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lunes, 12 de diciembre de 2011

No le pienso dar al Enter

Hola soy Blogger y me gusta desconfigurar entradas. Con todos ustedes,  el texto centrado.

Estas últimas semanas he estado trabajando en un libro. Prosa. Aunque tal vez demasiado poética. Demasiado poética para ser relato, demasiado largo para ser breve pero demasiado corto para ser novela. Con la estructura por el suelo y el final, según se entienda, por los aires. En fin. Pero hacía mucho tiempo que no me ponía a escribir de esa manera. Desde La Soledad del Café. ¿Sabes lo que eso significa? Y es extraño, porque de aquella han pasado ya casi, si no lo han hecho, siete años, pero aun así sigue ahí esta obsesión por lo onírico, y más ahora que la hija de mi gurú en el tema, Armando Carranza, se encuentra cumpliendo condena por haber asesinado a su ex marido y a un ex novio. Marta me habla de bucles por el Facebook y no tengo muy claro si cuando dice “bucles” se refiere a “vínculos”. I mean: a esa relación de ideas, conceptos y situaciones que nos hace volver y repetir lo mismo durante toda la vida y más allá. No sé si ella ve lo mismo. Pero yo me pierdo en tanta coincidencia. De todas formas, es lo de menos. Sólo quiero comentar que estas últimas semanas he estado trabajando en una historia. Y que la mayor parte de esta historia ha sido escrita a mano. Concretamente con boli bic negro y azul sobre hojas de cuaderno cuadriculado. Me ha sentado muy bien volver a encontrarme. Cuanta más gente sigue mi blog, más me cuesta expresarme. Tengo miedo a que no me entendáis o a que me juzguéis mal (o bien, yo qué sé) y digáis de mí que estoy zumbada o que soy una pedante o que me lo flipo y que trato de ir de una cosa que no soy, o que soy posmoderna por pose. Es que ya no entiendo nada. Lo siguiente que diréis de mí será que soy demasiado mayor, pero esa es otra historia a la que también le estoy dando muchas vueltas últimamente, porque el tiempo no deja de seguir hacia adelante y me aterra tanto no poder hacer nada contra ello que, buf, pum, exploto. Pero lo que venía diciendo es que en las últimas semanas he estado trabajando en una historia. He estado escribiendo, y escribiendo de verdad, y me he sentido muy bien. Porque había olvidado la catarsis que supone escribir desde un personaje, y digo un personaje de verdad, un personaje ajeno a ti, no un jodido alter ego. No. Ser todos los personajes y no ser ninguno y poder amar y entender a la asesina, formar parte de ella, darle vida y quitarme horas a mi de sueño y atención -fragmentos escritos en clase cuando se me escapan los minutos en un inglés con acento alemán que a veces no entiendo- de mi vida para dar con ese jodido final monoligofrénico y el punto que cierra la suy. He estado escribiendo y el vacío (inmenso de mis noches yo le siento...) que siento desde que la di por finalizada -echo jodidamente de menos a mi protagonista- me ha dejado muy clara una cosa: esto NO es un hobby. Ya, ya, lo sé, shh. Veréis, en mi clase de alemán para extranjeros (y olé) estamos estudiando ahora mismo los hobbys y los oficios. Se supone que nosotros somos estudiantes y nos gusta, yo qué sé, leer, escuchar música, ir al cine, ir de paseo o ir a discotecas (Ej. Ich bin Studientin. Meine hobbys sind Bücher lesen, Musik hörer, ins Kino gehen, spazieren gehen und mit Freunden in die Kneipe gehen). Vale. A ver si me explico. Voy a seguir con los ejemplos. A principios de septiembre, yo me vi con dos futuros viajes, que puede que no parezcan la hostia, pero para mí, que las únicas veces que había salido de España fue con el instituto, a visitar, como mucho en una semana, Toulousse, Burdeos, Génova o Londres, pues os podéis imaginar. El primero se trataba del viaje aBrescia (Italia) y el segundo del Erasmus en Bayreuth (Alemania). Como ya comenté en su momento, al primero me invitó el Ayuntamiento de Logroño para representar, en calidad de escritora, a España (y olé), en la Giornata Europea delle Lingue. Pocos días después de mi regreso, tomaría otro avión hacia Bayreuth, donde me encuentro desde entonces con una beca Erasmus, terminando esa carrera que prometía diálogos y discursos propios del cine de Richard Linklater pero que al final resultó ser una puta mierda: Filosofía. Entonces, alguien de mi familia (de esa parte de la familia que piensa que estoy perdiendo el tiempo en cosas inútiles para estos tiempos de crisis, porque a quién se le ocurre estudiar Filosofía, que no sirve para nada; porque por qué perder el tiempo escribiendo mingadas y publicando morralla y leyendo en bares) me dijo: “Pero lo de Italia es sólo por tu hobby, ¿no?”. M I H O B B Y. Y entonces yo, señoras y señores, me pregunto: ¿Qué es un hobby? Tengo un amigo que no supo qué responder a la casilla “Hobbys” del formulario inicial que le entregó su psicólogo, por ejemplo. Con esto quiero decir, ¿existen los hobbys? La gente se apunta a talleres de costura (Por cierto ¿qué es eso que me dice Pau de que ahora tejer es una actividad hipster? Que lo ha visto en las noticias de Antena 3, me dice), de bolillos, de salsa, o sale a correr, o se ve una peli o la tele, o yo qué sé. Joder, no sé. Yo entiendo que pintar sea un hobby si hablamos de esa gente que se apunta a un taller para pintar paisajes fijándose en cuadros de mierda del año que reinó Carolo, o que se tiran diez meses, dos horas a la semana, copiando los girasoles de Van Gogh. Y entiendo que se considere Hobby hacer bolillos o ir a yoga o... no, tampoco tengo claro nada de esto. ¿Cuáles son mis putos hobbys? ¿Leer y ver películas? ¿Escuchar música? Yo creo que le doy una importancia mayor a la literatura, al cine y a la música como para relegarlos a la categoría de “cosas con las que perder el puto tiempo”. Yo no escribo para pasar el rato. A mí escribir me duele por necesario. Y es así, ¿con cuántos de vosotros he hablado alguna vez Filosofía? Si me preguntan “Qué tal en Bayreuth”  yo sólo respondo sobre mi asesina, sobre los relatos que tengo en mente para las próximas antologías en las que voy a aparecer, o sobre los libros que estoy leyendo. Porque esa es mi vida y es a lo que me dedico. Así lo siento. Mi hobby es la Filosofía. Aunque sea por la que estoy aquí (oficial y burocraticamente) y por lo que fui a Valladolid (y me fui de Logroño). ¡Ja! Trampa. ¿Por qué estudio Filosofía? ¿Por qué me fui de Logroño? ¿Por qué estoy aquí, asistiendo a seminarios de Filosofía en inglés, por qué quise salir de España, por qué quise conocer otro país, por qué vine a un pueblo perdido de Alemania? Todo lo que he hecho ha sido para escribir. Y vosotros diréis, ¿y por qué Filosofía y no Filología? Pues yo os lo digo, señores: porque me salió de los. ¿Cuál es la conclusión a la que llegamos con todo esto? Que no escribo por hobby. Y, dicho esto, y volviendo al tema que me ocupaba, estas últimas semanas me he estado dedicando a escribir una novela corta relato breve que será publicada, según lo previsto, la tercera semana de marzo, con la editorial peruana Toro de Trapo. He dicho peruana, sí, de Perú, lo que quiere decir que a este país no le basta con una Adri irreverente. 









 Volveré con noticias.

martes, 14 de septiembre de 2010

Symmetry Of Empty Space




Valladolid es una ciudad desoladora. Supongo que, llegado un momento, todas las ciudades lo son. El primer año que viví en Logroño me llamaba la atención que no se viera a nadie en la calle a partir de las diez de la noche. Con el tiempo se aprende a mirar y se descubren personas con maletas de madrugada, yendo o viniendo de la estación de autobuses.

El domingo fui a casa de Pat, porque ya no vivimos juntas, aunque sí cerca, y vimos “Los Mundos de Coraline” porque “¡no me puedo creer que no la hayas visto!”. Algo así me dijo el año pasado antes de ver “Corre Lola, Corre”. Pensé en la desolación después, de vuelta a casa. La desolación iba más allá. Se habían terminado las fiestas. Unas fiestas de las que, como todos los años, no he sido muy consciente. La razón que me lleva a estar en Valladolid en septiembre no es otra que los exámenes. Septiembre es tierra de nadie, una ciudad pasada la semana de fiestas. Una nueva habitación o un nuevo piso. Y, como siempre, las decisiones a última hora. Salimos cualquier día. Periodo de entreguerras entre examen y examen y por la calle alguien grita que son días de fiesta. Un pincho, una caña, en cualquier caseta. Pero los temas de conversación no tienen que ver con ningún tipo de celebración. Incomodidad. Hablar de trabajo, estudios, becas, proyectos. Stop.

Volver a casa y el silencio. En las calles y en mi piso. Los propósitos para el nuevo curso. ¿Adelgazar? No fumar, no beber, ser constante, ir a clase to-dos-los-dí-as. Acudir a las tutorías, a ese tú a tú forzado del explíquemelo otra vez. Tócala otra vez, Sam. A ese no sé cómo decirte ya que estoy hasta la polla de Descartes, Kant y su puta madre. Pero sobre todo harta de Popper, Kuhn, Frege, Russell y aún más de todos los medievales. A ese quiero terminar de una puta vez pero se me hace interminable. Así que barajamos las opciones. Todo esto sin haber mirado una sola nota. Manías. Alargar la agonía de la incertidumbre hasta el día en que se abra el plazo de matrícula. Para no tener ya nada que hacer. Para no tener que suplicar un medio o un punto entero más, ni tener que admitir que fue un error elegir esta carrera. Tener que admitirlo otra vez. Tener que decir que pese a lo poco o nada que me puede interesar la lógica, y lo muchísimo menos que me puede llegar a gustar tener que volver a cursar, otra vez, las mismas clases de filosofía medieval y moderna, con sus mismos profesores, sus mismas caras, sus mismos gestos, y los mismos pero con otras caras alumnos que levantan la mano y preguntan y responden y replican tontamente y citan a multitud de autores, y aburren hasta hartar, una y otra vez, una y otra vez, las mismas historias, desde bachillerato y hasta el infinito, siempre lo mismo, lo mismo, lo mismo, San Agustín, Santo Tomás, Abelardo, Escoto, blah, blah blah. Siempre lo mismo pero peor, con menos ganas, con la motivación de primero deprimida y por los suelos. Harta de estudiar Filosofía y sin mirar siquiera las notas de este septiembre intento decidir, con el miedo aún en el cuerpo —lo mucho que me aterran las muñecas de trapo— en la desolación de una ciudad a la que se le ha acabado el tiempo de recreo, en qué matricularme este año. ¿Me matriculo en quinto o me dedico a limpiar el primer ciclo?

Oigo latir en el bolso “El Sofá de los Valientes”, de Bolo, y me acuerdo del pasado 10 de septiembre en el sur del sur de Madrid, como me dijo Nacho. De cualquier manera, pensar en Valladolid como un espacio vacío me remonta a Madrid, y por un momento creo que sé qué quiero pero no puedo moverme de aquí. Es lo que hay. Valladolid es esa estación de mis últimos sueños. Esa estación a la que nunca llego a tiempo o donde no me quieren vender billete a ningún sitio. Todas las noches entro a un vagón de tren que se cierra antes de tiempo. Nadie de los que están a bordo sabe cuál es el destino. Todas las mañanas despierto con miedo. El miedo a no poder salir. El miedo a tener que volver cada vez de nuevo a casa. El miedo a volver a repetir los mismos patrones. Una y otra, y otra, y otra vez. A la oscuridad, al eventual “se ha detectado una amenaza” del antivirus de turno. El antivirus, el retroviral, la droguita de turno que nos da seguridad ante el peligro. Qué divertido. A sentarme, otra vez, ante los mismos apuntes de junio, pero con muchísimas menos ganas, para el último examen de la temporada. ¿Me matriculo en quinto o me dedico a limpiar el primer ciclo? Limpiar el primer ciclo. Qué bien suena, qué apropiado. Limpiar. Dejarlo todo limpio antes de marchar. A otra carrera, a otra ciudad, a otro país. Pero no volver ni quedarse esperando.
Este año tiene que ser el último. Anótalo como propósito —como único propósito— de nuevo curso. 
Este va–a–ser–el–último.

P.D.: El jueves tengo una entrevista de trabajo.


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