Carmela Soprano: ¿Sabes qué es raro, Ro? Cuando vas a un lugar donde nunca has ido, es como si toda la gente fuera imaginaria hasta que llegas allí. Es como si no hubieran existido hasta que viniste, y tú nunca hubieras existido para ellos.Ro: No sé, quizá seas una persona más filosófica que yo.Carmela: No, no, solo me hizo pensar, es todo. ¿Sabes? Es lo mismo que cuando mueres: la vida continúa sin ti. Como lo hace en París cuando no estamos aquí.The Sopranos. Capítulo once de la sexta temporada.
Aprovechando que el lunes 28 de Mayo era fiesta en Alemania por motivo del Pfingstmontag, decidí escaparme a Berlín a pasar un fin de semana largo. Me acogería Sara, en su Studentenwohneim en Potsdam. Esos lugares de paso que nunca terminan de parecer nuestros: las viviendas universitarias. Tienes tu llave, tus pósteres, tu olor, pero lo único que permanece es el carácter temporal. Lo dicen los muebles que dejaron los anteriores inquilinos, el menaje de cocina compuesto de diferentes vajillas. Nuestros nombres temporales inscritos en papel junto a la puerta.
Poesía en la pared del cuarto de Sara |
El sábado por la tarde fuimos a visitar el Muro. Yo no lo había visto y tenía ganas. De pequeña ya tenía interés, y es normal, porque crecí con los vinilos de Pink Floyd. A mi tío no le gusta que hable de él en el blog, y aunque no diga su nombre ya saben que hablo de él porque es mundialmente conocido en su pueblo por su admiración a Pink Floyd. Pero oh, lo siento. Hablar del Muro sin hablar de Pink Floyd, en mi caso, es imposible. Yo no tenía ni idea de Holocaustos ni guerras mundiales, yo sabía del Muro por The Wall, y sabía que Berlín era la capital de Alemania porque el Muro del que hablaban Pink Floyd en The Wall era el Muro de Berlín, y qué era Berlín, y mi madre me dijo La capital de Alemania. Así que que quería verlo. Me parecía un sacrilegio ir a Berlín y no verlo, sacrilegio que ya había hecho cuando fui en Diciembre. Un viaje absurdo organizado por la oficina internacional de mi universidad, sin otro menester que acudir a una ultrafiesta de Erasmus. Porque ya sabéis los tópicos que flotan como moscas alrededor de los Erasmus. Como si los Erasmus no fueran universitarios, solo adolescentes tardíos, guiris, borrachos sobrehormonados. Por eso la oficina internacional de mi universidad no estaba interesada en organizar un viaje cultural a Berlín sino a una fiesta de Erasmus. Pero bueno, vi Berlin dos meses después de haber llegado a Bayreuth. Era más de lo que podía esperar. Ahora ya tenía el tiempo y el clima idóneos para volver, y ver a Sara, la única persona en este país con quien puedo hablar de literatura española contemporánea. Y el sábado por la tarde fuimos a visitar el Muro. Ese muro que ya parece haber perdido todo su significado, que parece ser solo una exposición mundial de graffitis, con inscripciones en edding de turistas, la mayoría hispanohablantes, que han perdido todo el respeto a la Historia y al Arte. Porque el Muro ya ha perdido todo su significado, porque el pasado no existe.
Pasamos el Muro. Saltamos turistas que ríen y hacen fotos, y pequeños puestos de souvenirs. Recuerdo una taza que me trajo mi padre de Benidorm: “Esta taza me la ha traído de Benidorm mi padre que me quiere un huevo”, y el huevo estaba representado por un dibujo de un huevo frito. Otra amiga tenía una camiseta que decía algo parecido, solo que en vez de “padre” ponía “abuelos”. Esas cosas impersonales “recuerdos de”. Yo no quiero un recuerdo de una ciudad, quiero que me recuerdes en ese sitio. O que me lleves. Como cuando mis tíos entrados en la treintena, ahora cercanos a la cincuentena, me traían recuerdos y experiencias de sus visitas a Port Aventura y lo único que podía esperar era hacerme mayor para poder ir a los sitios a los que me hubiera gustado ir de niña. Así me veo viendo el Muro que me hubiera gustado ver cuando era niña y que parecía mucho más real en los documentales, las fotos y las películas. No me apetece hacer fotos porque son fotos a murales. Me acuerdo de Pat porque a ella sí le gusta el graffiti. No me apetece hacer fotos a inscripciones vacías de turistas que no son nadie, que en su condición de personas de paso, de muertos vivientes, tratan de permanecer con un “yo estuve aquí”. Sara me hace una foto, por tener también un “yo estuve aquí”, pero la luz del sol y mi cámara no se llevan bien y el encuadre al que se ve obligada me muestra sólo ante un graffiti que representa al Muro.
Detrás, el río. Nos sentamos en la orilla y esto sí parece real. Lo que más me gusta de las ciudades es el agua.
Me siento un poco pava. Esa chica que hace barcos de papel y se alegra porque caen al agua y caen de pie y navegan sin hundirse. El barco sigue a flote y va camino a la otra orilla. El pez muerto también. Trato de no perder de vista el barco a pesar de la miopía. Sé que, aunque lo lograra, no llegaré a verle llegar a la otra orilla, pero intuyo el punto blanco que sigue a flote, y me siento bien. Por pura superstición. Mi proyecto está a salvo. Parece estar asegurado, aunque sé que se trata solo de una ilusión. Que mi proyecto no es un barco de papel cruzando el río Spree. El pez muerto sigue su rumbo cerca de él. Llega un momento en el que ya no distingo mi barco de papel del pez muerto. Y entonces me doy cuenta
de que mi proyecto mis aspiraciones mi futuro
todo
es estéril.
Todo viene esposado a la nada. Toda esta vida asentada en lugares de paso, sola.
A distancia.