Esta mañana, a eso de las seis y media, salí de casa con una bamba morada y otra negra, la boina, porque no me apetecía peinarme, y la maleta. En el mp4 Najwajean. Aún es de noche, no hay ni dios por el paseo de Isabel la Católica. Suena I'm gonna be (500 miles). Como una gilipollas voy medio corriendo con la maleta, saltando los charcos, y dando saltitos porque sí. No dormir me sienta de puta madre, aunque tengo los ojos demasiado hinchados y llorosos y ojerosos y parezco un muñeco de Tim Burton poseído por el pop.
Protopop.
Me meto por Poniente, llego a Correos, me meto hacia la Plaza Mayor y sigo haciendo el subnormal por el centro de la plaza. Me siento libre y vital. Me gusta ver cómo despierta la ciudad. Todas las tiendas de ropa de la calle Santiago vacías, frías, poco iluminadas e infranqueables como los sueños que hace tiempo no tengo (desde que me negara a dormir para evitar encontrarme con más hospitales, trenes y la última mutilación en cinco partes).
La fuente de Zorrilla inmóvil. Los primeros madrugadores en el kiosco. El Norte de Castilla, su puta madre, tengo ganas de comprarme la Rock Deluxe o de cargar el bonobús, lo que sea con tal de gastar dinero, pero me abstengo. Voy a coger un tren. Me voy a Logroño.
Durante todo el camino doy vueltas alrededor de un tema. Estoy un poco preocupada por mi actuación del día anterior en Zamora. Patética antes, durante y después. Pienso en lo mucho que me cohíbo ante los hombres. Desde pequeñita. No era capaz de hablar con ellos o acercarme si quiera. Aún creo que sigo siendo así. Me hacen sentir pequeña. Insignificante. Roñosa. Cutre. Fea. Ugly es el término que mejor le va a mi sensación, creo. Ha habido alguna excepción, pero al menos al principio sí, siempre ha sido así. Pienso en el odio, la desconfianza y el temor que he sentido hacia los hombres. Pienso en mi estupidez adolescente, cuando me consideraba feminista, y me pregunto si realmente no hubiera querido ser un hombre. La importancia que le doy a mi aspecto físico. Los tacones, el pelo, los cambios y las auto flagelaciones. La obsesión por parecer femenina. Ese temor inmenso a defraudarles, a que me olviden, me rechacen o me reemplacen. Las constantes referencias en mis textos al semen y la figura del padre. ¿Herencia de Nin, Edipo/Electra, erótica del poder o puro machismo?
Hago una lista mental de los tíos de los que me acuerdo. Cómo terminamos, mis errores, los suyos, mi falta de paciencia, mis agobios, los poemas, las canciones, los celos y ese impulso tan propio de mí de mandarlo todo a la mierda.
Tengo una cierta tendencia a romper cosas.
Y a no saber recomponerlas.
Mi necesidad de dolor, de humillación, de sumisión. No querer estar a la altura, sentirme inferior. Mi silencio.
El deseo sexual vinculado al alcoholismo, mis ganas de gritar o de pegarme un tiro, la incapacidad para mantener una conversación. Querer huir con la sobriedad o que se vayan antes de parecer completamente idiota.
Van a ser las seis de un nuevo día. Hace unas horas cumplí oficialmente veintidós años.
Y estoy muerta de asco, como todos los putos años por estas fechas.