martes, 2 de enero de 2007

NUECES Y MIEL


Llorando yo en una esquina cualquiera de la calle Sagasta, vi a un tipo corriente con aires de espectro.
No me miró, pero sé que me vio con deseo en alguno de esos momentos insignificantes que te marcan algún cierto recuerdo efímero.
Volví a caminar. El Puente de Hierro estaba cerca.
Y, aunque mis ropas desarraigadas y arremangadas no me protegían del frío otoñal, yo era feliz.
A medida que iba caminando calle abajo, notaba la humedad del Ebro sobre mi cabeza. Mis pelos encrespados me daban un aspecto cada vez más degradante. Pero no era tiempo de lamentarse.
El espectro me miraba desde la puerta principal del Casino, pero ya no había deseo en su mirada, en sus pupilas color malva, y yo, decepcionada, me vi envuelta en un aura de incomprensión hacia mi persona.
De pronto, el hombre me miró, pero yo no quería que sus pupilas color malva volvieran a decirme algo subjetivo. Por lo tanto, seguí bajando, pues debía llegar al puente. Cuanto antes, mejor.

De poco me sirvió llegar al puente, pues aún faltaba mucho hasta llegar a ese dichoso punto en el que se podían divisar las focas marinas reflejadas en las verdosas y fangosas aguas del Ebro.
Cuando ya pude divisar aquella sublime obra arquitectónica que se mezclaba con la descuidada, y casi salvaje, naturaleza, y que hoy se convertía, como cada día, en un cagadero de cigüeñas; un movimiento instintivo y el crujir de una baldosa me obligaron a mirar hacia atrás.
Tras de mí.
Detrás de mí.
Allí estaba el atractivo espectro, fijando sus terribles pupilas malvas en mi mirada tórrida y lasciva que, poco a poco, fue convirtiéndose en una mirada de súplica, pidiendo compasión.
Yo debía seguir mi camino pero él no me dejaba.
Su mirada malva no me lo permitía.
Las cigüeñas no saben volar a estas horas de la tarde. Anochece.
Intenté retroceder pero no pude. Él seguía mirándome.
- ¡Maldita sea! ¿No ves que debo seguir mi camino?
- ¿Por qué deseas llegar a ese punto del puente?
Perpleja, me pregunté cómo era posible que aquel hombre supiese cuál era mi destino elegido.
- Porque sí. A ver qué dices ahora, “malveño” maquiavélico, maniquí de sonrisas perversas en el escaparate de los sueños lascivos de mi corazón.
Los latidos de mi corazón latían apresurados, señalándome que ya había llegado el momento.
Pero yo no podía continuar. Mis pies iban tomando forma, formando parte de las baldosas del puente.
Un calor abrasador me inundaba todo el cuerpo. Sentía que me ahogaba y suspiraba profundamente. No podía emitir ningún vocablo, palabra o sonido coherente.
Miraba con ojos suplicantes a aquel atractivo espectro de pupilas malvas, pero él no me ofrecía ayuda.
Los botones de mi blusa pedían ser desabrochados apresuradamente, y yo no podía negarles esa tentadora proposición.
Con mis pechos descubiertos, y sin poder moverme de allí, rogué a aquel fuego intenso de color malva, que centelleaba en los ojos del espectro, que me dejara marchar.
De repente, logré despegar mis pies del suelo pero, torpe de mí, tropecé con una baldosa y fui a caer a sus pies.
Sus amarillos zapatos me hicieron daño en los ojos, así que los cerré y recorrí a tientas sus piernas con mis labios.
Sus rodillas me dieron el elixir del deseo que me faltaba para continuar.
Mis pezones se pusieron duros de repente y el aire otoñal, con la bruma húmeda que despedía el Ebro, penetraba las telas de mis desarraigadas ropas, provocando un calor intenso en mi entrepierna.
Seguía subiendo mi boca por sus piernas mientras mis ojos, cerrados, eran testigos de una cálida humedad agradecida por el aire.
Mis manos estaban firmes y obedientes. No temblaban, no sufrían. Las llagas que me provocó la caída parecían curadas, y el tacto suave de sus pantalones me invitaba a tocarlos con las manos. A acariciar cada recoveco, a fruncir las telas, a arañarlos sin compasión, a desgarrarlos.
Lo salvaje nunca fue santo de mi devoción, pero en ese momento no pensaba en nada.
Me moría de ganas por meter su polla en mi boca y saborear, sin pensar en nada más, el gusto de su piel. Su piel, tersa y firme, que desprendía un aroma intenso de nueces y miel.
Sabía que, como Jean Baptiste, aquel hombre también debía saber muy bien.
A nueces y miel.
Pero el canibalismo no era de muy buen agrado para mi gusto...
Una vez la tuve dentro de mi boca, puede comprobar complacida que mis suposiciones eran ciertas.
Mi lengua enviaba a mis glándulas salivares aquel delicioso manjar de nueces y miel. Y yo, aún con los ojos cerrados, soñaba con barcos de vela que chocaban entre sí dentro de un mar de aguas turbulentas.
Mientras mis pechos, descubiertos, eran invadidos por un frío del que yo no era consciente, y los coches hacían sonar estrepitosamente sus patéticas bocinas.
Dentro de mi boca se encontraba el sabor más delicioso que había probado en mi vida, y por mis labios resbalaba un denso hilo de saliva que delataba mi profundo disfrute.
Pero él hacía nada. Se mantenía quieto, sin decir nada. Ni siquiera un leve jadeo; nada.
Yo me esforzaba por darle placer pero parecía no conseguirlo. Eso me frustraba, me dolía. No era posible que yo disfrutara más. Aquello, que sólo era un sabor para mí, para él tenía que ser un placer intenso. Siempre fue así.
Me despegué, frustrada, de mi dulce capricho y abrí los ojos, dirigiendo mi mirada hacia sus pupilas malvas.
Debía tener una imagen muy graciosa: de rodillas, con el pecho descubierto, el pelo encrespado y mis labios chorreando saliva; mirándole suplicante como una niña desvalida. Él me miraba. Me miraba con deseo pero no me decía nada. Y eso me crispaba.
Deseaba ser parte del suelo y convertirme en baldosas para que la gente no dejara de pisotearme. Eso es lo que realmente merecía, por tonta e infantil.
De pronto reaccionó, se agachó y me miró. Estábamos los dos a la misma altura, cerquita del suelo.
Deseaba probar todo su cuerpo, encontrar el sabor en cada recoveco de sus costuras, de los poros de su piel. Pero aprendí que los chicos solían repudiar los besos. Por eso me contuve.
Pero él no se pudo contener.
Lamiendo suavemente la saliva que resbalaba por mis labios, provocándome unas cosquillas graciosas y adorables, me invitó a besarle como nunca antes había besado, a probar el dulce de nueces y miel en sus labios.
Pero yo debía irme, debía seguir mi camino. Yo no debía estar allí.
Así que me despegué de aquella dulce sensualidad y dirigí mis pasos hacia mi destino sin intención de volver mi vista hacia atrás.
Caminé por aquel puente que parecía eterno y llegué a aquel punto en el que se podían divisar las focas marinas reflejadas en las verdosas y fangosas aguas del Ebro.
Supe que era allí porque alguien me había dibujado una marioneta en una baldosa, a modo de señal.
Pero, antes de mirar al río, alguien me detuvo.
Sus manos fuertes me asieron por la cintura y me volvieron hacia él. Cerré los ojos y, al abrirlos, me encontré con aquella mirada de pupilas malvas.
Él bien sabía lo que yo pretendía hacer esa tarde.
Aquella última tarde.
Pero sus palabras me detuvieron. Sus palabras, su sabor.
Él me mostró que yo era especial.
- Antes de hacerlo, déjame besarte por última vez. Quiero disfrutar de tu sabor a dulce canela con melocotón.
Fruncí el ceño y me olí la piel de mi mano derecha. Efectivamente, olía a canela y melocotón. Pero una vez aprendí que los chicos tienden a hacer creer a las tías que son especiales.
Así que me derrumbé. Quizá todo era mentira y yo debía volver al agua.
Sólo soy una ondina enamorada.
Como no podía hacer otra cosa y me sentía perdida y con una frustración contundente, me dispuse a huir, a correr hacia un lugar indeterminado. Tenía miedo, pero no sabía bien por qué.
Yo había llegado allí para terminar con todo. Mi fin estaba ahí y yo deseaba con todas mis fuerzas aquel final.
Pero no me atreví. De pronto, me apeteció vivir.
Las baldosas se contorneaban cuando yo pasaba sobre ellas, y el dolor de mis manos se intensificaba por el frío.
Intenté taparme el pecho, pero mis ropas estaban muy rotas y se me escapaban los pezones.
Aquel maldito olor a melocotón y canela me acompañaba en una angustia irremediable. Deseaba deshacerme de aquel olor para olvidar aquellas sensaciones que me hizo sentir aquel desconocido, pero el único método infalible para ello era la muerte.
Corrí incesantemente, en busca de un lugar, pero qué lugar...
Al otro lado del puente todo es muy deprimente.

El único lugar que se me ocurría como agradable era el cementerio.
Al llegar, me senté sobre una lápida y doblé las rodillas para hundir mi cabeza entre ellas después. Las lagrimas que me acompañaban al principio se habían secado, y mis ojos estaban fríos, como si ambos fueran dos cubitos de hielo dentro de mis cavidades oculares.
La hierba, verde y seca, carente de vida o alimentada de muerte.
Abono natural para una hierba innecesaria.
Niñas haciendo la ouija me miraban asustadas. Quizá me vieran como un espectro solitario. Un espectro suicida. Condenada a vivir eternamente.
Los escarabajos correteaban sobre las flores putrefactas que componían lo que, hacía unas semanas, seguramente hubiera sido un bonito centro funerario.
Los escarabajos se amontonaban, unos sobre otros, se golpeaban, se caían, y el contacto de sus patas sobre las flores secas, producía un suave crujido insoportable.
Las niñas continuaban con su apacible entretenimiento, expectantes a la moneda que se movía sobre el tablero. Se las veía asustadas, temblando... Haciendo preguntas absurdas a un espíritu en paro que no tenía otra cosa mejor que hacer que responder a las preguntas banales de un grupito de púberes seudo-góticas, deseosas de parecer siniestras.
La lápida estaba fría y mis muslos ya estaban empezando a resentirse. Miré hacia atrás para ver sobre quién estaba sentada.
Allí no había ángeles, ni vírgenes, ni siquiera una foto del fallecido. Sólo había una oxidada cruz y una inscripción cuya fecha databa del año mil novecientos veintiocho.
Su nombre era Kilian. Me enamoré al instante de aquel nombre. Era precioso y yo nunca lo había oído. Kilian, Kilian, Kilian...
Aquel nombre se repetía sin cesar en mi mente, dando vueltas sin cesar, como los escarabajos que correteaban sobre aquellas flores secas.
Intenté imaginármelo; alto, atractivo, en la España de los años veinte, educado y frío. Pero, cuando más cerca estaba de recrear su rostro, me venían a la mente las pupilas malvas y el aroma a nueces y miel.
Hacía poco que había estado con él, pero ya no recordaba a la perfección su rostro. Sin embargo, ahí seguían vigentes sus pupilas malvas y su olor.
Me recosté en la lápida y miré a aquellas estrellas. El cielo se veía eterno y las estrellas, infinitas, centelleaban graciosas en lo alto. Parecía mentira que aquellas simpáticas bolitas naranjas fuesen gigantes bolas de fuego sin destino, sin camino, si vida.
La lluvia comenzó a caer desconsoladamente y las niñas de la ouija se fueron corriendo sin tan siquiera cerrar la sesión.
Yo, supersticiosa de mí, me asusté notablemente, ya que el espíritu seguía en la moneda.
Mi curiosidad, enfermizamente desmesurada, me obligó a acercarme al tablero.
La lluvia provocaba en mi cuerpo un cubrimiento de gotas frías que me helaban aún más.
Corrí hacia el tablero sin pensar si debía hacerlo o no, simplemente me acerqué allí porque tenía curiosidad.
Curiosidad por saber de Kilian. Quién había sido Kilian, por qué murió. Por qué murió a los veinte años...
Debo reconocer que estaba aterrada y que la lluvia ya se me hacía impertinente, pero la curiosidad es algo que nunca suele darse por vencido.
Puse el dedo índice sobre aquella moneda, cerré los ojos y pregunté “¿Sigues ahí?”. Efectivamente, la moneda fue deslizándose lentamente sobre el tablero, señalando una “s” y una “i”. Sí.
Cada vez me veía más patética y, poco a poco, iban apareciendo en mi mente diferentes momentos de mi vida que me mostraban absurda y deprimente, que me indicaban que aquella tarde debí haberme suicidado, pues mi vida no servía para nada. Sólo era una inútil.
Y comencé a llorar, como cuando salí de casa. Lloré.
Al cerrar los ojos veía aquellas pupilas malvas mirándome con deseo, haciéndome sentir especial...
Una vez más por instinto, me giré con la esperanza de volver a verle.
Debo confesar que di gracias a Dios porque él estuviera allí, mirándome de nuevo, desprendiendo aquel inconfundible olor a nueces y miel.
Me volví loca, loca por besarle y mezclar melocotón con miel. Loca por tocarle, por lamerle.
- Estoy aquí.- Dijo – Estoy aquí. Para probarte, para amarte, para sentirte... Estoy aquí para salvarte. Sólo por y para ti, Juana.
Me abalance a su cuello, con ansias de amarle y ser amada. Me abracé a él, ciega de pasión...
Y, en los cuellos de su camisa, una pequeña inscripción que decía: Kilian.



Explicación onírica de “Nueces y miel”

Lágrimas:
Indica que debe tomarse una decisión firme sobre la vida y arrancar de ella lo que no sea imprescindible para seguir adelante sin lastres que dificulten llegar a las metas que se han trazado.
Calle: El camino es emblema de destino. Luego representa el curso de los propósitos esenciales, las convicciones, las grandes ambiciones...
Escrito está que sólo el destino es camino fijo, inmutable. Es lo que significa actualmente el Karma, término sánscrito que significa hacer y que encierra un gran conjunto de consideraciones éticas y religiosas del hinduismo, el jainismo y del budismo. Su enfoque del gran camino es tan preciso que de la India, del Tíbet y del sudeste asiático ha llegado en los últimos cien años a Occidente para enriquecer su concepto de vía, logrando que mucha gente encontrara sentido a diversos sueños en los que veía a una persona del sexo opuesto y supiera que era otra forma o personalidad inexplicablemente suya.
Puente: Necesidad de pasar de una a otro dimensión o etapa de la vida.
Ropa: Vestir con andrajos presagia desprecio en un futuro próximo.
Bajar: Bajar en sueños alude a descensos en lo mental y moral. A veces se refiere incluso a lo orgánico, para aludir a la enfermedad o a la tristeza. La bajada suele ser dentro de uno mismo, necesitado de ahondar en la propia realidad o buscando refugio. Abajo está lo secreto, lo que ni siquiera quien sueña sabe de sí. Ahí sin duda están las realidades sexuales y la verdad sobre los propios sentimientos. Ahí se hallan también los temores y las pasiones no reconocidas o disimuladas.
Pelo: En la cabeza de la doncella, la cabellera ha de ser larga y lisa, como la torre misma en que el dragón la mantiene prisionera, pero si la doncella consiguiera escapar de la torre y perdiera su inocencia hasta convertirse en una prostituta, entonces su cabellera sería igual de larga y potente, pero hirsuta y muy vibrante y ondulada à encrespada, como consecuencia de haber perdido las energías solar y espiritual y, en su lugar, haberse encontrado la terrestre, un elemento más tangible, físico y material.
Malva (violeta): Se considera que es el tercero de los colores de la perfección, después del
blanco y el dorado, y que posee vibraciones excepcionales.
Río: Seguir el camino del río por un margen, mediante navegación o cruzarlo mediante un puente, significa que se ha de hacer algo más que dejarse llevar por la vida.
Cigüeña (ave): Es una figura arquetípica que no es tan considerada por su posesión de alas como por su capacidad para tocar mínimamente la tierra. Por supuesto, se trata de una valoración que no pertenece al plano de la conciencia, pero que se halla en mayor o menor medida en el lado oculto del ser humano, por lo que el suelo significa. Soñar con aves es precisamente señal de que se anhela el vuelo de la propia alma, lo cual, si no es debidamente canalizado en actividades consideradas elevadas, se traducirá en una condición melancólica.
Amarillo: Es común en los sonantes dados a la crítica ácida, al derrotismo, al sentimiento de inferioridad y la sexualidad posesiva.
Hierba: Entraña una llamada de la naturaleza. Es posible que quien sueña haya dejado de sentirse parte de cuanto existe y se encuentre en la asfixia que causa un yo desmedido y aislado. Esto origina una especie de desconcierto o embriaguez que da a quien la padece una aparente seguridad en sí mismo y en cuanto hace, pero los resultados siempre son deprimentes, hasta el extremo de dar la impresión de ser consecuencia de una mala suerte sistemática.
Pierna: El muslo indica al que dirige, y verse con la pierna dolida (mis muslos empezaron a resentirse) alude al temor de verse más o menos reducido en cualquier orden de la vida.
Insectos: Expresan el agobio causado por el acoso de problemas menores que adquieren mayor relevancia debido a su número o tenacidad (cada vez me veía más patética y, poco a poco, iban apareciendo en mi mente diferentes momentos de mi vida que me mostraban absurda y deprimente, que me indicaban que aquella tarde debí hacerme suicidado, pues mi vida no servía para nada). Los hay asociados a la idea de asco (cucarachas, escarabajos...) y expresan nuestro rechazo a nuestra más baja realidad. Se les asocia con el resentimiento y el autoengaño, el fracaso.


Los significados de estos arquetipos han sido extraídos de:
Enciclopedia de los Sueños, de Armando Carranza.
Editorial Planeta.

3 comentarios:

  1. Veo que este relato sigue con la línea abierta en "La Soledad del Café", de dedicar un apartado para explicar su simbolismo.
    Pero incluso sin él, esta historia es de las que más me ha gustado de todo tu repertorio. Al menos hasta lo leído de momento.
    De hecho me gustaría colocarlo en mi blog(con las apropiadas indicaciones),o si acaso que me permitieses crear una pequeña entrada que guiase a mis visitantes hasta aquí.

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  2. Este relato lo escribí en una clase de lenguaje en 2º de bachillerato. Concretamente en noviembre de 2005. Estaba prácticamente dormida, podría decirse que el relato salió de manera automática y me costó bastante descifrar después mi letra al pasarlo a limpio. :)
    Así que me pareció buena idea tirar de la enciclopedia de los sueños, porque al fin y al cabo este relato lo fue.

    Colócalo donde quieras :)

    un abrazo

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  3. Gracias por dejarme usar tus contenidos para mi blog. Si todo va bien, hoy mismo haré una breve presentación y publicaré una primera entrada con este relato, con una etiqueta, que no sé si llamar "Awixumayita" a secas, o "Awixumayita en el Reino Libre" Siempre se podrá corregir según tus sugerencias.
    Te haré llegar el enlace, en cuanto esté, para ver si es de tu agrado, y que me puedas escribir las correciones que creas oportunas.
    Por supuesto, a no ser que lo creas innecesario, en el futuro te pediré permiso para llevar a mi/tu reino, otros trabajos.

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