
Y en mis labios roídos por el frío, a duras pena resiste algo del sabor que te comía la boca, bajo las costras que cuentan los golpes, tu rabia y la evidencia de haberme convertido en esclava, sierva y fiel servidora de tu decrépita polla.
Desenredando con mis dedos la punta de mis nervios, musito como si fuera una nana, palabras que puedan darme la fuerza para salir de aquí, pero cabrón, has entumecido a conciencia el valor que me quedaba.
Cuántas veces me has dicho que me quieres. Cuántas veces te han importado tan poco mis gritos de dolor. Cuántas veces me has dicho que siempre has querido lo mejor para los dos. Cuántas veces has obviado mis sentimientos para tenerme arrodillada pidiéndote clemencia con la dignidad envuelta en lágrimas.
Y en la cama, apenas queda nada salvo sudor y una almohada sobre la cual sólo reposan las más terribles pesadillas. Y, entre las sábanas, los restos de un placer ya extinto. Tus ronquidos de vividor, la fiera exhausta tras una dosis de sexo no consentido.
No puedo salir. No puedo quedarme. No puedo quererte. No puedo, no puedo, no puedo moverme. No puedo esperar que esto cambie. No puedo esperar sin más, pero cariño, me has quitado hasta las ganas de vivir si no es de esta manera. Si no es a tu manera ya no sé. No puedo.