Seasons came and changed the time
When I grew up, I called him mine
He would always laugh and say
Remember when we used to play
Bang bang
I shot you down, bang bang
You hit the ground , bang bang
That awful sound, bang bang
I used to shoot you down
Pocos días antes de mi veinte cumpleaños, se evaporó. Y en mi recuerdo seguirá siendo por siempre aquel pequeño niño rubio de ojos azules, porque la casualidad nos ha mantenido siempre cerca, pero sin darnos cuenta.
Cuantas veces nos habremos visto sin habernos reconocido.
¿Te acuerdas? Soy yo, Adriana...
Do you remember when we used to play?
Supongo que son los gajes de haber llevado una vida seminómada. Los gajes de desaparecer y abandonar lo vivido. La casualidad nos maneja como fichas de ajedrez.
Para Freud, al cual cada vez tengo más reparo en nombrar, (pues parece el filósofo comodín para los idiotas que quieren ir de interesantes), Castañares de Rioja, o más bien todo lo que allí viví, pertenece a la etapa más importante y decisiva de mi vida. Todo lo que soy, de qué estoy hecha y porqué pienso como pienso está condicionado por todo lo que allí pasé.
Mi infancia fue una franja, una línea que comienza y termina con los límites de aquel pequeño pueblo de La Rioja.
Las muñecas de plástico, la plastilina, un colegio que no es colegio con un patio de recreo que no es un patio de recreo. Porque las clases, que sólo eran dos: una para los pequeños y otra para los mayores, estaban dentro del ambulatorio (¿o era el hogar del jubilado? ¿o era todo junto?) y el patio era la plaza dentro de la cual estaba aquel pequeño edificio. Siendo así, normal que una mañana nos escapáramos Amaya y yo de allí. Sí, con sólo tres o cuatro años, nos fuimos en el recreo hacia una huerta sin más quehacer que coger caracoles, ignorando por completo la preocupación de nuestros padres y las profesoras.
Durante otros recreos nos quedábamos en la clase y solía jugar con los chicos. A esa edad, ya lo dijo Freud: la etapa fálica, los niños tenían cierta tendencia a enseñar sus intimidades. Y como yo era la única chica de nuestro año (1988) me tocaba aguantarlos. Es curioso que al recordar nuestra infancia no nos recordemos siendo tan niños como lo son los niños que vemos o con los cuales tenemos relación. No, no me recuerdo hablando mal. En mi memoria somos pequeños monstruos como Stewie, ese niño ficticio que dice: "La única razón por la que morimos es por que lo aceptamos como una inevitabilidad". Ojalá tuviera razón.
Lo único que siento es rabia, o quizá impotencia.
Nos dejamos de ver en el noventa y tres, cuando teníamos sólo cinco años. Pero diez años después hemos estado cerca, y si nos preguntaran a uno por el otro contestaríamos: creo que le conozco de vista, ignorando que somos aquellos dos niños que solían jugar en Castañares. Que aprendimos juntos a leer y a escribir. Ignorando que yo era aquella Adriana, ignorando que tú eras aquel Héctor revoltoso con quien solía jugar.
En mi recuerdo nunca dejaste de ser un niño.
Quizá sea mejor así.