entro. Me sorprendo inmensamente cuando veo que las primeras líneas, buena parte de la reseña, guau, mucha parte incluso de la reseña, está dedicada a mi poema. Ángel Padilla desgrana «Madre ciudad acuna a un hijo hambriento» con un respeto y una generosidad inmensas, como solo podría hacerlo un buen lector de poesía que ha leído con atención y respeto un poema. Me emociono. Setenta y cinco poetas en el libro y Ángel se detiene de esa manera en el mío. Es precisamente el poema que abre la antología. Eso facilita las cosas. Pero qué responsabilidad ser la primera, ojo. Qué responsabilidad ser la anfitriona. Saboreo esta reseña como un gran logro y un gran reconocimiento. Vale, soy muy egoísta. Soy muy narcisista. Necesitaba reconocimiento. Necesitaba que se supiera que sigo aquí, que sigo viva, que sigo escribiendo, que lo sigo intentando aún, que no me olvidéis por favor, y aparece esta reseña. 

¿Pero qué me pasa?

¿Por qué todo queda eclipsado por el reconocimiento que no encuentro en mi casa, en La Rioja, en Logroño, por qué? ¿Realmente existe esa falta de reconocimiento aquí? ¿Qué espero de La Rioja, de Logroño? ¿Realmente es tan importante?

Visito un instituto de Getxo y el recibimiento por parte de las profesoras de lengua, de la directora del instituto y de los propios alumnos, es increíble. 

Se habla increíblemente bien de un poema mío en un medio valenciano.

Tronca, quédate con esto, por favor. Pero no me quedo con esto. Me quedo con el recital para cuatro personas en Albelda con la charanga de Makoki de fondo, con el vacío absoluto en la biblioteca de Lardero. Hace falta ser imbécil.

Hay más cosas buenas. 

El martes recibí las primeras pruebas maquetadas de Urbe capensis. Es muy probable que salga a tiempo para el 23 de abril. La maquetación es una gozada. Abrí el PDF en casa de mi madre y no dejaba de decir: «¡Madre mía, qué maravilla de maquetación. Buf. ¡No se queda ni un verso descolgado! ¡¡Esto lo han maquetado con muchísimo cariño!! Mira, esta página se puede leer como un poema solo. Esta también. ¡¡Esta también!! ¡Qué bien han cortado en cada página. Esto está increíble». Mi madre, que es mi fan número uno, me decía: «¡Está bien porque es muy bueno! ¡Lo has escrito tú así de bien!». Y yo: «Que no, que no. Que no hablo de eso. Es la maquetación. Esto lo ha hecho alguien que se lo ha leído muy, muy bien». 

Todo lo que ha rodeado la edición de Urbe capensis ha estado lleno de lectura y respeto. Desde el momento en que me llamó el director de la colección, que yo no caía en quién era ni de qué me hablaba, porque había dado por perdida toda esperanza. Era en plenas fiestas navideñas. Carlos estaba confinado por el covid y Óliver y yo pasamos las navidades en casa de mi madre. Estábamos por la calle, tarde de noche cerrada absoluta, muy de invierno muy de navidad, Óliver con un coche nuevo y mi madre hablando con algún conocido en la calle, creo. No sé, me pilló todo muy de sorpresa en la calle donde vivimos ahora. Nos mudamos en febrero. Hay muchas cosas nuevas. Bueno, aquella llamada. Cómo me habló de Urbe capensis. «Es un poemario espléndido», me dijo. Bueno, lloro. Después, cuando me enviaron la carta oficial para publicarlo, también fue emocionante. Es emocionante cuando las cosas se hacen tan bien. A mí me gusta mucho lo underground, ya sabéis, pero la pulcritud de las instituciones me vuelve loca. Todo este proceso me ha recordado mucho a la edición de Engaño progresivo en la colección de poesía de la Fundación Jorge Guillén. En 2012. Ha llovido también, ¿eh? 

¿Soportaba mejor el dolor cuando no le ponía nombre o pensaba en él como otra cosa? 


Veremos si dejan de pasarme las cosas por encima como si nada. Veremos si se va pasando el dolor. Veremos.


Comparto el vídeo de Christine and the Queens porque me encanta Christine, me encanta la canción y en el videoclip aparece hecha mierda por un pueblo, que es bastante cómo me siento gracias a mis traumas de niña de pueblo inadaptada. Que, por cierto, la ruta interboinas de Biblioteca Activa comenzó en Baños de Río Tobía. Prueba de fuego. Nos trataron muy bien y vino bastante gente. Gente que conocía a mi madre. Mis amigas de la infancia huyeron todas del pueblo como yo, imagino. Tampoco esperaba que viniera alguna de ellas. Pienso mucho en las amigas que he perdido o que he abandonado o que me me dejaron a mí. Pienso mucho. No consigo poner una barrera entre mi adolescencia y el ahora. Lo que pasó hace tanto tiempo no deja de venir a mí como si hubiera pasado ayer mismo. Es una puta maldición recordar con tanta nitidez todo lo que quiero olvidar. 

1 comentario:

  1. Uff, mi querida Adriana... me gustaría decirte esto con un cafecito pero hasta que llegue el momento te lo digo por aquí. Disfruta de todo lo bueno que te llega y te llegará porque te lo mereces, eres una poeta como la copa de un pino y si no te lo dice nadie pues te lo digo yo. La vida es muy, muy corta y siempre habrá cosas que no podremos evitar o no podremos cambiar por mucho que queramos por eso hay que disfrutar hasta reventar de todo lo bueno que pase. Deseando de tener en mis manos tu nuevo poemario. Voy a finales de abril, ojalá me lo lleve firmado y con ese café.

    Un abrazo enorme mi bella.

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