Quiero que me lo hagas, y que me lo hagas bien. No cometas estupideces, sé muy bien que el instinto asesino te tentará, pero has de ser fuerte. Tampoco tergiverses las cosas: procura extirpar sólo lo que haga falta. Lo demás déjalo en su sitio, no quiero borrar todos los recuerdos.
Si no te ves capaz, no me hagas perder el tiempo y vete.
No quiero volver a experimentar el sentimiento de culpa cada vez que alguien se aleje de mí. No quiero volver a pasear sola como si fuera un fantasma y tener que ocultarme para llorar con ganas. No quiero seguir así otros tres meses, así que apunta bien o vete por donde has venido.
Pásame la ginebra. Coge el pica-hielo. No te preocupes, en serio, estoy dispuesta a correr el riesgo.
No me mires así, no quiero darte pena. Sólo haz lo que te digo; si no te ves capaz, en serio: vete por esa puerta y no vuelvas por el morbo que entraña poder encontrarme muerta.
¿Te vas, cobarde?
Recojo el pica-hielo del suelo, y observo durante un par de segundos el rastro que tus pasos de cobarde han dejado sobre el parquet. Tu silencio y tus estúpidas lágrimas no van a detenerme. Tu compasión no sirve de nada si cuando peor me siento huyes sin decirme nada.
Me miro frente al espejo. Es la última vez que voy a verme así. Después de esto seré tan feliz que volveré a quererme como antes, y ellos volverán a desearme hasta el final, y yo volveré a disfrutar de los amores breves.
El sentimiento de culpa se irá. Volveré a tener corazón. Dejaré de ser tan falsa, se irán mis mentiras como la sangre por el desagüe. Correrán con el agua purificados todos mis errores y los recuerdos, y las suposiciones, y el cariño que a pesar de todo te sigo teniendo.
Se irán contigo y todo lo que significaste en mi vida, y sólo serás un ciudadano más con quien cruzar una mirada en algún paso de cebra.
Sitúo el pica-hielo sobre el conducto lacrimal de mi ojo izquierdo y me miro fijamente a los ojos mientras sostengo con la otra mano un pequeño mazo de madera. Verme me duele. Me recuerdo a ti, como todas las cosas que te gustaban, y no puedo evitar desperdiciar otras pocas lágrimas.
Cierro los ojos y grito con todas mis fuerzas al tiempo que golpeo, y entra, y enredo, y me pierdo, ya no sé qué estoy haciendo, pero todo se está yendo. Lo noto. Noto que todo se está yendo, ya apenas te recuerdo, todo se va desvaneciendo, y sólo queda un intenso dolor de cabeza, y ceguera, y el olor a sangre. Sangre que se escapa y empapa mi rostro y se diluye con el sudor y el miedo, pero también con la tranquilidad que supone no volver a recordarte, y se va todo… se va…