La Flama Violenta, poesía española contemporánea.
Tres "colmillos" fuimos publicados en el número 7 de la revista literaria FEDRA (México).Si quieres más, pincha.
Estoy espesa y sin ideas, embolsando al vacío fanzines Jamais Vu!, intentando estudiar filosofía del lenguaje e inscribiéndome en ofertas de empleo de infojobs, azafatasypromotoras.com, y otras tantas webs de ofertas laborales...
Y en los ratos libres escucho música, y repito las canciones que me gustan. Sobre todo esta, y porque me apetece compartirla, aquí la dejo, para quien le quiera dar al play.
Un abrazo y felices fiestas.
El jueves tenía que entrar a trabajar a las seis y media. Mi último día (hasta nueva orden) en
Mundo Dulce. En mi bolso había un aviso de Correos y ya eran las seis, pero no me importaba llegar tarde. Podía permitírmelo. Ya había firmado la baja y cobrado el finiquito. Me dirigí a la oficina de Correos y esperé, y esperé.
Dos colas muy largas, donde unos esperaban para enviar y otros para recibir, y entre medio, dando saltos, un niño pequeño que pensaba que estaba allí para enviar la carta a los Reyes Magos o recibir un regalo anticipado de Papa’ Noel. Era lo menos deprimente que había allí. El resto, caras de frío, de impaciencia. Miré el reloj, cómo las agujas estaban cada vez más cerca, en el seis, y me daba igual. No me iba a ir sin el libro.
El libro que empecé a leer la mañana siguiente, en el autobús que me trajo a Logroño, al lado de una señora mayor que olía realmente mal y miraba con desdén la portada, como si tuviera algún derecho a opinar qué debo y no debo leer.
Un vejestorio desdentado se me acerca sigilosamente. Va tan mamado que apenas puede enfocar la vista. Su sexto sentido le dice que soy del sexo femenino. Eso es todo lo que necesita saber. Me pregunta cortés, tímida y patéticamente si me gustaría bailar. Por pura perversidad, le digo que sí. Me pone una mano peluda y sudorosa en la cadera. Pongo una mano, casi sin tocarlo, sobre su hombro. Esta´ empapado de residuos tóxicos. Se pone a tararear en voz baja la canción mientras unas lágrimas mudas le riegan la sucia cara, surcando profundas grietas, pústulas hundidas que infestan sus mejillas. Me imagino que es Bukowski. No andaba muy lejos. Por lo que sé, también él tiene una extensa recopilación de reflexiones de viejo amargado, que guarda en una carpeta ajada en el hotel de paso que posiblemente llamaba su hogar, al otro lado de la calle, cerca del puesto de perritos calientes Nathan’s Famous. Huele a años de comer mal, a alcohol y a sexo solitario. Siento cierta perversa compasión por él. Me doy cuenta de que la única diferencia entre él y yo esta´ en un mal paso de más. Un pago de alquiler menos. Quedarse sin trabajo demasiado pronto. Un desengaño amoroso de más. Y demasiada priva. Casi me entran ganas de acompañarlo a casa. Invitarme yo misma. Limpiar su viejo cuerpo estropeado. Cortarle el pelo, darle un afeitado. Hacerle la manicura. Prepararle el desayuno. Masajear sus pies llenos de agujeros. Se termina la canción. Desisto de mi demente fantasía, me disculpo y me meto en los lavabos de señoras. El revulsivo que necesitaba para acabar de disipar los últimos vestigios de mis ilusiones de ser la Madre Teresa: el único retrete que hay en aquel tugurio esta´ todo embadurnado de vómitos y mierda resecos.
Lydia Lunch.
Paradoxia. Diario de una depredadora.
Homenaje y agradecimiento a todos los que han colaborado en el primer número del fanzine independiente Jamais Vu! editado por Daniel Tudelilla y Javier Triviño.
Música: I just wanna have something to do, versionada por Garbage
Muchos flequillos a un lado, corbatas, gorros y gafas de pasta… Es la fiesta de los maniquíes.
Lo único auténtico ahí dentro fueron Russian Red y One Little Plane y la actitud tímida y natural de las cantantes.
Creo que estoy exagerando y generalizando demasiado. Volvamos a empezar…
One little plane no interpretaron canciones: crearon un ambiente casi onírico con su música. Un sueño al que nos adentramos desde Rise. Y cuando Kathryn se equivocó en una canción, dio pataditas en el suelo como una niña y volvió a empezar colorada, me enamoró.
Y qué decir de la actuación de Russian Red…
Cuando logró ponernos la piel de gallina al versionar el tema “Llorando” (aunque ella lo interpretó en inglés). Sí, “Llorando”, la canción de una de las escenas más perturbadoras e inquietantes del cine.
Cuando se ruborizó por no acordarse de la letra y el soplapollas de turno encendió de pronto todas las luces, dejando ver el rostro sonrojado de Lourdes, que literalmente salió corriendo del escenario como si con las luces una fuerza superior hubiera gritado SILENCIO y todo aquel sueño se hubiera roto por completo (como en Mulholland Drive), todos volvimos a la realidad, el vello dejó de estar tenso y salimos a la calle para descubrir que seguía siendo noviembre y no había dejado de llover.
Sábado: Asfixia.
Para una (amante) lectora de Palahniuk como yo, la adaptación cinematográfica de Asfixia resulta bastante light, pero no por ello floja ni mediocre. La verdad es que la película de Clark Gregg es fresca, divertida y cuenta con las destacables interpretaciones de Sam Rockwell y Anjelica Huston.
Sí son mediocres, todo hay que decirlo, los flashbacks. En la novela de Palahniuk la infancia del protagonista se presenta como una historia paralela a la trama principal, siendo bastante importante para entender la forma de ser y actuar de Victor. Pero en la película el pasado queda bastante desdibujado, convertido en simples flashbacks que se abren y se cierran de una forma bastante cutrecilla.
La única conclusión que puedo sacar es que fui con los prejuicios propios de quien se espera una adaptación cien por cien fidedigna de uno de sus libros favoritos. Esos prejuicios que a lo largo de la hora y media que dura el film hacen que te preguntes por qué han desechado ciertas partes, por qué han incluido otras y por qué han suavizado tanto el final. ¿”Metedura de mano” del productor? Seguramente.
Pero bueno, la verdad es que salí bastante contenta del cine. Tal vez tuvo que ver que en la escena final sonara Reckoner (¿y cuándo no dejan buen sabor de boca Radiohead?)
Sólo os digo una cosa: Si no os habéis leído el libro, hacedlo después de ver la película. Os gustará mucho más. Y digo mucho más porque, al menos en mi caso, me gustó bastante, y creo que a todo aquel que se ha leído el libro también va a parecerle buena, sobre todo si deja los prejuicios y el recuerdo de las grandes descripciones de Palahniuk en la puerta del cine.
Durante esta semana recibí una petición de amistad en Myspace. Porque sí, tengo de eso, aunque no suelo utilizarlo. Para qué engañarnos: prefiero Blogger.
Quien quería ser mi “amigo” era Zahara, para cuyo concierto tenía (y tengo) la entrada número uno. Podéis haceros entonces una idea de la sorpresa que me llevé. Zahara, la cantautora mandarina, aquella que regala dulces en los conciertos, tal vez para endulzar esa tristeza que envuelve a uno cuando escucha temas suyos como piscinas en verano. Ella me había enviado una “petición de amistad”.
A partir de ahí comenzamos a enviarnos mensajes a través de Myspace. Nada del otro mundo, sólo que al decirle que trabajaba en una tienda de dulces, ella me respondió:
Si me llevas chuches me da un ataque de felicidad histérica alli mismo!
jajajaja
en serio!:)
oh!
Z
Así que esta tarde, en un momento de poco jaleo en la tienda, me puse a llenar una bolsa de gominolas. Corazones, besos, ositos, huevos, conos, fresas… mi pan de cada día.
Y a seguir con las pipas, con los tardíos que a última hora vienen a comprar el pan, y una chica que me pregunta “¿pero no tenéis cebolletas con sabor a anchoa?” hasta las nueve y media, que viene Sara a buscarme y nos vamos un poco más allí: al Café Teatro.
Nos regaló su simpatía, su sentido del humor, su imagen de niña, de inocencia, en su mundo de piruletas y letras amargas, tristes, y, en momentos, hasta desgarradoras. Un ambiente cálido y agridulce, cargado de contrapuntos, de sonrisas entre canción y canción; canciones cargadas de sentimiento (que no sentimentalismo) que en alguna ocasión terminaba alejada del micro, desahogada en gritos más agónicos que melódicos. Simplemente estremecedora. Simplemente, genial.
Una voz tan dulce capaz de decir cosas tan duras.
Al terminar de cantar con las ganas no pudo evitarlo y lloró.
Y yo, sorprendiéndome a mí misma, sorprendiendo a mi timidez, me encuentro en primera fila ofreciéndole el kilo de gominolas, esperando poder cambiar esa tristeza por un ataque de felicidad histérica.
Abre la boca soprendida, como una niña, muy agradecida.
Y Sara diciéndome las tres palabras que más veces he oído a lo largo de mi vida: ¡qué roja estás!
Y Zahara con un pañuelo y alguna lagrimilla. ¡Me han regalado chuches!.
Sólo espero que ese detalle fuera en parte el causante de la alegría que le invadió a continuación, cuando cantó Chico Fabuloso.
(Y que algún día, por qué no, diga: Una vez, en un concierto, la niña de las naranjas me regaló un kilo de chuches.)
Siento estallar mis pechos desde el fondo del sostén, el corazón ha menguado desde que te conocí. Se ha hecho pequeño, como un fruto seco, una pasa, un piñón. Fruta escarchada envuelta en chocolate. No, en yogurt. Pero mis tetas han crecido, mucho, mucho. No me caben aquí, tengo que quitarme el camisón. Tus ojos son marrones, o grises, o ambos colores. O ninguno. Tanta oligofrenia en almíbar, muchos riesgos insanos de pretenciosa soledad, de poetas inconclusos, de presos incompletos, de mi ego incomprendido. De tus labios y tus besos de cartón pluma.
De las alas de mi apéndice, de las vértebras garrapiñadas, de la silueta que aún queda en mi pared aunque te fueras.
Y mis pechos a punto de explotar, y algo entre mis muslos a punto de brotar, burbujeante. Un niño, un anfibio, un realce genital.
Un bastardo, un hereje, un heterónimo,
un dos por uno.
Esto es sólo un anticlimax, un perchero de sonrisas, una elección apresurada...
un canal por donde evacuar las contradicciones.
Me piden el regaliz
más negro,
El chocolate más puro.
Yo les mando al final de la tienda y sólo encuentran
Kit kat de chocolate negro. Si no hay otra cosa…
El eye linner corrido bajo sus ojos, el flequillo a un lado,
sus chapas de Tokio Hotel y las zapatillas Conversse.
Son mis hijos, mis herederos, los padres de mis nietos,
El futuro incierto. Lo dicen sus chapas de The Clash.
De fondo suena una canción de John Frusciante,
O alguna de la Joplin.
El disco que mi jefe siempre cambia por los Cuarenta Principales.
Esos niños, adolescentes antes de tiempo, intentando aparentar tener una cultura que no tienen.
Porque mientras canta Frusciante, ellos tararean lo último de Nena Daconte.
Porque aunque luego se pongan ciegos en un bar, ahora están en una tienda de dulces.
Todos somos llamados a nuestro estado natural.
Otro grupo entra.
Pantalones cortos, como bragas.
Medias transparentes y botines,
O zapatos,
Con muchísimo tacón.
Los labios rojos y el pelo muy cuidado,
Sombra de ojos azul, o rosa, o marrón.
Quieren piruletas en forma de corazón,
y un puñado de gominolas.
Ríen. Son hienas disfrazadas,
O pavas disfrazadas de hienas.
Y mi compañera suspirando me dice al oído:
“Ay virgencita, que no se convierta en esto mi niña”.Por tu lengua me voy toda desnuda
haciendo cuentas de tu piel cansada.
Me miras como nunca me miraste,
en cueros paseando por tu cama
no sé si quiero irme corriendo fuera
o si me quiero correr en tu mirada.
Rescate de audaces pescadores
son tus manos que miman mis entrañas:
tierno descanso para los perdidos
alambre de espino para los que hallan.
Rómpeme los mimbres con tus manos,
estos tributos de pobreza y carne,
mira que nos jugamos los abriles
de cama en cama y de tarde en tarde.
Recordaries un somni:
transbordadors lluminosos,
un astronauta, un satèl·lit
d'uns acabats horrorosos.
Els oceans i la Lluna,
el teu caràcter és hermètic,
amb la mirada perduda
dins un planeta desèrtic.*.
No quiero ir a trabajar, ni a clase, ni a ningún sitio. Hoy sólo quiero llorar hasta desangrarme. Joder.
A saber qué coño me pasa.
Un granito de arena, sobre otro granito, y otro, y otro...
Sera´ que estoy escuchando a Muse. Hacía tiempo. Sí, bastante.
La envidia, la competitividad, y este maldito miedo a ser inútil.
Porque me siento lo peor, la peor. La peor en lo que mejor se me da.
Adriano Manzanares
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Y encima vienen los de Telefónica a robarme y los de Orange a vacilarme. Y viceversa.
Contratamos el adsl de 20mb de Orange. Ese que icluye el adsl de hasta 20mb, el pack incial de TV, las llamadas a fijos nacionales y el mantenimiento de línea con Orange. Bueno, pues esto de “todo con Orange” no es exactamente así. Para empezar teníamos que dar de alta la conexión de teléfono con Telefónica y pagar treinta euros a esa querida compañía verde y azul. Y así es como tuvimos telefonía fija con Telefónica durante veinte días, hasta que el viernes vino un técnico de Orange y nos puso el esperadísimo Internet y los canales de televisión. Quitó el teléfono fijo de donde estaba y lo conectó al router de Orange. El técnico me dijo lo siguiente, o algo similar: “hasta dentro de un mes más o menos no tendréis línea con Orange. De momento seguís con Teléfonica, así que tendréis que marcar el prefijo 1052 siempre que llaméis para que las llamadas no os las cobre Telefónica.”
Pues bien. Pero entonces pensé, “espero que no tarden mucho en darnos de alta la telefonía fija con Orange porque no me apetece tener que estar pagando casi quince euros mensuales a Telefónica por el mantenimiento de línea.”
El técnico se fue y yo fui feliz porque tenía Internet. Vicio, vicio.
Pero, ¡oh! El teléfono ya no recibía llamadas, y, por mucho prefijo que marcáramos, tampoco podíamos realizar llamadas. Así que llamamos a Orange y le comentamos nuestro problema. La teleoperadora nos dijo que como aún tenemos la línea con Telefónica tenían que solucionarnos el problema ellos. Llamamos a Telefónica.
El martes volvió el técnico de Telefónica. “Normal que no podáis recibir ni realizar llamadas, porque tenéis el teléfono conectado al router de Orange, con quienes aún no tenéis línea. Si lo conectáis a la toma de teléfono que hay en la entrada, como lo teníais antes, sí que os funcionara´, porque con Telefónica sí que tenéis línea.” Y el técnico quitó el teléfono del router.
“Son 9’50€ por el servicio técnico y 50€ por el desplazamiento”. Me dice el hombre. 59 € de nada, apenas. “Pero como el fallo es de Orange, puedes no firmar, como que no esta´s conforme, y llamar a Orange para que nos paguen ellos”. Y yo no firmo, y el técnico se va, y nosotras nos quedamos sin Internet.
Sin fijo y sin Internet. Qué vida ma´s triste.
Llamamos a Orange y le comentamos lo ocurrido a una teleoperadora muy simpática. “Normal que no os funcione Internet, porque, al desconectar el teléfono fijo del router, el de Telefónica os ha desconfigurado todo. Tenéis que llamar a Telefónica y poner una queja por el servicio técnico.”
Llamamos a Telefónica. Volvemos a comentar lo que pasa, y que queremos poner una queja. Después de marearme con un tiroliro insportable durante una eternidad, la chica me dice que como es cosa del servicio técnico tengo que llamar al 1002 y poner una queja porque el técnico no sólo no nos ha solucionado el problema con el fijo, sino que también nos ha desconfigurado el adsl que tenemos contratado con otra compañía. También me dice que no me preocupe por los sesenta euros, que nos los cobrara´n mediante transferencia bancaria y que, en cuanto eso ocurra, llamemos a Telefónica para que nos los devuelvan.
Llamamos al 1002. Ponemos la queja. La teleoperadora nos dice que no tienen porqué solucionar los problemas que tenemos con otras compañías. ¡Joder!
Llamamos a Orange. Todo. Le contamos hasta nuestra vida. Todo, coño, todo, y que estamos hasta el coño de que se estén pasando continuamente la puta pelota.
Creo recordar que nos dijo que enviara´n a un técnico para que nos solucione el problema sin cobrarnos nada. Pero no sé si creérmelo.
Creo que quiero darme de baja.
Si quieres ver otro problema que tuve con la conexión a Internet, pincha aquí.
"Calzados Luis
(del parque del Cerillero de Gijón)
Precisan contactos con la señora que compró a su marido unos zapatos del 41 (en color blanco) el 17 de marzo con motivo del Día del Padre. Por asunto de vida o muerte."
Luis Padre, el de los zapatos. Aquel señor mayor que tenía una zapatería en el parque del Cerillero, aquí en Gijón. Sí, ese viejo cascarrabias, qué mala leche tenía el muy cabrón. Su hijo, Luis hijo, no tanta. Bueno, ninguna. Menudo sinsustancia era Luis Hijo, Madre Santísima. Ya sabía todo el barrio lo tonto que era el pobre. Todas las semanas Luis Padre ponía un anuncio en el periódico. Un anuncio de la tienda, nada del otro mundo. Luis Hijo, que era bastante ignorante, pensaba que por aparecer el nombre de la tienda cerca de los anuncios de contactos, ya tenían algo de prestigio. Tan famosos como los travestidos y las prostitutas de los otros anuncios, que eran de renombre. No todas las putas aparecen en los diarios, claro que no. Luis Padre, sabiendo bien como sabía que la imaginación de su hijo no tenía límites, cuidaba siempre de que no fuera él quien llamara al periódico. Luis Hijo, por su parte, no veía el momento oportuno para quitarle el teléfono a aquel viejo autoritario y castrante. Quería aprovechar esa ventana al mundo para crear historias, pinchar a la gente de Gijón y sacarles un poco de la rutina dominical. Hoy no sólo venderemos zapatos, hoy exprimiremos la imaginación de los habitantes de Gijón.
Luis Padre un día murió, como suelen hacer los padres. Murió, pero no se sabe bien cuándo. Y, ojo, que no se sabía porque el tonto de su hijo no dijo nada. Se encuentra enfermo, ha salido, decía cuando preguntaban por él en la zapatería. No sé si porque realmente la cabeza no le daba para más o qué, pero ni mu. Y el padre en la trastienda entre hormas y tacones. Fue por aquel entonces cuando apareció aquel famoso anuncio en el periódico:
"Calzados Luis (del parque del Cerillero de Gijón) Precisan contactos con la señora que compró a su marido unos zapatos del 41 (en color blanco) el 17 de marzo con motivo del Día del Padre. Por asunto de vida o muerte."
Madre Santísima, la que se montó entonces. La cantidad de mujeres que fueron a la zapatería. Tal vez Luis Hijo, al poner el anuncio, no pensó que fueran tantas las mujeres que regalaran zapatos (blancos) a sus maridos por el Día del Padre. Y no fueron tantas, la verdad. No, qué va. Muchas (y muchos) iban por el morbo, borrachos de curiosidad. No son tantos los hombres que calzan un cuarenta y uno.
Y no fue sólo una vez, qué va. No, no, el muy tonto lo publicó más veces, con alguna variante, pero el mensaje venía a ser el mismo. Y Luis Hijo atolondrado, riendo a carcajadas cada vez que entraba una mujer diciendo ser la del anuncio. Hasta que la curiosidad de los gijoneses se extendió hasta la trastienda y alguien vio, puede que un hombre con zapatos blancos, al pobre diablo Luis Padre convertido en trozo de carne putrefacta entre botines y tapas.
"Calzados Luis
(del parque del Cerillero de Gijón)
Precisan contactos con la señora que compró a su marido unos zapatos del 41 (en color blanco) el 17 de marzo con motivo del Día del Padre. Por asunto de vida o muerte."
Creo que soy yo esa mujer. La mujer de la que habla en el anuncio. Qué locura. Si mi marido lo supiera. ¡a saber! Igual lo sabe ya, seguramente, pero se mantendrá callado, como siempre. No hay quien lo levante del sillón. Me parece pequeño en comparación al zapatero. El del anuncio, sí, ¡ ay! Ese sí que es un hombre, y no éste. Qué desperdicio. Qué pies tan pequeños. Parece una mujer. En qué estaría yo pensando. Sí, tengo que ser yo. Por un asunto de vida o muerte. ¡Cómo para no! A saber cuánto me llevé. No me acuerdo, un buen puñado. Me río yo sola, madre mía. Menudo hombre el marido mío, ¡yo que pensaba que la cocaína daba dinero! Y lo da, sí, lo da, claro que sí, ¿pero felicidad? Coño, sí, claro. Claro que la da, si no de qué voy a estar casada con este desperdicio. Pero qué ingenuo el zapatero. Los zapatos, los zapatos blancos, dice, ¡ja! Ese lo que quiere es mi dinero, y si no, ¿qué? ¿Eh? De vida o muerte dice. Anda que... Lo lleva claro, que venga a matarme si quiere, no te digo más, pero a mí que me quiten lo bailao.
Y sí, el anuncio es real:
http://nubiansinger.blogspot.com/2008/11/cosas-que-pasan.html