Etienne de La Boëtie vivió rápido en un sociedad que iba demasiado despacio.
Cursó estudios de derecho en la Université d’Orleans, y en 1553 (a los veintitrés años) era consejero del Parlamento en Burdeos. A partir de 1560 participó en diversas negociaciones para lograr la paz civil en las guerras de religión que oponían a católicos y protestantes.
Toda su vida, que no dejó de ser una incesante lucha al servicio del orden público, se vio atacada por la peste, razón por la cual murió a los treinta y tres años en Germignan.
Esclavitud.
El hombre es el único animal libre, porque es el único que posee capacidad de decisión, a diferencia del resto que actúa por instinto. Sin embargo, y lo hemos podido comprobar a lo largo de la historia de la humanidad, los hombres siempre han estado gobernados. Cada país con su monarca, presidente u otro tipo de autoridad, así como también hay un alcalde en cada localidad y un presidente en cada comunidad de vecinos. Obviamente, en cada caso la autoridad que ejerce cada uno es bastante diferente, pero ¿por qué esa “necesidad” por ser, no debería decir dominados, pero sí “controlados” por un “Uno” – por utilizar la expresión de Etienne De La Boëtie.
La esclavitud propiamente dicha (sometimiento del hombre por el hombre) suele decirse que comenzó , aunque no se sabe con exactitud, en la antigua Grecia, aunque se sabe que en África ya se daba antes de la llegada de los Europeos. Y es que hay muchas formas de ver la esclavitud. Para empezar podríamos diferenciar –situándonos en el mundo antiguo - el modelo de esclavitud de corte grecorromana y la esclavitud oriental.
En Grecia el esclavo era considerado “cosa”, pero en África el esclavo poseía derechos cívicos y derechos de propiedad, y, es más: existían múltiples procedimientos de emancipación. Se distinguía entre esclavos de casa y soldados de guerra (aunque estos, después de un cierto tiempo, terminaban formando parte de la primera categoría). Lo curioso del esclavo africano era que se llegaba a integrar (y no difícilmente) en la familia que lo poseía. Sin ir más lejos, en el Congo, un padre de familia llamaba a su esclavo “mwana”, que significa “hijo”. Bien es cierto que cada persona es un mundo, por lo que dependiendo de las familias, los esclavos eran tratados de mejor o peor manera, pero lo que sí se sabe es que la estructura patriarcal y comunitaria impedía encarecidamente que el esclavo fuese un bien en el sentido griego del término.
En el mundo oriental el esclavo también contaba con sus derechos y deberes. Derechos extraordinariamente limitados, pero sujeto jurídico al fin y al cabo.
Así como en el mundo grecorromano no encontramos más que dos niveles entre los esclavos: el liberto (que no es ya exactamente un esclavo pero que si se ve
vinculado a su señor por ciertas obligaciones) y el esclavo propiamente dicho; en el mundo oriental encontramos una gran variedad de niveles de esclavitud. Esta esclavitud además puede ser consecuencia de multitud de razones: por guerra, por nacimiento, por deudas y por castigos judiciales...
El pueblo se esclaviza
Que se pongan de un lado cincuenta mil hombres en armas, y el mismo número del otro; que se les lance a la batalla; que se encuentren unos, libres, combatiendo por su libertad, y los otros por quitársela. ¿a cuáles se les presagiará, por presunción, la victoria? ¿Cuáles, se pensará, que irán más temerariamente al combate: los que esperan como galardón de su sacrificio la conservación de su libertad, o los que no pueden esperar cobrar los golpes que dan o que reciben más que con la servidumbre de los otros?
Con esta cuestión da comienzo Etienne De La Boëtie al segundo capítulo del Discurso De La Servidumbre Voluntaria.
Quienes han conocido la libertad lucharán por defenderla (Es extraordinario oír hablar de la valentía que la libertad pone en los corazones de aquellos que la defiende, dice Etienne De La Boëtie), ¿pero qué hay de aquellos que nacieron en familia esclava?
Tengo miedo de lo que vaya a pasar ahora. – Confiesa uno de los esclavos de la plantación a Grace en la película Manderlay (Lars Von Trier, 2005) – No sé si estamos listos para una nueva forma de vida. Cuando éramos esclavos cenábamos todos los días a las 7. ¿A qué horas cenan los hombres libres?
Lo que quiero decir usando como ejemplo este pequeño fragmento de la película Manderlay, es que podría decirse que somos a lo que nos acostumbramos. Quienes nacieron en una familia esclava y jamás conocieron la libertad, pueden pensar que la lucha por cambiar su vida es un riesgo innecesario, en el sentido de que los cambios, aunque esperados, siempre vienen con un halo de recelo por parte de quien lo recibe. Más vale malo conocido que bueno por conocer, como diría aquel refrán popular.
Etienne apunta a que sea esta razón la que impide que los hombres dejen de servir. Según él, es el mismo pueblo el que se hace someter, pues cesando se servir serían libres. ¿Pero es esto tan fácil?
El hombre debe tener libertad, pues es su derecho natural, ¿pero es segura la libertad? Es decir, ¿el hombre está seguro dependiendo únicamente de él mismo?
Cuando se está tanto tiempo haciendo lo que otro ordena, cumpliendo unos determinados horarios, etcétera, el sujeto se “institucionaliza”. Me recuerda a la película Cadena Perpetua, cuando a uno de los personajes le conceden la libertad y, en su nuevo trabajo ya fuera de la cárcel, es incapaz de ir al baño sin pedir permiso antes.
“-¿Recuerdas cuando tenías seis años? Te parecía muy triste que tu adorado canario estuviera encerrado en una jaula y nadie logró convencerte de que no se la abrieras.
-Era un pajarito muy orgulloso..
-Ya… Pues su solemne salida de la jaula no le sentó muy bien. Lo encontramos a la mañana siguiente debajo de tu ventana. Congelado.”
Del film Manderlay (Lars Von Trier, 2005)
El pueblo se esclaviza, y cuanto más sirve al tirano, éste más saquea, exige, arruina y destruye; de manera que se hace más fuerte y más ansioso de aniquilar y destruir. Pero, ¿y si no se le obedece? Según Etienne, queda desnudo y derrotado y no es nada, como la raíz que, no teniendo sustancia ni alimento, degenera en una rama seca y muerta.
Etienne distingue tres tipos de personas: los valientes, los prudentes y los cobardes. Los primeros no temen el peligro cuando exigen un bien; los segundos son aquellos que no rechazan el sacrificio; y, por último, los cobardes son melancólicos y débiles que no saben soportar el mal ni recobrar el bien: su debilidad le impide adquirir lo que desean, y consiguen poseerlo es impedido por su carácter.
Estos tres grupos de personas tienen como factor común la voluntad de desear aquello que les hacen dichosos y felices. Pero Boëtie dice que entre las cosas que desean conseguir los hombres no prima la libertad.
La libertad no la desean los hombres, por la sencilla razón de que si la desearan la tendrían. Es como si rehusaran a realizar esta bella adquisición, tan sólo porque es demasiado fácil.
Cobardes son en esta época donde vive Etienne de La Boëtie, que viven de tal manera que podrían decir que nada es suyo, que crían a sus hijas a fin de que tenga el tirano en qué saciar su lujuria.
¿Pero habla ese joven con verdadero conocimiento de causa? Si, según él, tan fácil es librarse (podéis libraros si ensayáis no siquiera a libertaros, sino únicamente a querer ser libres) de la servidumbre ¿Cómo es que cinco siglos más tarde sigue habiendo esclavos?
¿La libertad es natural?
Como he dicho anteriormente, no han sido pocas las veces que he oído decir que el hombre es el único animal libre; es por ello que, leyendo Discurso de la servidumbre voluntaria o el Contra Uno, de Etienne de La Boëtie, me sorprendí al encontrar lo siguiente:
Si viviéramos con los derechos que la naturaleza nos ha dado y las enseñanzas que nos comunica, seríamos naturalmente obedientes a los padres, sujetos a la razón, y no seríamos siervos de nadie.
Etienne de La Boëtie considera que si la naturaleza nos hizo a todos del mismo modo (en el mismo molde), pero concedió algunas ventajas a unos más que a otros, es porque quiso dar ocasión al afecto fraternal y que éste tuviera donde emplearse, teniendo unos posibilidad de dar ayuda y otros de recibirla. Si todos convivimos en la misma tierra, no hay duda de que somos todos libres, porque todos somos compañeros, y no puede concebirse que la naturaleza haya colocado a algunos en esclavitud, habiéndonos colocado a todos en comunidad.
En Roma ya hablaron de la Humanitas. El hombre nace con unas disposiciones, pero no llega a ser realmente hombre hasta que desarrolla todas estas habilidades. Entonces habría una distinción entre hombres cultos y todos los demás.
Humanidad como la virtud de cultivarnos a nosotros mismos, progresando internamente
Cualquiera puede ser culto, de modo que quien no lo es, es porque no quiere serlo; y a quien no quiere ser culto tampoco le interesa ser libre.
Anteriormente mencioné que Etienne de La Boëtie consideraba que la naturaleza nos había hecho para la convivencia, teniendo unos posibilidad de dar y otros necesidad de recibir. En Roma hablaron de la filantropía: la cualidad de un hombre que hace más de lo que debe y no reclama lo que se le debe. Pero Amiano Marcelino (historiador de la época romana) describe a toda una plebe “ociosa y gandul”, en la que imperan los hombres elocuentes que, de alguna manera, estaban dedicando su vida al “pan y circo”. ¿Será que el hombre es egoísta por naturaleza, y que siempre que da es únicamente con el fin de recibir algo a cambio?
Lo que quiero decir con esto es que, igual que Boëtie dice que quien no es libre es porque no lo intenta, en la antigua Roma ocurría lo mismo con respecto a la cultura. Y, aún en la actualidad, ocurre así. Resulta muy bonito hablar de que la vida es un camino de experiencias que nos va forjando como seres humanos, que todo es un continuo esfuerzo, etcétera... pero lo cierto es que, por lo general, optamos por sentarnos frente a una pantalla de televisión (u ordenador) y matar las horas (y nuestras neuronas) en lugar de cultivarnos a nosotros mismos, progresando internamente, aprender y saber después de qué hablamos. Porque quien no sabe de qué habla tampoco puede opinar. La incultura crea ignorantes fáciles de dominar; y los tiranos no sólo han procurado siempre acostumbrar el pueblo a ellos y a su obediencia y servidumbre, sino incluso a la devoción. Por lo tanto: lo que enseña a la gente a servir voluntariamente no sirve apenas a los tiranos más que para el pueblo bajo y grosero.
Es inútil discutir si la libertad es natural, porque no se puede tener a nadie en servidumbre sin agraviarle, y no hay nada en el mundo tan contrario a la naturaleza como la injuria.
Ya he comentado antes que, a mi modo de ver, el hombre, más que natural, es un animal de costumbres. No somos como el elefante que clava sus colmillos en el árbol para pagar con su marfil su derecho a la vida y la libertad. Tampoco somos como ese pez que muere al ser sacado del agua... Los animales, estando presos, nos dan señas del conocimiento que tienen de su desgracia, y de ahí en adelante duran, pero no viven, continuando existiendo para llorar su felicidad perdida, pero no para complacerse en su esclavitud.
Somos prostitutas que vendemos nuestra libertad a cambio de promesas que nos hacen siervos. Como los lidios que se sometieron al poder de Ciro (600/575-530 adC). Cuenta Etienne de La Boëtie en el capítulo sexto de su Discurso de la servidumbre voluntaria, que después de apoderarse de la capital de Lidia, Ciro recibió la noticia de que los sardos se habían sublevado. Y, en lugar de entrar en la ciudad y atacar con su ejército, estableció burdeles, tabernas y juegos públicos, e hizo publicar la orden de que los habitantes tomaran estado. Así es como los lidios se introdujeron, a la menor carantoña que se les hizo, a la sumisión; acostumbrándose a vivir sirviendo tan inocentemente como los niños que, por ver las imágenes de los libros ilustrados, aprenden a leer.
Es receloso respecto a aquel que le ama, e ingenuo respecto a aquel que le engaña.
¿Qué fatalidad es ésta que ha podido desnaturalizar al hombre nacido solamente para vivir libre, y hacerle perder el recuerdo de su primer estado y el deseo de recuperarlo?
Costumbre
Etienne diferencia a los tiranos en tres clases: los que poseen su reino por elección del pueblo, los que lo consiguen por la fuerza de las armas, y aquellos que lo hacen por sucesión de estirpe.
Aquel a quien el Estado le fue dado por el pueblo. Este debería ser el más soportable, pero desde que se ve elevado por encima de los otros, decide no moverse más de su puesto y hace situación propia del poder que el pueblo le ha entregado. Esto recuerda a las democracias actuales. En teoría elegimos a un representante por votación, pero ahí termina todo. Un papel en una urna cada cuatro años, con el nombre de alguien que nos ha convencido con promesas que ni siquiera sabemos si llegarán a ser cumplidas.
El caso es que, aunque el modo de llegar al reinado varíe, siempre es igual la forma de reinar.
Etienne de La Boëtie se pregunta qué harían unas personas que hubieran nacido sin conocer la libertad, pero tampoco la sujeción, ni qué es lo uno ni lo otro, ¿qué elegirían si se les diera a elegir entre ambos modos de vida? ¿Elegirían obedecer a la razón o a otro hombre? Etienne estaba convencido de que elegirían lo primero, y que no harían como los israelíes, que sin coacción y sin ninguna necesidad se fabricaron un tirano. A todos los hombres y en cuanto tienen algo de hombres, antes de dejarse subyugar o son coaccionados o son burlados.
Quienes nacen sin haber conocido nunca la libertad sino la situación en la que sus predecesores sirvieron por coacción, sirven ahora sin pena y voluntariamente. Porque estas nuevas generaciones se nutren y son educados en la servidumbre, contentándose con vivir como han nacido.
La costumbre nos hace aprender a tragar y no encontrar amargo el veneno de la servidumbre.
Hay que tener lástima de aquellos que, naciendo, se encuentran con el yugo al cuello, y que o bien se les excusa o bien se les perdona si, al no haber visto nunca más que la sombra de libertad y no estando advertidos, no se dan cuenta del mal que significa ser esclavos.
Ya mencioné al principio de este trabajo, que todo lo que viene nuevo, (aquello que nunca se ha tenido), o no suele interesar o es mirado con recelo. Por otro lado, dice Etienne que es después del placer cuando viene el arrepentimiento; y tras el conocimiento del bien llega la nostalgia de un placer pasado. Si bien es cierto que la naturaleza del hombre es la libertad – y querer ser libre -, también es que su carácter viene determinado por la educación que se le da.
Por lo tanto: la causa primera de la servidumbre voluntaria es la costumbre.
El Uno no es uno
El tirano no está solo. Siempre hay una media docena que captan su atención o son llamados por él para hacerles cómplices de sus crueldades. Estos seis dirigen a su jefe. Cuando Etienne escribió El Discurso Sobre La Servidumbre Voluntaria, en París reinaba Enrique II (1519-1559), rey de Francia (1547-1559). Este rey estuvo enormemente influenciado por su amante: Diana de Poitiers (Duquesa de Valentinois) y por el condestable de Montomorency, quien fue desterrado por el padre de Enrique (Francisco I). Diana, que era veinte años mayor que Enrique (nació en 1499 en L’Etoile-sur-Rhône), mantuvo con el monarca una relación más que nada intelectual. Mujer sensual al fin, hizo de tal manera que la pareja estuviese sostenida por una mística especial, que tenía su perfecto correlato con los tiempos que corrían, que eran los del Renacimiento.
Por eso se la puede ver retratada como la Diana Olímpica y al rey personificado como Apolo.
Diana conocía puntillosamente los gustos y preferencias de Enrique II, por lo cual participaba en la organización de cacerías y fiestas en las que ella se ocupaba de recrear un ambiente adecuado, propio de los trovadores medievales, cultores del amor galante.
Diana odiaba con verdadera pasión a los protestantes, razón por la cual favoreció al condestable de Montmorency y a los Guisa (Los Guisa se distinguieron en el siglo XVI por liderar el partido de la Liga Católica durante las Guerras de religión de Francia y su intolerancia hacia los protestantes, así como por la disputa junto a los Valois por la Corona.)
Quienes están en el entorno del tirano lo dirigen tan bien que hacen que sea considerado perverso por la sociedad. Perverso no por sus perversidades – que también – sino por las de los suyos propios. Estos pocos tienen a otros que hacen de ellos lo que los primeros hacen del tirano. Los de este segundo grupo tienen bajo él a otro más, al cual elevan en situación y al cual hacen dar o el gobierno de provincias o el manejo de dinero, a fin de que ellos tengan sujeta su avaricia y crueldad y sean sus ejecutores en el momento oportuno; y hacen tanto mal que no pueden permanecer en un sitio más que bajo su sombra, ni eximirse de las leyes del castigo más que por este medio.
Y de este modo aparece tanta gente para la cual la tiranía parece útil, como tantas personas para quienes la libertad sería agradable. Los primeros se dividen en funciones (unos devastan, otros persiguen, otros asesinan...), de modo que el tirano esclaviza a los súbditos – a unos por medio de otros – y es custodiado por aquellos de los cuales – no valiendo nada – se debería guardar.
Para partir los troncos se utilizan cuñas de la misma madera.
Cuñas que a veces sufren por el tirano, pero sufren con gusto, para hacerlo ellas después – y no a quien se lo hace a ellas – sino a aquellos troncos que sufren también como ellas.
Etienne de La Boëtie tiene una palabra para definir el comportamiento de esta gente: acercarse al tirano más que escaparse del peligro (más allá) de la libertad y amarrarse las dos manos y abrazar la esclavitud; esto es, tontería. ¿Qué condición es más miserable que la de vivir así, en que no se es nada, poseyendo otro su alegría, su libertad, su cuerpo y su vida?
¿Por qué fiarse de un hombre cuyo corazón es tan duro que odia a su reino que le obedece? ¿Qué se puede esperar de la amistad de alguien que no se sabe amar ni a sí mismo, se empobrece a sí mismo y destruye su imperio? El tirano no puede ser nunca ni amado ni odiado.... La amistad, dice Etienne de La Boëtie, se produce sólo entre gentes de bien, pero no pude haberla allí donde está la crueldad.
¿Por qué aliarse al león que se hace el enfermo, sabiendo que hay muchas huellas hacia su morada pero ninguna de vuelta? Obviamente es la riqueza lo que les mueve... atraídos por la luz se acercan hasta quemarse.
¡Qué martirio es éste, gran Dios! Estar noche y día después de soñar por complacer a uno y, sin embargo, desconfiar de él más que de ningún otro hombre del mundo; tener siempre el ojo al acecho, los oídos a la escucha, para vigilar de donde vendrá el golpe, para descubrir la emboscada, para descubrir el complot de sus compañeros, para darse cuenta de quién lo traiciona; sonreír a cada uno, desconfiar de todos, no tener ningún enemigo abierto y ningún amigo seguro; teniendo siempre la faz riente y el corazón transido, no poder estar triste y no osar estar triste!
Etienne de La Boëtie.
Esclavos modernos
Nadie será sometido a esclavitud ni a servidumbre. La esclavitud y la trata de esclavos están prohibidos en todas sus formas.
Artículo 4 de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos.
La esclavitud ha sido revocada oficialmente en todos los continentes pero, pese a la persecución legal, perdura en nuestros días y, como consecuencia de la globalización de la economía, agrava con nuevas formas de explotación que perforan los derechos humanos más básicos.
En la actualidad los casos de explotación y trata de personas afectan a todos los países del mundo. De hecho, estudios recientes revelan que el 70% de las prostitutas que ejercen en España son de origen extranjero y que las mafias que las controlan se han multiplicado en los últimos cinco años.
Según la Europol se han detectado víctimas de la trata de personas en España de veinticinco nacionalidades distintas. Este dato fue publicado en Les formes contemporaines d’esclavage dans six pays de l’union Européenne, de Georgina Van Cabral, editado por el Institue des Hautes Etudes de París (París, 2001).
La nueva esclavitud se ha visto favorecida por los avances en comunicación y el abaratamiento de los transportes, así como también “gracias” a la actitud de las naciones ricas de impedir que la acusada tendencia hacia la liberación de los movimientos de capitales, bienes y mercancías no vaya acompañada de la libertad de movimiento de las personas.
Bien sabido es que el primer mundo necesita de mano de obra inmigrante, e incluso precisa de colectivos foráneos que rejuvenecen sus sociedades envejecidas, pero las restricciones de entrada abocan a la clandestinidad o buena parte de los emigrantes y por tanto facilitan un abuso sistemático y regular de quienes soñaron con abrazar el progreso que les estaba vedado es sus países de origen.
Si se apela al concepto clásico de esclavitud, que se relacionaría más con la idea de servidumbre, como a la que se refería Etienne de La Boëtie, y tal y como se entendía en la figura de la encomienda de los indígenas sudamericanos respecto de los señores españoles o de los siervos de las plantaciones algodoneras estadounidenses, actualmente unos veintisiete millones de personas viven privadas de libertad y son obligadas a algún tipo de trabajo no remunerado en todo el mundo.
¿Qué es realmente Esclavitud? ¿Nos enfrentamos al problema de las definiciones? Y pregunto esto porque si echamos un vistazo al diccionario de la Real academia Española de la Lengua, esclavitud es la sujeción excesiva por la cual se ve sometida una persona a otra, o a un trabajo u obligación; lo que extiende el abanico de víctimas potenciales. Si se suma la gente que padece trabajos serviles aunque disponga de cierta libertad de elección y un sueldo precario, se podría ampliar el grupo hasta cifras incalculables.
A modo de ejemplo, la Organización Internacional del Trabajo valora que en el mundo hay 211 millones de niños entre cinco y catorce años que trabajan, aunque resulta casi imposible discernir qué número o porcentaje de ellos ejerce un tipo de trabajo en condiciones peligrosas y que ejerce un tipo de trabajo en condiciones peligrosas y que puede acarrear secuelas físicas, intelectuales y/o emocionales, requisitos que marcan la frontera entre una labor razonable o comprensible como ayudar a la familia en las tareas del cuidado del ganado, y la explotación del niño que consume las horas del día tejiendo alfombras en telares insalubres.
La diferencia principal entre la esclavitud contemporánea y la tradicional es que es diferente el color y la raza, aunque afecta a colectivos pobres, azotados por las guerras o sin expectativas de futuro. Kevin Bales, experto en este tema, ha señalado como característica principal de la esclavitud moderna la ausencia de propiedad legal sobre el esclavo, el coste de adquisición bajo, la alta rentabilidad que obtiene el explotador, y el carácter temporal del abuso, pues opta por ir renovando las víctimas en lugar de obtener provecho de la misma durante décadas.
Después del tráfico de armas y las drogas, la trata de personas es la actividad ilegal más lucrativa del mundo, moviendo un negocio que ronda los 7.000 millones de dólares anuales, tiene ramificaciones en un centenar de países e incorpora entre 600.000 y 800.000 nuevas víctimas cada año.
Recojo ahora las palabras de David Dusster en su libro Esclavos Modernos. Las víctimas de la globalización, para mostrar el estilo de vida que tienen muchas familias de Manila:
Armando, un niño de diez años, se pasea por casa descamisado pero señala sus zapatillas deportivas con orgullo. Pese al agujero sobre el dedo gordo del pie derecho y a un descosido en el talón del izquierdo, son su gran posesión. Las encontró su padre en el vertedero hace quince días y está contentísimo porque son de marca buena.
Alrededor de cincuenta mil familias compiten por la recolección y selección de la basura urbana en la escombrera de Payatas, igual que los primer mundistas apaciguan sus ansias de consumo el siete de enero en los centros comerciales. La ingrata tarea permite, sin embargo, ganar unos cinco mil pesos mensuales (unos noventa y seis dólares), aunque se calcula que para sacar adelante una familia de cinco miembros en Manila son necesarios al menos quinientos pesos diarios.
Muchas jóvenes de filipinas optan por emigrar a Japón, donde son contratadas como animadoras musicales. Al igual que suministra sirvientas domésticas a Europa y pescadores para las flotas del Pacífico, Filipinas exporta a toda Asia bandas musicales de imitación de los grupos de moda.
Cuatro millones de filipinos trabajan en el extranjero y sus envíos en dólares representan el 78% de los ingresos en divisas del país.
Antes de partir a Japón, las jóvenes deben asistir obligatoriamente a un curso de orientación organizado por el gobierno, que fomenta este tipo de emigraciones. El seminario consiste en una serie de charlas educativas y consejos prácticos y, desde el año 2000, gracias a la presión de organizaciones no gubernamentales, como acción Positiva, sesiones para la prevención del SIDA.
Pero a partir del 2004 todo cambió: ese mismo año el gobierno japonés, que cada año concedía 80.000 visados para animadoras filipinas, redujo diez veces la cuota ante la evidencia de que buena parte de este contingente se veía abocada a la prostitución. Tokio solamente exigía un certificado de intérprete musical, fácilmente obtenible o falsificable en Manila, para conceder los permisos. El cambio de actitud japonés obedeció a que Estados Unidos incluyó a Japón en la lista de países que toleran la trata de personas. El informe del Departamento de Estado estadounidense definía como una broma de mal gusto los visados para animadoras y aseguraba que las organizaciones criminales se aprovechaban del esquema para surtirse de mujeres con las que traficar.
La reacción del gobierno filipino fue la siguiente: lamentó que se cerraran las puertas y la posibilidad de prosperar de muchas filipinas, pero no lamentó las condiciones de salud y trabajo en Muntilunpa, Apelo Cruz o Payatas.
El precio de una mujer
Otro caso es el de los países del Este, donde se dan casos como el que recoge
David Dusster en Esclavos Modernos. Las víctimas de la globalización.
María estudiaba hostelería en su país, Rumanía, pero durante un mes se saltó las clases y, cuando se enteraron sus padres, tal fue la discusión que decidió irse de la ciudad. Se fue a una cafetería, un hombre se le acercó para pedirle fuego y empezaron a hablar. Ella le dijo que no tenía a dónde ir y él le propuso ir a España la semana siguiente, prometiéndole un trabajo y un sueldo generoso. Era noviembre de 2003 y María acababa de cumplir 18 años; nerviosa porque alguien del pueblo pudiera entrar en el bar y reconociéndola avisara a sus padres, aceptó de inmediato y llevó sus cosas al piso de aquel hombre que vivía junto a sus padres y su novia.
Pasó una semana hasta que María, el hombre y su novia se subieran a un autocar. Tres días después llegaron a España, pasaron el control de aduanas y al día siguiente ya estaban en Almería. La llevaron a un piso lleno de mujeres, le dieron un café y tres horas más tarde le hicieron ponerse una minifalda para llevarla a continuación a un lugar oscuro con luces psicodélicas y con chicas que vestían de forma atrevida. María tenía un pasaporte que había tramitado y custodiaba su amigo enigmático. Nadie le había advertido de su destino ni de su profesión ni, mucho menos, de que debería obedecer ciegamente y carecería de libertad de expresión, de movimientos y de decisión. Ya era cautiva de su inocencia: Sus deseos por escapar de la atadura de sus padres la habían llevado a ser una esclava sexual.
Si resulta casi imposible saber el número de mujeres que ejercen la prostitución en España (aunque se intuye que sean alrededor de 300.000) aún más difícil resulta averiguar qué porcentaje del colectivo han sido traficadas y forzadas, y cuántas lo hacen por iniciativa propia.
Las mujeres son vendidas a partir de 300 euros, aunque suele ser más normal pagar alrededor de 3000.
Y, pese a que las verdaderas víctimas son las prostitutas, nuestra púdica e hipócrita sociedad aún es más proclive a condenar a la trabajadora que al cliente. La prostitución se ha convertido en un vivero de esclavos que trasciende cualquier debate sobre si la profesión debe ser o no legalizada y reconocida y sujeta a legislación laboral; cosa que, por otro lado, tampoco está de más.
Honduras, Marruecos y China. La Globalización del abuso.
Si nuestros vaqueros son más baratos, es porque nos gastamos menos en publicidad. Algo así decía el eslogan de la marca de pantalones vaqueros “Wrangler” hace unos años, pero la verdadera razón del precio de sus productos no es sino que personas de Honduras que, desde el paso devastador del huracán Mitch en 1998, trabajan seis días a la semana en suburbios industriales como El Progreso donde ensamblan pantalones vaqueros Wrangler.
Alrededor de 3.000 mujeres trabajan en las maquilas de El Progreso, haciendo posible que la ropa que llega a los escaparates de las tiendas estadounidenses y europeos sea cada vez más barata. En este mundo globalizado importa más el precio final del producto que el padecimiento humano que deben pagar los países productores: Mujeres que se levantan cada día a las 4:30 de la madrugada, sirven el desayuno a sus hijos y preparan la comida del marido antes de ir a la fábrica, donde disponen de 15 minutos para desayunar y de otros 40 al mediodía para comer. A las seis de la tarde, a no ser que hagan horas extras, acaba la jornada laboral, vuelven a casa, preparan la cena de sus hijos y descansan hasta las 4.30 de la madrugada para volver a empezar.
Y si Centroamérica es el patio trasero de producción para Estados Unidos, las compañías españolas textiles lo tienen en Marruecos. En el informe “Moda que aprieta”, Intermón Oxford exponía que 11 fábricas independientes de Tánger que reciben regularmente encargos de Induyco, empresa que suministra ropa para los almacenes comerciales El Corte Inglés, habían sufrido en los últimos tres años, recortes del 30% en los precios abonados por los encargos, y habían visto rebajados los plazos de entrega de 14 a 7, o incluso a 5, días. Según una de las autoras de la investigación, Lamyae Azouz, de la asociación de mujeres de Atawassoul, las fábricas que producen ropa infantil para El Corte Inglés son de gran tamaño, contratan a mujeres jóvenes de 18 años y las jornadas laborales son de 12 horas diarias, especialmente en verano, que es cuando hay más trabajo.
El informe de Intermón Oxfam recoge diversos testimonios de trabajadoras, como la de Zakia, de 36 años, que cose prendas de vestir en Marruecos en un taller contratado por El Corte Inglés:
No tenemos derecho a ponernos enfermas; un día no me encontré bien y llevé a mi jefe una nota de mi médico; recibí una amonestación por escrito. Además, son ellas quien deben pagar al médico.
El Corte Inglés controla más del 90% del mercado de los grandes almacenes españoles, posee 110 millones de euros en España y sus ventas en 2002 fueron de 11.900 millones de euros con unos beneficios brutos de 640 millones de euros.
Dice David Dusster que la China de ahora recuerda a la Inglaterra de Charles Dickens, y no hay exageración en sus palabras:
Yue Yuen: el milagro chino.
Es la primera empresa productora de zapatillas deportivas de todo el mundo y emplea a 250.000 trabajadores. Recibe encargos de Nike, Reebok, Adidas, Asics, Puma y New Balance, y sus beneficios anuales son de unos 300 millones de dólares.
Comenzó como una empresa familiar en Taiwán en 1988 pero al trasladarse después a la China continental, donde la mano de obra es más barata, la magnitud de su negocio llegó a tal punto que hoy en día es objetivo de campañas internacionales de denuncia: malos tratos, acoso sexual, horas extra forzadas, salarios inferiores al mínimo oficial, condiciones de seguridad pésimas y estilo de mando militarista. La investigación australiana Anita Chan comprobó que los nuevos empleados eran obligados a realizar tres días de instrucción y marcha por el patio de la empresa, obedeciendo órdenes de una especie de sargento que ordenaba giros a izquierda y derecha y otro tipo de ejercicios. Los castigos, por ejemplo, por presentarse sin el calzado adecuado, consistían en hacer correr cuatro kilómetros al olvidadizo. Incluso se recurre a la coerción psicológica y los abusos verbales para lograr las metas de producción.
Amparadas por el gobierno las inversiones extranjeras y sin libertad de asociacionismo, las grandes marcas encuentran en China un espacio poco reglado en el que la única presión la pueden ejercer la prensa y las organizaciones internacionales.
Y es que en pleno siglo XXI parece que estamos regresando a la antigua Grecia, reservando la democracia para los elegidos y condenando a la esclavitud a los demás.