viernes, 5 de enero de 2007

Practicar la indiferencia

Una vez escribí.
Una vez lloré.
Y, una vez, simplemente callé
Para evitar más disgustos.

Pero es la expresión, el rostro y las pupilas.
Es el silencio y mi ira contenida.
Todo mi silencio se traduce erróneamente.
Y acabo siendo, para los demás, una simple niña celosa.

Y no es la envidia la que corroe mi alma.
No son los celos los que me hacen llorar. Pues por quien lloro es por mí, al saber,
(¡AL SER CONSCIENTE!) que no puedo, que nunca he podido y que nunca podré “caer bien”. Nunca me podrán querer

Porque he descubierto
Que no sé querer.

¿Se puede aprender, (no a amar, no a querer) a saber querer?
Más allá de los defectos y los errores.
¿Podré alguna vez ser capaz de perdonar, hablar y no desaparecer?

De modo que, si alguien me da a entender que le gusto, pero termina quedando con mi amiga la rubia y tetona. Sabiendo que ahora mismo ellos están juntos…

No guardar rencor. Practicar la indiferencia.

Si yo no caigo bien es porque no me entienden.

Porque si no me expreso, (como el café), si no me explico… no me entiendo.
Y a mí el rubio no me queda bien. No, ¿no? A mí el rubio no me queda bien.

Que mi físico no trasciende a las palabras.
Como mis palabras, escasas, tampoco trascienden a mí físico.

Que mi físico, mi extraño esqueleto de costillas estrechas y caderas anchas. Mi cuerpo de Barbie (que las Barbies, desnudas, causan una extraña sensación de bonita imperfección) no vale absolutamente nada.

¿Asi que, para qué preocuparse de algo que carece de interés?
¿De qué me sirve preocuparme por mí?

1 comentario:

  1. Mi querida amiga (si me permites llamarte así):
    Espero que pasados ya varios años hayas dejado de ser indiferente para ti misma.
    ¡Además,sospecho que tú los vuelves más lelos a los tíos de lo que son!...Bueno,somos,"el burro verde delante, dando ejemplo"

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