viernes, 5 de enero de 2007

Mosquitos en la boca


Hace sol. La temperatura es cálida, muy agradable.
Estoy con mi familia materna, tranquilamente en un río.
Un río grande y ancho (aparentemente parece un pantano), de agua cristalina, con limpias piedrecillas en el fondo. Cubre poco, más o menos hasta la rodilla.
El agua está fría, pero no en exceso. Todo es asquerosamente perfecto.
El río se presenta tan fantástico que me es imposible no caer en la tentación de introducirme en él.
Me siento, me acuesto, cierro los ojos y comienzo a nadar hacia atrás, cada vez más deprisa, más rápido, mucho más.
No puedo parar, y aún sigo con los ojos cerrados. El dulce sabor del agua, la inmensa tranquilidad. Todo se torna angustioso y amargo. El sabor de mi boca, ácido. Hay algo ácido en mi boca. Hay algo moviéndose en mi boca. Hay algo pinchándome las encías. ¡Hay insectos en mi boca!
Salgo rápidamente, corro y escupo. De mi boca caen insectos que se asemejan a hormigas (pero son mucho más grandes, mucho más) con aguijón. No dejo de escupir, pero no dejan de salir más y más. Temo ahogarme. ¡Una me ha pinchado en la encía!
Sin querer muerdo una, casi me muero de asco, y al escupirla veo que aún sigue viva.
Llego al lugar en donde está mi familia, noto que mi encía se está hinchando levemente, pero no me desagrada del todo… Ya sabéis cómo es esa sensación que se produce cuando se araña la encía con un palillo, ¿no? Duele, pero es un dolor dulce, un dolor paradójicamente placentero.
- ¡Ah! ¡Eso son anacardos! – Me dice mi tía una vez le he contado lo ocurrido. Ella tiene una bolsita de anacardos (pero de los de verdad, esos frutos secos tan ricos). – Pero para que estén así de buenos hay que matarlos, secarlos, en fin, cocinarlos. Crudos no te los puedes comer: tienen veneno.
- ¿Pero cómo te ha podido ocurrir tal cosa en un río así de perfecto? – Me pregunta mi tío. - ¿Hasta dónde has ido?
- No sé, iba a la deriva con los ojos cerrados. Supongo que he llegado hasta allí. – Y señalo un lugar donde el agua está levemente más oscura. Es el único lugar en todo el río en donde hay un poco de vegetación.
- ¿Pero cómo se te ocurre ir allí? ¡Allí no deberías haber ido nunca!
- A veces me gustaría poner un gran edredón sobre el agua y caminar sobre él. Así no ocurrirían estás cosas. – Concluyo, mirando tristemente hacia el río.

3 comentarios:

  1. Umm, la historia debería ser mas larga, el baño mas largo, un poco mas de calor, y mmm aire vacío, aire puro y limpio, poco sonido, nada de ruiditos naturales. Un bañador de patita ajustado, flexible y suave, y una capita de crema para el sol, acetosa y resbaladiza. El avance por el agua sensacionalmente eterno, mientras dura; y los brazos hiperflexibles...
    La zona más oculta del agua: la más increíble; cristalina e inerte, macroiluminada y virgen...
    Un sueño real para marcar con una equis en el diario, y firmarlo con el perfil de los tuyos, en la orilla alejada.

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  2. Este relato me produce cierta envidia. Llevo ya un tiempo intentando recuperar mi costumbre de escribir. Espero poder subir algo propio a mi blog, resulte bueno o asqueroso (como mordisquear un insecto).
    Y lo cierto es que tengo por ahí varios relatos iniciados, "los terapeúticos". Son relatos que se improvisan con tres palabras al azar, y que mueren al mes de haberlos comenzado. Aunque sólo haya escrito unos párrafos.
    Por eso me da envidia este relato. Se cierra bien. Hace falta "algo" para escribir un relato y saber cerrarlo cuando a uno le apetezca.
    Estoy pensando que, si no lo consigo, tal vez los suba para que otros lo terminen.
    Conservaré esta entrada tuya hasta que me autorices a usarla. Me servirá como referente, y espero aprender de él.
    ¡Eso sí, con el asco que les tengo a un montón de insectos, y tú los traes de serie...!
    Un abrazo.

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  3. Preste Juan, me encantará tener un hueco en tu blog. Cuenta con mi total consentimiento para colgar todo lo que quieras y realizar los comentarios que estimes oportunos.

    Un abrazo

    Adriana.

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