Os voy a comentar a grandes rasgos mi gran día de hoy. El día en el que he terminado tirada en la cama gritando algo así como “odio a todo el mundo”. Bueno, en realidad no he terminado así. En realidad he optado por ponerme una tila, tirarme en la cama y respirar profundamente. Tampoco ha sido para tanto. No, qué va. Desde que soy Santa he aprendido a tomarme las cosas con m´as calma. Ni siquiera me preocupa que
no me funcione la tecla “a”. Después de año y medio con el problemilla he aprendido a vivir con él. Para qué arreglarlo si puedo acostumbrarme a ello.
Quizá todo se resuma a eso. Para qué comerme la cabeza. Mejor me hago a la idea y punto. No iba tan mal encaminada cuando dije que
soy una inútil.
Como bien sabéis los que seguís este blog, llevo buscando trabajo desde Mayo. En principio
buscaba un trabajo para verano en Logroño, ya que es allí donde pasé todo el verano, pero al no tener suerte (o padrino), a finales del periodo estival decidí continuar mi búsqueda por Valladolid, que es mi ciudad de Invierno.
Si en Logroño no me llamó ni Chus, en Valladolid voy recibiendo m´as de una oferta desde el lunes pasado, que es cuando llegué. Supongo que no iba mal encaminada cuando dije que
Logroño es un puto pueblo donde sólo funciona el enchufe. De todas formas todo hubiera sido mejor si esas ofertas hubieran derivado en contrato y no en estúpidos “ya te llamaremos”. Estoy harta de tanta entrevista que no va a ninguna parte, de patearme esta ciudad entregando curriculums que no sé si llegan al jefe de personal o a la papelera. Estoy harta de escuchar la pregunta “¿Pero tienes experiencia?”. Harta de visitar mi menú privado de Infojobs y leer “descartado” en la mayoría de las ofertas a las que me inscribo. Descartada como dependienta, como recepcionista, como promotora, como los cojones. Y otras trabajan en la radio sin tan siquiera estudiar periodismo o tener una voz bonita.
Bueno, pues aquí la inútil, tuvo una entrevista el viernes por la tarde en una cafetería. Buscaban a una camarera para media jornada por las tardes, de lunes a viernes, y también camareros de refuerzo para los fines de semana por la noche, de once a cuatro. “¿Pero tienes experiencia como camarera?”, me pregunta la jefa. Pues no, ¿no lo sabes? ¿O me has citado sin tan siquiera leer mi curriculum?
Tiene gingivitis, mi gran temor. Si, tengo miedo a quedarme sin encías. Pues bien, esa tía no tenía. Gingivitis. Sobre los dientes no había apenas encía sino una asquerosa capa negra. Me hablaba y no podía dejar de mirar ahí. De todas formas era difícil porque no dejaba de sonreír. Esa maldita gente que sonríe mientras te esta´ llamando inútil. Y no, no tengo experiencia, pero te estoy diciendo que quiero trabajar. No creo que sea muy difícil poner copas un viernes por la noche. Joder, creo que nadie sepa m´as de combinados que yo. Pero no tengo experiencia ni una talla cien de sujetador o una treinta y cuatro de pantalón. “Mañana te llamo con lo que sea”, me dice con su sonrisa de calavera.
Al día siguiente esperaré una llamada que sé no va a realizarse.
Al día siguiente por la mañana tengo otra entrevista. Esta vez en una ETT. Una empresa de adsl busca teleoperadoras. En un edificio del polígono San Cristóbal.
“En principio no buscan gente con experiencia, sino gente con ganas de trabajar a la que le guste realizar llamadas.” Me dice la chica de la ETT, que resulta ser bastante simpática. “Siete euros y pico la hora m´as comisiones, 25 horas a la semana. No esta´ nada mal si lo quieres compaginar con los estudios. Porque estudias… - mira el curriculum- filosofía… por la mañana.”. Sí, y mantengo la esperanza de algún día ser profesora de filosofía o, en el mejor de los casos, escritora. Mi objetivo en esta vida es acabar con Zafón y Reverte. ¿Qué te parece?
“Sí, tengo muchísimas ganas de trabajar.” Muchísimas. Mataría por un trabajo. Mataría por ver hincharse mi cuenta corriente. Ver´as, es que tengo una carrera y un piso que pagar, ¿sabes? No soy esa clase de niñas pijas que se meten a currar en la bocatería de su primo para demostrar al padre que pueden vivir sin su dinero. No sé si me explico, ¿sabes? No es que quiera parecer interesante diciendo que estoy reventada por currar. No, es que necesito trabajar. Es que lo necesito, joder. ¿Qué quieres? ¿Que me meta a puta? ¡Es que en eso tampoco tengo experiencia!. Sólo sé escribir, ¿sabes? Sólo sé hacer eso. No sé, ¿no tienes algo para mí en el Norte de Castilla? Ah no, que para trabajar en radio, televisión o prensa es necesario estudiar Periodismo.
“Trabajarías dos meses con nosotros, si gustas a la empresa, y luego si les sigues gustando pues te contratan ellos”. Y yo sigo con mis pajas mentales. Recuerdo Cosmofobia, de Lucía Etxebarría. Una de las protagonistas es una joven sin estudios que trabaja como teleoperadora, pero termina dejándolo por un bar de su barrio porque el de teleoperadora le resulta esclavizante. No me considero mejor ni peor que ese personaje, pero yo por lo menos terminé la secundaria. Si ella pudo ser teleoperadora, ¿por qué no? Joder, esa perra teniendo menos cultura que yo consiguió ser camarera. Es que manda cojones.
“La semana que viene te llamamos para concertar una cita con la empresa y después te volveremos a llamar si te quieren coger”.
Me pongo la gabardina, salgo por la puerta, cojo el autobús y me dirijo a la facultad: son las doce: tengo clase de filosofía de la biología. Y me gusta lo que estoy estudiando, ¿pero de qué cojones me sirve todo esto? ¿Realmente mereció la pena dejar Logroño por todo esto? No voy a salir de esto nunca. La carrera no me va a dar ni para pipas. No valgo para ser camarera. Qué m´as da lo que digan Voltaire, Duns Escoto, Levi-Strauss o Kripke. De qué me va a servir todo esto. Para qué si sigo siendo esa inútil que nunca entiende nada. O esa Santa.
Esta mañana, entre historia de la filosofía moderna y filosofía del lenguaje mi móvil empieza a vibrar. Lo cojo. Es la chica de la ETT.
“Esta tarde a las cinco y media en el edificio tal, esta´ en la calle tal, en el Polígono de San Cristóbal. No tienes coche ¿no? Bueno, seguro que tienes autobús, si no llamamos y te indico cómo ir.”
Llego a casa a mediodía y mi madre me hace la llamada del día. La de “no gastes mucho pero come, ¡come!”.
“¿En el polígono? ¡Pero no podías haber dejado un curriculum en Cortefiel!” Y voy yo le suelto:
“Pero que no… que el polígono de aquí no es como el de La Portalada. En este hay hoteles, casas y de todo…” y es que para una oferta que promete no me voy a echar para atrás…
Sara, amiga y compañera de piso, me dice: “Te acompaño yo. Que sí, mujer, yo te acompaño. Así, si nos perdemos, al menos nos perdemos las dos”. Me alegra oír eso. Ya estoy m´as tranquila. Después de que mi madre me recordara todo lo que suele ocurrir en los polígonos estaba un poco acojonada, la verdad. Además, desde que me puse lentillas, sueño que me sacan los ojos con destornilladores. No es muy agradable soñar esas cosas.
Pero el destino tenía otra cosa preparada para mí.
Son las tres y media. Me visto: Camisa marrón, pitillos negros, botas altas marrones. Perfecto. Son las cuatro.
Me empiezo a marear.
Véase bajada de tensión.
Me sigo mareando. Me siento. Me encuentro mejor. Me levanto. ¡Joder! Me vuelvo a sentar.
Tambaleándome como si me hubiera bebido todos los cubatas que no podré poner en el bar de la mujer sin encías, salgo con Sara del piso y nos disponemos a esperar el ascensor. Es entonces cuando me entero de que Sara ha cambiado de planes. No me va a acompañar, va a ir a su facultad a hacer algo de la beca o de la matrícula o todo junto. No lo sé.
“Oye,
Sara, que no puedo ir así a ningún sitio”. Lo único que me faltaba en esta vida era desmayarme en un autobús urbano rodeada de desconocidos. “Pero, tía, ¿cómo no vas a ir a la entrevista?”. Joder, acompáñame. Lo pienso, no lo digo. No lo digo porque ella esta´ en su derecho de no quererme acompañar al culo de Valladolid. Así que le digo adiós, entro en el piso, y me tiro en el sofá. Este puto piso parece una balsa en medio del mar.
Suena mi móvil.
“Hola, ¿ adriana? Te llamo de una oferta de azafatas, para la promoción de una cerveza. Hemos cogido tu curriculum de Infojobs, era por si seguías interesada en el trabajo”. Sí… “Bueno, pues el miércoles vente a hacer un casting…”
Entre el colocón mental que llevo y el cabreo que tengo porque a mi amiga le diera la venada de dejarme plantada cual tiesto, no me termino de enterar muy bien.
“Pero… ehm… yo no tengo experiencia. Nunca he trabajado como azafata, ¿cómo es un casting de eso?”
“Bueno, ¿vienes o no?”. Joder, esto suena a trata de blancas. “Vale, voy”.
Aprovecho desde aquí entonces para preguntaros qué coño piden en esos castings…
Me tomo una tila, cierro los ojos, respiro y me voy.
Me voy al autobús, camino al polígono San Cristóbal. Yo sola. Alone ante el danger. Mi carpeta con curriculums y yo. Curriculums porque los de la ETT me dijeron que tenía que llevar un curriculum con foto. Por eso ayer fui con Sara hasta el fotomatón de la estación de tren a hacerme fotos de carnet. Salí el sabado por la tarde con intención de hacerme en una tienda de fotos y dejar curriculums por alguna tienda después, pero en Valladolid los sábados sólo tiene movimiento la bola del mundo de Plaza España.
Llego al polígono y me pierdo. Sí, me pierdo. Frente a mí hay un indicador digital o no sé qué cojones. Me acerco a él y tecleo el nombre del edificio al que tengo que ir. Ese aparato me dice “NO EXISTE”. Bien. Perfecto.
No hay nadie. Sólo camiones y obras. Esto parece Mad Max.
Empiezo a dar vueltas como una idiota, haciendo caso omiso a las indicaciones de los cuentos infantiles: Si te pierdes, quédate dónde esta´s. Pero nada, yo a enredar m´as la madeja. Hasta que me harto y llamo a la ETT.
“Hola, soy adriana, tenía una entrevista esta tarde…”
“¡ah, sí! Dime”
“Ehm… que me he perdido en el Polígono”.
La chica, muy amable, empieza a indicarme, de modo que me encuentro acelerando el paso, con mis botas de tacón, móvil en mano, carpeta en otra, sorteando las obras y todo lo que los obreros dicen a mi paso. Los camiones me pitan, y otro me silba desde la ventanilla. Pienso que podría pensar que querría matar a Sara, pero de haberme acompañado yo no hubiera vivido esta experiencia tan… country.
Llego al puto edificio, que esta´ m´as allá del bien y del mal, al final del polígono. Como mi amiga Sara dice: En mataporculo del páramo.
Allí dentro todo es tranquilidad y aire acondicionado. Es como el paraíso o algo así. Subo a la segunda planta y me recibe una flechita sobre la cual pone “entrevistas”. La sigo y me encuentro en una oficina.
“Hola, tenía una entrevista…”
“Sí, ¿Quién eres?”
“adriana, vengo de parte de la ETT …”
“ah, sí. Dame tu curriculum, adriana. Oh, no, que nos lo dio la ETT.”
Perfecto. Podía haberme ahorrado cargar con la puta carpeta todo este rato.
“Pero… ¿NO TIENES EXPERIENCIA?
No, ¡no tengo! “He trabajado como recepcionista en un centro de belleza y en un un centro de bronceado… y también he sido dependienta de Cortefiel”.
“Pero… ¿Teleoperadora?”
“No”. Joder, lo pone en el puto curriculum.
“Bueno, Adriana, gracias por venir. Te llamaremos”.
Salgo de allí, llamo a un taxi y después llamo a Sara:
“
Sara, ¿Est´as en casa? Pues cuando te vuelva a llamar baja al portal con dinero, que voy ahora hacia allí en taxi y estoy pelada.”
En el taxi, el móvil vuelve a sonar. Es la chica de la ETT.
“Sí, sí, todo bien, sigo viva…”
“Bueno, pues antes de las siete te llamo con lo que sea, ¿vale?”
Las siete, las siete y media, las ocho… aquí no llama nadie. Qué se le va a hacer. No tengo experiencia.
Una vez en casa, después de poner el ordenador en la ventana, logro pillar Internet. Me dirijo al hotmail.
Suelo colaborar con el Aula Literaria de Logroño, un taller coordinado por
Diego Marín y en el cual también colaboran
Nerea Ferrez,
Eva Villate, Hernán Yaniquini y
Juan Kim Ballesteros, entre otros, responsables además del fanzine
Degeneración Espontánea.
El último trabajo del Aula consiste en adaptar un relato de Roald Dahl para la realización de un corto. Hace quince días, como me encontraba en Logroño, fui a la reunión y nos repartimos la primera parte del trabajo: trasladar el relato a guión. Bueno, pues quedamos en que cada uno de nosotros adaptara una parte. Genial. Yo hice mi parte, se la envié por correo a Diego Marín, parece que le gustó. No sé, supongo. Yo le dije que me dijera si estaba mal, así que como no me dijo nada pensé que estaría bien. Así funciona el cerebro de una Santa.
La cuestión es que hoy, después de venir escaldada del polígono San Cristóbal y descubrir que tampoco valgo para vender por teléfono, recibí un mail de Diego Marín en el que me adjuntaba el guión definitivo y me proponía hacer el story-board de la segunda escena.
Antes de contestarle, abrí el documento y le eché una ojeada. Mi parte no estaba por ningún lado. Estaba completamente cambiado. Vamos, que había renacido. O algo así.
Veo que habéis tenido en consideración la parte que hice del guión. En fin. En cuanto pueda me pongo con el story board. Espero que lo tengais tan en cuenta como la parte que hice del guión.
Voy a tomarme una tila, que llevo todo el día recorriendo Valladolid en busca del arca perdida. Madre mía, Estoy harta de entrevistas y "ya te llamaremos".