Hola, gentecilla valiente!!!
Aquí vuelvo, como os prometí, con otra entrega de estas aventuras infantiles.
He hecho alguna que otra modificación, por eso lo vuelvo a colgar desde el principio.
Que sí, que es porque he modificado algo, no porque os quiera volver locos (que también, para qué nos vamos a engañar). Un beso.
--> Recordad que esta historia la podemos hacer entre todos, así que espero vuestras sugerencias.
Aunque no os prometo tenerlas en cuenta.
Las maletas estaban apiladas en el pasillo. No era mucho, unas pocas maletas con lo imprescindible para pasar dos semanas fuera de casa. Teresa tarareaba mientras terminaba de recoger las cosas, se aseguraba de haber bajado todas las persianas, apagar el gas, sacar la basura... Estaba realmente feliz, mientras su marido esperaba nervioso en la puerta y la pequeña Malena, acurrucada en una esquina del salón, fijaba su mirada en un punto abstracto de las cortinas. No quería ir, no quería...
- Tonta, allí te lo pasarás muy bien con tus primos. – Le repetía su madre una y
otra vez. Pero es que precisamente era eso lo que no quería: estar con sus primos.
Malena era pequeña, sólo tenía cinco años la última vez que había estado con sus
primos, hace dos años, en el verano, cuando pasaron aquel fin de semana familiar en casa de sus tíos, en un pueblecito de la costa mediterránea. Malena se sentía feliz, pues, al ser la pequeña de la familia, acaparaba la atención de todos. Teresa y su hermana preparando sándwiches y salpicándose, como niñas, con la mayonesa; los maridos, sentados al sol, fumando y bebiendo cerveza, y los niños correteando por el jardín. Malena quería acercarse a Paula y Rodrigo, pero ellos parecían distantes. Ella iba detrás suyo, intentando escapar de esos locos adultos que parecían más niños que ellos, pero Paula y Rodrigo no se lo querían poner nada fácil. Rodrigo tenía siete años y Paula doce, pero parecía que es gran diferencia de edad no existía, y no porque Paula fuera excesivamente infantil, sino porque Rodrigo aparentaba ser mucho mayor.
- Malena, ven aquí.
Malena miró a Paula con timidez. Era el tercer día de las vacaciones y aquella era la
primera vez que Paula le mostraba el mínimo de atención.
- ¿Malena? - Insistió Paula, esta vez fingiendo dulzura.
La niña se acercó a ella, Paula se agachó, la observó con detenimiento y le acarició
la cara. Sonrió, se puso en pie, Malena le dio la mano y juntas fueron hacia la habitación de Rodrigo. Era una habitación pequeña, y las persianas estaban bajadas, pero no plegadas, de manera que sobre el suelo hileras de pequeños rectángulos amarillos les recordaban que aún era de día. Rodrigo, sentado sobre el escritorio, las miraba fijamente con una sonrisa sarcástica.
- Malena, vamos a jugar, ¿vale? – Y Malena aceptó.
Paula la condujo hacia la cama y con suavidad la levantó del suelo para sentarla
después. Ella se quedó allí, quietecita, observándolo todo con sus grandes ojos marrones.
No había música, no había luz, no había nada. Tras la persiana el mundo seguía girando, pero ellos estaban muy lejos de la realidad.
Allí dentro no existía la realidad, ni las preocupaciones, ni la vida, ni la muerte. Allí dentro el mundo tenía otra importancia.
Rodrigo no tenía juguetes, o tal vez dormían debajo de la cama, y sólo un póster de algún súper héroe de la Marvel decoraba tristemente la blanca pared.
De vez en cuando Malena miraba al suelo, de vez en cuando Paula la miraba a ella, de vez en cuando Rodrigo las miraba a las dos y sonreía a su hermana. El tiempo se había detenido por completo... uno, dos, tres.
Un, dos, tres.
Tres, dos, uno, cero, cuatro, seis, ocho... Rodrigo musitó algo y se levantó para acercarse a la cama.
Ocho, nueve, tres, cinco, siete... Algo nuevo.
Algo extraño.
Algo malo.
Algo bueno.
¿Qué es eso?
Por qué no se apartó, por qué no lloró. Por qué sonrío después.
Lágrimas silenciosas, la mano de Paula, el corazón de Malena, el pecho de Rodrigo, las piernas de Malena, la sonrisa de Paula.
Caricias bonitas. Las manos de Paula. Los labios de cristal y la lengua de Rodrigo recorriéndolos...
Malena, la ignorancia infantil. Malena, la inocencia. Malena y las manos de Paula.
Los ojos de Paula, su mirada; sus ojos fijos en los de Malena y su mano, suave, en sus mejillas. No hacía falta más. La quería.
- Malena, cariño, ¿pasa algo? – Le preguntó su madre, ya más calmada, mientras esperaban al ascensor.
Ella la miró y negó tímidamente. No pasa nada, nunca pasa nada. Sólo que dentro de ella ardía algo tan fuerte que nadie, ni siquiera su madre, podría entender. No pasaba nada, sólo que por alguna razón se sentía sucia.
Pero muy bien.
De vez en cuando me siento mal, pero sé que no tengo razón para sentirme de ese modo. No hace falta que nadie nos entienda, somos Rodrigo y yo, lo demás no importa. ¿Qué más da lo que hagamos, si todo lo hacemos por amor? Soy consciente de que nadie más puede comprenderlo, que ellos nos verían como monstruos, pero no me importa. No, yo soy así y así soy feliz.
Sé que tengo catorce años, y que lo que hago con Rodrigo se aleja bastante de aquellos juegos que practicaba en el parvulario con aquellos dos chicos de cuyo nombre no me acuerdo... Hace ya tantos años...
Al principio eran tonterías. Bueno, en realidad siempre eran tonterías, pero al principio todo se resumía en una palabra: mirar. Recuerdo aquel año con mucho cariño, aunque no lo recuerdo con gran nitidez, sólo fragmentos sueltos.
Tenía sólo tres años, ¿o cuatro? No sé, tampoco creo que eso tenga mucha importancia; el caso es que era el primer año de colegio, mis primeras relaciones sociales con gente de mi generación. Cuando nació Rodrigo me dio muchísima envidia. Él podría jugar conmigo, y encima le apuntaron a una ludoteca antes de que comenzara el colegio, así que pudo experimentar antes que yo. Pero yo no, yo tuve que esperar hasta el comienzo de mi etapa escolar para poder relacionarme con niños de mi edad. Chicos, chicas, juguetes, mesas, tizas... “Mira, mira”, yo agachaba la cabeza por debajo de la mesa y él me enseñaba aquello que tanto me fascinaba. Aquello tan diferente, aquello tan delicioso.
Después, cuando tocaba jugar y las demás niñas se juntaban para jugar con muñecas, yo me tumbaba sobre un banco y dejaba que ellos dos me tocaran. Era todo tan inocente, tan bonito. Tocándonos, experimentando. Jugando, simplemente jugando, como los demás. ¿Era acaso más denigrante aquello que desnudar a una Nancy y reírse de su cuerpo? Yo, por lo menos, tenía el valor de aprender conmigo misma. Nosotros éramos especiales, teníamos valor. Teníamos un don: éramos sólo niños, pero niños que querían aprender. Los demás no es que fueran ignorantes, eran niños, simples niños. Pero nosotros éramos curiosos e increíblemente inteligentes.
Pero hoy vienen mis tíos. Hoy viene Malena.
Malena ya no será una confusa niña de cinco años, ahora tiene siete. Y recuerdo mis siete años... Los recreos besando a Beatriz y acariciando a Emma escondidas en el baño. Me pregunto si Malena también se divierte de ese modo en el colegio. Me gustaría hablar con ella, pero me moriré de vergüenza.
¿Qué es esto que siento?
¿Es arrepentimiento?Me miro en el espejo y lloro. Ayer sangré, y me odié.
Weno, las aventuras de infantiles nada jaja.
ResponderEliminarNo sé me ocurre nada para continuar, lo dejo en tus manos que eres la maestra xD.
-SaRiTa-
ResponderEliminarbua adri...qué maltrato a la niña!! pobrecita niñaaa (lo digo para removerte un poquito la conciencia).
sigue con la historia please! un besitoooo
tengo...miedo?
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