Eurípedes es uno de los mejores poetas trágicos de la Grecia Clásica. Es difícil, como ocurre frecuentemente al situarnos esa época, establecer una precisa línea temporal que englobe sus años de vida, aunque se da por hecho que nació en Salamina en el año 480 a.C y murió en Pella en el 406 a.C. Parece ser que su aparición en el teatro data del año 455 a.C.
A Eurípides le caracteriza un modo de escribir “reivindicativo”, pues, pese a no participar jamás en la vida política, manifiesta su preocupación social en sus obras – de las que se cree fueron más de noventa, aunque a nuestros días sólo hayan llegado diecisiete – entre las que destacan “Medea”, “Electra”, “Hipólito” y “Las troyanas”. Tragedias caracterizadas por los siguientes factores comunes: la desilusión del héroe, (presentada mediante recursos psicológicos y naturalistas, alterando la mitología de obras anteriores), se centra también en la vida cotidiana y la gente común, por lo que muchos han definido su estilo como precursor del drama burgués.
Medea, obra en la que me centraré a partir de ahora, se presentó en concurso en compañía de Filóctetes y el drama satírico “Los segadores”, en Las Grandes Dionisas en el año 431 a.C, unos meses antes de que el inesperado ataque tebano a Platea desencadenara el conflicto conocido como Guerra del Peloponeso. Es evidente que, siendo posterior a la realización de la obra, este hecho no es trascendente en relación a Medea, pero sí aquellos que lo precedieron: las negociaciones que en el invierno de ese año tuvieron lugar en Atenas entre su Asamblea y diversas embajadas espartanas enviadas para evitar que estallara la guerra. El conflicto de Corcira-Epidamno-Corinto, la promulgación del Derecho Megárico, y otros hechos que fomentaron un peligroso tira y afloja de poder entre Atenas y Corinto.
Corinto, que veía peligrar sus intereses en zonas de gran importancia para su economía y, en consecuencia, disminuir su prestigio como segundo estado dentro de la liga del Peloponeso, maniobró tanto en Esparta, cabeza de la liga, como junto a los restantes estados peloponesos para conseguir que Atenas fuera considerada culpable de haber roto el Tratado de los treinta años y declararle la guerra.
Este ambiente pre-bélico y las tensiones políticas que pudieron generar las negociaciones espartanas con Atenas, ha quedado reflejado en Medea: la acción se desarrolla en Corinto, en donde gobierna Creonte: un tirano. Además el Coro alaba a Atenas, y esto no sólo es una estrategia de Eurípedes para agradar al público, a las autoridades o al corego que financió la obra; es una contestación a la propaganda peloponésica de Atenas. Pero, lo que realmente quería era ahondar en un tema: los juramentos violados.
Ha sido el matrimonio de Jasón con la hija del rey de Corinto el hecho que altera la vida de todos los personajes de la obra, y a hacerla objeto de representación trágica. Dicha boda se produce antes de comience la obra y su desarrollo mostrará las consecuencias.
Jasón viola los juramentos dados en el triple contexto familiar, social y religioso. Su acto es impío y conlleva a la desmembración de la familia, sin la cual no hay hijos que puedan ser considerados ciudadanos ni guerreros. La importancia del tema de los juramentos violados, la traición de Jasón a la palabra dada, es, por tanto, fundamental en el desarrollo de la acción dramática. Es el hecho que la ha puesto en movimiento, su gravedad no deja de ser señalada a lo largo de la obra y es el delito que se castigará a través de la venganza de Medea, sublimándose de este modo en un contexto superior al del objetivo personal de la protagonista.
El objetivo principal de Medea es castigar a Jasón, aunque a Medea se la conozca más por haber asesinado a sus hijos. Ese hecho sólo es un instrumento para vengarse de Jasón. El infanticidio sólo es el tercero de los crímenes que perpetra, después de haber asesinado a Crente y su hija; dos crímenes que no le producen ningún conflicto emocional, puesto que con ellos no le une ningún afecto positivo. Pero con sus hijos no ocurre así; ellos son el único medio que tiene para introducir en el palacio de Corinto los regalos envenenados. Esos regalos que terminan con la vida de Creonte y su hija. Hecho esto, los niños se convierten en parte inexcusable de la venganza. Con ellos se inicia y con ellos se acaba. Su objetivo no podría cumplirse con el simple asesinato de Jasón o llevándose a sus hijos; no, no podría ser así porque no se trata de una venganza pura y simple de carácter emocional, sino de marcar al culpable de algún modo, de estigmatizarle como abandono a su recuerdo, errante, para sí mismo y ejemplo viviente para los demás.
Por otro lado, y aunque los actos que comete Medea requieren de una frialdad y una fuerza emocional increíble, Eurípedes llama la atención con gran insistencia sobre la debilidad de Medea. Una debilidad que nada tiene que ver con que sea mujer (afortunadamente Eurípides no cae en el tópica de mujer-sensible), sino con el resultado de las circunstancias que la rodean en Corinto: extranjera y fugitiva.
Yace sin comer, entregando su cuerpo a los dolores, consume todo su tiempo entre lágrimas, una vez ha sabido que es ultrajada por su marido, y no alza la mirada ni aparta el rostro del suelo.
Medea aparece situada de este modo, en un escalón muy bajo de la sociedad a pesar de su origen real, ya que al traicionar a su familia a favor de Jasón le supuso renunciar a los privilegios de que gozaba en su país para venir a menos. En Grecia sabrán que es sabia, y habrá ganado buena fama, pero no deja de ser una extranjera fugitiva, lo cual no juega precisamente a su favor. En el contraste entre la heroína así presentada y la posición que ostenta Creonte, tirano de Corinto, y de la que por su nueva boda también goza ahora Jasón, queda completamente al descubierto la violencia que se ejerece sobre ella, de la que la irrevocable orden de destierro es su manifestación más extrema.
El tema principal de la obra no es que Jasón haya abandonado a Medea por otra mujer y los celos que se apoderan de la protagonista. El problema que plantea Eurípides es más grave: Jasón ha roto los sagrados juramento del matrimonio por una opción más ventajosa, ha traicionado a los suyos por egoísmo y codicia, y ha llevado a la práctica la ley del más fuerte, al igual que Creonte, representante y cabeza del poder del Estado, no dudando ninguno de los dos en apartar, con la fuerza de su posición social, al débil que puede estorbar la consecución de sus planes. Ninguno ha buscado un término medio, ni una solución de compromiso, ni recurrido a la persuasión, ni tampoco han mostrado la más mínima compasión por la huésped, la esposa, la madre o los hijos, sino que sin más contemplaciones decretan el destierro para la una y los otros, sabiendo muy bien que Medea no tiene a dónde ir, que expulsarla supone abandonarla a un destino cruel y adverso, donde puede caer en manos de los parientes de sus víctimas y a la que ninguna ciudad querrá acoger debido a su fama. Es decir, ha habido un abuso de poder, pues éste se ha ejercido en beneficio propio, despreciando el respeto debido a las normas de convivencia.
Resulta pues tan hipócrita Jasón cuando se presenta ante Medea e intenta convencerla de que se casó con la hija de Creonte por el bien de todos y que pidió a Creonte que no les desterraran:
Yo, queriendo que aquí te quedases, sus iras
por apaciguar siempre me esforcé; pero tú
no cejabas en esa necedad e insultábasles
mil veces hasta que del país te arrojaron.
Mas, aun así, aquí estoy, soy fiel a mis amigos
y por ti me preocupo, mujer, para que no
te vayas con tus hijos en la indigencia estando
o en la necesidad; pues son muchos los males
que al exilio acompañan. Y, aunque tú me detestes,
no sentiré jamás aversión hacia ti.
Tu espíritu es sutil, pero odioso resúltate
el tener que contar cómo Eros te obligó
con invencibles dardos a salvar mi persona.
Mas no aquilataré demasiado este punto:
de aquel modo o del otro me salvaste y en paz.
Pero en tal salvación fue más lo que tomaste
que lo que recibí, como demostraré.
Habitas ante todo tierra helena y no bárbara,
conoces la justicia y el vivir según ley
y no bajo el imperio tan sólo de la fuerza.
No hay heleno ninguno que ignore que eres sabia
y así tienes prestigio; si siguieras viviendo
en el fin de la tierra, nadie de ti hablaría.
Y a mí ni oro en mi casa me des ni el cantar himnos
más hermosos que Orfeo si ello no va a traerme
el gozar de una fama que distinga mis dotes.
Eso es lo que tenía que decir de mi viaje,
y ello porque tú fuiste la que inició el litigio.
Y en cuanto a la real boda que tú me echas en cara,
en eso mostraré que ante todo soy hábil
y también moderado y además gran amigo
de ti y de nuestros hijos;
Ante los gestos indignados de Medea.
mas manténte tranquila.
Una vez que aquí estoy, venido de la tierra
yolcia y tras mí trayendo problemas insolubles,
¿qué golpe de fortuna pude encontrar mejor
que unirme, un desterrado, con la hija del monarca?
Y no, si ello te escuece, porque odiara tu lecho
o me hiriera el deseo de tener nueva esposa
o de rivalizar con padres de más hijos
—bastan ya los que tengo, no me apetecen otros—,
sino, cosa importante, para que bien viviéramos
sin carecer de nada, sabiendo que a los pobres
les huyen los amigos, todos de ellos se apartan;
para que en forma digna de esta casa se criasen
mis hijos, a los cuales yo les daría hermanos
que, habitando con ellos en un linaje unido,
nos hicieran felices. ¿A qué más descendientes?
A mí sólo me importa que los nacidos hoy
gocen de otros futuros. ¿Es malo esto? Tú misma
lo aceptaras si no te irritase el pensar
en la cama. Que a un grado tal llegáis las mujeres
como para creer que todo lo tenéis
si ello va bien; y, en cambio, cuando no, en enemigas
os tornáis de lo que es más conveniente y justo.
Deberían los hombres buscar otra manera
de engendrar a la prole sin sexo femenino,
y así no sufriría mal alguno el varón.
Sí, es gracioso. Medea asesinó por Jasón, arriesgó su vida y abandonó a su familia por él. A cambio ha conseguido ser una solitaria en tierra extraña mientras él disfruta de su nueva vida con la princesa de Corinto. Ha sido abandonada con sus dos hijos, humillada y, ahora, desterrada. Y él parece no tener mayor disculpa que decir no ser culpable de que el amor que Medea por él sentía la llevó a cometer tales acciones.
Pobre Jasón, de todas las mujeres que hay en el mundo tuvo que ser precisamente ésta la que de él se enamorara. Pobre Jasón, que es tan bueno que incluso a Corinto pide no desterrar a Medea y sus hijos. Pobre Jasón, tan bueno es, que abandonó a su mujer por otra más ventajosa y menos problemática. Pobre Jasón, que ahora parece tener que sentirse culpable por el estado en que Medea se encuentra.
Medea es la víctima, y todos lo saben: Desde el momento en que anuncia su intención de castigar el ultraje sufrido, jamás es acusada de obrar injustamente, sino todo lo contrario (salvo cuando decide asesinar a sus hijos y el Coro le pide encarecidamente que no recurra al parricidio, aunque cuando éste se produce, a pesar de sugerirlo, no acude nadie en ayuda de los niños). Es más, en los últimos versos y en su última conversación con Jasón, se muestran sus actos como ejecutados con el consentimiento de la divinidad. Medea ha invocado una y otra vez a Zeus, guardián de los juramentos, y a Temis, y cuando al final de la obra, ya victoriosa en lo alto de la escena, sobre el carro alado de su abuelo Helios y con los cadáveres de sus dos hijos, Jasón invoca a los dioses y a Zeus reprochándoles su inactividad ante el crimen de Medea, ninguno le responde. No ya porque Eurípides creyera o no en los dioses, o porque presentara al ser humano librado a su propio destino, sino porque Jasón fue el primero que les ofendió, rompiendo los juramentos hechos en nombre de Zeus por beneficio propio.
Incluso Egeo, rey de Atenas, desaprueba totalmente las acciones de Jasón, y es uno de los motivos por los que concede a la heroína el refugio seguro de su hogar en Atenas. La otra razón por la que esto le concede, es porque ella le ha prometido poner fin a su esterilidad.
Una vez cometidos los asesinatos de Creonte y su hija, Medea sabe que no puede dejar a sus hijos en Corinto, porque ello supone la muerte de los niños a manos de los familiares del difunto rey. Los puede llevar con ella. Sí, es posible o no conservarlos o no consigo, pero también es cierto que hacer eso es continuar ligada a Jasón a través de los hijos comunes: que él, al conocer la desgracia acaecida en el palacio, vendrá a reclamárselos, como así sucede, y si hay algo que Medea no quiere es que sus hijos le sean arrebatados después de todo el dolor que le ha supuesto criarlos. Además, para que su castigo sea completo, debe despojar a Jasón de todo lo que le permita una mínima recuperación futura de su vida.
Resultan verdaderamente estremecedoras las palabras que pronuncia Medea antes de perpetrar ese terrible crimen. :
¡Hijos, hijos, vosotros tenéis ciudad y casa
en que viviréis siempre, lejos de vuestra madre,
dejando a esta infeliz padecer infortunios!
Yo, en cambio, desterrada saldré para otra tierra
sin gozar de vosotros ni ver vuestras venturas
ni procuraros bodas en que el lecho nupcial
yo pudiera adornar o llevar las antorchas.
¡Ay, pobre desgraciada, qué presunción la mía!
En vano yo os crié por lo visto, mis hijos,
en vano soporté dolor desgarrador
en los crueles trances de vuestros nacimientos.
Mas muchas esperanzas abrigaba esta mísera
de que mi ancianidad cuidarais y a mi muerte
piadosa sepultura me dierais, envidiable
suerte para un mortal; pero ahora ya esfumóse
tan dulce pensamiento; de vosotros privada
llevaré una existencia de pesar y amargura.
Y ya el rostro materno no verán vuestros ojos,
porque será distinta la vida que tengáis.
¡Ay, ay! ¿Por qué volvéis la mirada hacia mí
dedicándome esa última sonrisa, niños míos?
¡Ay! ¿Qué voy a hacer yo? Me desfallece el alma,
mujeres, cuando veo sus semblantes alegres.
¡No puedo! ¡Adiós, proyectos! ¿Por qué doblar mis [penas
sólo por un afán de hacer sufrir al padre
con las desdichas de ellos? ¡No puedo, de verdad!
¡Adiós los planes míos! Mas ¿qué es lo que me pasa?
¿Me resignaré a ser objeto de ludibrio
permitiendo que impunes mis enemigos queden?
Hay que osar lo que intento. ¡Vaya con mi blandura!
¡Que tan mansas ideas admita mi alma! En casa
entrad, niños.
Si lícito no es a alguien asistir
a este mi sacrificio, suya la decisión
sea; pero mi mano no desfallecerá.
¡Oh, oh!
¡No, alma mía, no lo hagas! ¡Infeliz, no cometas
tal crimen! ¡Déjales, a tus hijos perdona!
Viviendo allí conmigo me darán alegrías.
¡No, por los vengadores soterraños del Hades,
yo no voy a entregar mis hijos a que sean
ultrajados en manos de nuestros enemigos!
Ello está decidido; no es posible evitarlo.
Y además la princesa ya habrá muerto ataviada
con su peplo y diadema, bien segura estoy de ello.
En fin, pues a tomar voy un triste camino
y a éstos a encaminarles por otro peor aún,
me despediré de ellos.
Dadme, hijos, vuestra mano
derecha, que la pueda vuestra madre estrechar.
¡Queridísima mano, queridísima boca,
figura y noble faz de mis hijos! Felices
seáis los dos, pero allá, porque de lo de aquí
vuestro padre os privó. ¡Dulce abrazo, piel suave,
oh, dulcísimo aliento de estos niños! Marchaos,
idos ya, que capaz no soy de dirigir
la mirada a mis hijos, pues el dolor me vence.
Yo comprendo qué crimen tan grande voy a osar,
pero en mis decisiones impera la pasión,
que es la mayor culpable de los males humanos.
Aquí aparece la Medea más humana. La que quiere luchar contra sus instintos, pero no puede contra su pasión. Antes que sentirse de nuevo humillada, prefiere acabar con la vida de sus hijos, terminar el castigo, la venganza contra Jasón.
El sacrificio de los niños es de gran importancia porque el mismo marca el fin de la vida en común de la pareja protagonista y el inicio de la nueva vida que cada uno de ellos ha de seguir por separado. Con este acto Medea pone fin a su relación con Jasón y a todo lo que esta conllevó, pero también es la renuncia a sus hijos. Su acto final, el que marca su victoria, es también la pérdida de una importante parte de su vida y de sí misma. Es ahora cuando ya nada tiene remedio y todos sus proyectos se han venido abajo, cuando Jasón se preocupa por los hijos cuyo destierro no le produjo ningún dolor.
Medea mató a sus hijos para causar dolor a Jasón, y así queda él: convertido en un apartida sin futuro, sin lugar a dónde ir. El mismo destino que había proyectado para su esposa es el que ahora él padecerá de por vida. Ha perdido el poder, la fama, la gloria... los ideales que más valoraba y ansiaba, porque utilizó un medio erróneo para su consecución. En cambio Medea, siendo víctima, se ha convertido en verdugo, de la opresión ha pasado a la libertad. Montada en su carro alado, ubicado en el lugar reservado en la escena a los dioses, y ya desvinculada de su pasado, sabe, al contrario que Jasón, muy bien a dónde ir: a “Atenas, la ciudad que se le ofrece como remedio a la ceguera, como patria de gentes lúcidas, que respetan todos los derechos y ofrecen su compasión a los maltratados por la fortuna.”
Atenas aparece como la polis donde reina la paz, la justicia, la sabiduría, resultado de un ideal democrático que garantiza libertad y bienestar social e intelectual y que, llegado el momento, ha de ser defendida de los enemigos que quieran destruirla, de aquellos que por ambición rompen los pactos sagrados.
Si una mujer extranjera, alejada de su patria y sin parientes masculinos que la protejan o defiendan, ha sido capaz, en situación tan desventajosa, de invertir la relación de fuerzas y castigar la injusticia que contra ella se quería cometer, manteniendo su decisión, en el marco del comportamiento heroico, hasta sus últimas consecuencias, qué no deberán hacer los atenienses para conservar sus creencias y modo de vida, para que su tierra permanezca libre. Pero esta decisión, seguida a toda costa, supone tener que llegar a sacrificar, si la ocasión lo requiere, lo más querido; en el caso de Medea, sus hijos; en el caso de Atenas, implica exactamente lo mismo: debe enviar a sus hijos a la muerte para defender lo que es justo.
“Terribles son las decisiones de los soberanos, acostumbrados a obedecer poco y a mandar mucho, difícilmente cambian los impulsos de su carácter”.
Opinión personal
Medea sólo fue un mito. ¿Medea sólo es una historia de tantas..? Está claro que no todas llegaríamos al extremo de matar, por amor, a lo que, supuestamente más queremos...No todas somos así. Otras optan por suicidarse.Cuando lo que más queremos, o lo que nos hace amar, nos traiciona, somos capaces de aniquilar a lo que amamos.
Medea quería a Jasón y con él tuvo dos hijos. ¿Amaba a sus hijos porque eran parte de su ser, o sólo por que eran parte de Jasón...? Igual que a una mujer enamoradase la ve más segura de sí misma. ¿Se ama a sí misma más porque se siente amada? ¿Deseada? ¿A quién se quiere más, al querido o a lo que él nos hace querer?¿Por qué mató Medea a sus hijos? ¿Por qué hay quien se suicida por amor? ¿Por qué hay quienes se dejan matar por quienes aman?Igual que cuando se elimina la copia pero se guarda el original. Borrar algo físico pero mantenerlo intacto en la memoria. El amor como un suicidio, el amor como un acto de entrega... Ser parte del otro, una pequeña parte porque, supuestamente, cuando se ama lo más grande es el ser amado.
¿Amar para ser poquita cosa o ser poquita cosa porque se está sola?
A Eurípides le caracteriza un modo de escribir “reivindicativo”, pues, pese a no participar jamás en la vida política, manifiesta su preocupación social en sus obras – de las que se cree fueron más de noventa, aunque a nuestros días sólo hayan llegado diecisiete – entre las que destacan “Medea”, “Electra”, “Hipólito” y “Las troyanas”. Tragedias caracterizadas por los siguientes factores comunes: la desilusión del héroe, (presentada mediante recursos psicológicos y naturalistas, alterando la mitología de obras anteriores), se centra también en la vida cotidiana y la gente común, por lo que muchos han definido su estilo como precursor del drama burgués.
Medea, obra en la que me centraré a partir de ahora, se presentó en concurso en compañía de Filóctetes y el drama satírico “Los segadores”, en Las Grandes Dionisas en el año 431 a.C, unos meses antes de que el inesperado ataque tebano a Platea desencadenara el conflicto conocido como Guerra del Peloponeso. Es evidente que, siendo posterior a la realización de la obra, este hecho no es trascendente en relación a Medea, pero sí aquellos que lo precedieron: las negociaciones que en el invierno de ese año tuvieron lugar en Atenas entre su Asamblea y diversas embajadas espartanas enviadas para evitar que estallara la guerra. El conflicto de Corcira-Epidamno-Corinto, la promulgación del Derecho Megárico, y otros hechos que fomentaron un peligroso tira y afloja de poder entre Atenas y Corinto.
Corinto, que veía peligrar sus intereses en zonas de gran importancia para su economía y, en consecuencia, disminuir su prestigio como segundo estado dentro de la liga del Peloponeso, maniobró tanto en Esparta, cabeza de la liga, como junto a los restantes estados peloponesos para conseguir que Atenas fuera considerada culpable de haber roto el Tratado de los treinta años y declararle la guerra.
Este ambiente pre-bélico y las tensiones políticas que pudieron generar las negociaciones espartanas con Atenas, ha quedado reflejado en Medea: la acción se desarrolla en Corinto, en donde gobierna Creonte: un tirano. Además el Coro alaba a Atenas, y esto no sólo es una estrategia de Eurípedes para agradar al público, a las autoridades o al corego que financió la obra; es una contestación a la propaganda peloponésica de Atenas. Pero, lo que realmente quería era ahondar en un tema: los juramentos violados.
Ha sido el matrimonio de Jasón con la hija del rey de Corinto el hecho que altera la vida de todos los personajes de la obra, y a hacerla objeto de representación trágica. Dicha boda se produce antes de comience la obra y su desarrollo mostrará las consecuencias.
Jasón viola los juramentos dados en el triple contexto familiar, social y religioso. Su acto es impío y conlleva a la desmembración de la familia, sin la cual no hay hijos que puedan ser considerados ciudadanos ni guerreros. La importancia del tema de los juramentos violados, la traición de Jasón a la palabra dada, es, por tanto, fundamental en el desarrollo de la acción dramática. Es el hecho que la ha puesto en movimiento, su gravedad no deja de ser señalada a lo largo de la obra y es el delito que se castigará a través de la venganza de Medea, sublimándose de este modo en un contexto superior al del objetivo personal de la protagonista.
El objetivo principal de Medea es castigar a Jasón, aunque a Medea se la conozca más por haber asesinado a sus hijos. Ese hecho sólo es un instrumento para vengarse de Jasón. El infanticidio sólo es el tercero de los crímenes que perpetra, después de haber asesinado a Crente y su hija; dos crímenes que no le producen ningún conflicto emocional, puesto que con ellos no le une ningún afecto positivo. Pero con sus hijos no ocurre así; ellos son el único medio que tiene para introducir en el palacio de Corinto los regalos envenenados. Esos regalos que terminan con la vida de Creonte y su hija. Hecho esto, los niños se convierten en parte inexcusable de la venganza. Con ellos se inicia y con ellos se acaba. Su objetivo no podría cumplirse con el simple asesinato de Jasón o llevándose a sus hijos; no, no podría ser así porque no se trata de una venganza pura y simple de carácter emocional, sino de marcar al culpable de algún modo, de estigmatizarle como abandono a su recuerdo, errante, para sí mismo y ejemplo viviente para los demás.
Por otro lado, y aunque los actos que comete Medea requieren de una frialdad y una fuerza emocional increíble, Eurípedes llama la atención con gran insistencia sobre la debilidad de Medea. Una debilidad que nada tiene que ver con que sea mujer (afortunadamente Eurípides no cae en el tópica de mujer-sensible), sino con el resultado de las circunstancias que la rodean en Corinto: extranjera y fugitiva.
Yace sin comer, entregando su cuerpo a los dolores, consume todo su tiempo entre lágrimas, una vez ha sabido que es ultrajada por su marido, y no alza la mirada ni aparta el rostro del suelo.
Medea aparece situada de este modo, en un escalón muy bajo de la sociedad a pesar de su origen real, ya que al traicionar a su familia a favor de Jasón le supuso renunciar a los privilegios de que gozaba en su país para venir a menos. En Grecia sabrán que es sabia, y habrá ganado buena fama, pero no deja de ser una extranjera fugitiva, lo cual no juega precisamente a su favor. En el contraste entre la heroína así presentada y la posición que ostenta Creonte, tirano de Corinto, y de la que por su nueva boda también goza ahora Jasón, queda completamente al descubierto la violencia que se ejerece sobre ella, de la que la irrevocable orden de destierro es su manifestación más extrema.
El tema principal de la obra no es que Jasón haya abandonado a Medea por otra mujer y los celos que se apoderan de la protagonista. El problema que plantea Eurípides es más grave: Jasón ha roto los sagrados juramento del matrimonio por una opción más ventajosa, ha traicionado a los suyos por egoísmo y codicia, y ha llevado a la práctica la ley del más fuerte, al igual que Creonte, representante y cabeza del poder del Estado, no dudando ninguno de los dos en apartar, con la fuerza de su posición social, al débil que puede estorbar la consecución de sus planes. Ninguno ha buscado un término medio, ni una solución de compromiso, ni recurrido a la persuasión, ni tampoco han mostrado la más mínima compasión por la huésped, la esposa, la madre o los hijos, sino que sin más contemplaciones decretan el destierro para la una y los otros, sabiendo muy bien que Medea no tiene a dónde ir, que expulsarla supone abandonarla a un destino cruel y adverso, donde puede caer en manos de los parientes de sus víctimas y a la que ninguna ciudad querrá acoger debido a su fama. Es decir, ha habido un abuso de poder, pues éste se ha ejercido en beneficio propio, despreciando el respeto debido a las normas de convivencia.
Resulta pues tan hipócrita Jasón cuando se presenta ante Medea e intenta convencerla de que se casó con la hija de Creonte por el bien de todos y que pidió a Creonte que no les desterraran:
Yo, queriendo que aquí te quedases, sus iras
por apaciguar siempre me esforcé; pero tú
no cejabas en esa necedad e insultábasles
mil veces hasta que del país te arrojaron.
Mas, aun así, aquí estoy, soy fiel a mis amigos
y por ti me preocupo, mujer, para que no
te vayas con tus hijos en la indigencia estando
o en la necesidad; pues son muchos los males
que al exilio acompañan. Y, aunque tú me detestes,
no sentiré jamás aversión hacia ti.
Tu espíritu es sutil, pero odioso resúltate
el tener que contar cómo Eros te obligó
con invencibles dardos a salvar mi persona.
Mas no aquilataré demasiado este punto:
de aquel modo o del otro me salvaste y en paz.
Pero en tal salvación fue más lo que tomaste
que lo que recibí, como demostraré.
Habitas ante todo tierra helena y no bárbara,
conoces la justicia y el vivir según ley
y no bajo el imperio tan sólo de la fuerza.
No hay heleno ninguno que ignore que eres sabia
y así tienes prestigio; si siguieras viviendo
en el fin de la tierra, nadie de ti hablaría.
Y a mí ni oro en mi casa me des ni el cantar himnos
más hermosos que Orfeo si ello no va a traerme
el gozar de una fama que distinga mis dotes.
Eso es lo que tenía que decir de mi viaje,
y ello porque tú fuiste la que inició el litigio.
Y en cuanto a la real boda que tú me echas en cara,
en eso mostraré que ante todo soy hábil
y también moderado y además gran amigo
de ti y de nuestros hijos;
Ante los gestos indignados de Medea.
mas manténte tranquila.
Una vez que aquí estoy, venido de la tierra
yolcia y tras mí trayendo problemas insolubles,
¿qué golpe de fortuna pude encontrar mejor
que unirme, un desterrado, con la hija del monarca?
Y no, si ello te escuece, porque odiara tu lecho
o me hiriera el deseo de tener nueva esposa
o de rivalizar con padres de más hijos
—bastan ya los que tengo, no me apetecen otros—,
sino, cosa importante, para que bien viviéramos
sin carecer de nada, sabiendo que a los pobres
les huyen los amigos, todos de ellos se apartan;
para que en forma digna de esta casa se criasen
mis hijos, a los cuales yo les daría hermanos
que, habitando con ellos en un linaje unido,
nos hicieran felices. ¿A qué más descendientes?
A mí sólo me importa que los nacidos hoy
gocen de otros futuros. ¿Es malo esto? Tú misma
lo aceptaras si no te irritase el pensar
en la cama. Que a un grado tal llegáis las mujeres
como para creer que todo lo tenéis
si ello va bien; y, en cambio, cuando no, en enemigas
os tornáis de lo que es más conveniente y justo.
Deberían los hombres buscar otra manera
de engendrar a la prole sin sexo femenino,
y así no sufriría mal alguno el varón.
Sí, es gracioso. Medea asesinó por Jasón, arriesgó su vida y abandonó a su familia por él. A cambio ha conseguido ser una solitaria en tierra extraña mientras él disfruta de su nueva vida con la princesa de Corinto. Ha sido abandonada con sus dos hijos, humillada y, ahora, desterrada. Y él parece no tener mayor disculpa que decir no ser culpable de que el amor que Medea por él sentía la llevó a cometer tales acciones.
Pobre Jasón, de todas las mujeres que hay en el mundo tuvo que ser precisamente ésta la que de él se enamorara. Pobre Jasón, que es tan bueno que incluso a Corinto pide no desterrar a Medea y sus hijos. Pobre Jasón, tan bueno es, que abandonó a su mujer por otra más ventajosa y menos problemática. Pobre Jasón, que ahora parece tener que sentirse culpable por el estado en que Medea se encuentra.
Medea es la víctima, y todos lo saben: Desde el momento en que anuncia su intención de castigar el ultraje sufrido, jamás es acusada de obrar injustamente, sino todo lo contrario (salvo cuando decide asesinar a sus hijos y el Coro le pide encarecidamente que no recurra al parricidio, aunque cuando éste se produce, a pesar de sugerirlo, no acude nadie en ayuda de los niños). Es más, en los últimos versos y en su última conversación con Jasón, se muestran sus actos como ejecutados con el consentimiento de la divinidad. Medea ha invocado una y otra vez a Zeus, guardián de los juramentos, y a Temis, y cuando al final de la obra, ya victoriosa en lo alto de la escena, sobre el carro alado de su abuelo Helios y con los cadáveres de sus dos hijos, Jasón invoca a los dioses y a Zeus reprochándoles su inactividad ante el crimen de Medea, ninguno le responde. No ya porque Eurípides creyera o no en los dioses, o porque presentara al ser humano librado a su propio destino, sino porque Jasón fue el primero que les ofendió, rompiendo los juramentos hechos en nombre de Zeus por beneficio propio.
Incluso Egeo, rey de Atenas, desaprueba totalmente las acciones de Jasón, y es uno de los motivos por los que concede a la heroína el refugio seguro de su hogar en Atenas. La otra razón por la que esto le concede, es porque ella le ha prometido poner fin a su esterilidad.
Una vez cometidos los asesinatos de Creonte y su hija, Medea sabe que no puede dejar a sus hijos en Corinto, porque ello supone la muerte de los niños a manos de los familiares del difunto rey. Los puede llevar con ella. Sí, es posible o no conservarlos o no consigo, pero también es cierto que hacer eso es continuar ligada a Jasón a través de los hijos comunes: que él, al conocer la desgracia acaecida en el palacio, vendrá a reclamárselos, como así sucede, y si hay algo que Medea no quiere es que sus hijos le sean arrebatados después de todo el dolor que le ha supuesto criarlos. Además, para que su castigo sea completo, debe despojar a Jasón de todo lo que le permita una mínima recuperación futura de su vida.
Resultan verdaderamente estremecedoras las palabras que pronuncia Medea antes de perpetrar ese terrible crimen. :
¡Hijos, hijos, vosotros tenéis ciudad y casa
en que viviréis siempre, lejos de vuestra madre,
dejando a esta infeliz padecer infortunios!
Yo, en cambio, desterrada saldré para otra tierra
sin gozar de vosotros ni ver vuestras venturas
ni procuraros bodas en que el lecho nupcial
yo pudiera adornar o llevar las antorchas.
¡Ay, pobre desgraciada, qué presunción la mía!
En vano yo os crié por lo visto, mis hijos,
en vano soporté dolor desgarrador
en los crueles trances de vuestros nacimientos.
Mas muchas esperanzas abrigaba esta mísera
de que mi ancianidad cuidarais y a mi muerte
piadosa sepultura me dierais, envidiable
suerte para un mortal; pero ahora ya esfumóse
tan dulce pensamiento; de vosotros privada
llevaré una existencia de pesar y amargura.
Y ya el rostro materno no verán vuestros ojos,
porque será distinta la vida que tengáis.
¡Ay, ay! ¿Por qué volvéis la mirada hacia mí
dedicándome esa última sonrisa, niños míos?
¡Ay! ¿Qué voy a hacer yo? Me desfallece el alma,
mujeres, cuando veo sus semblantes alegres.
¡No puedo! ¡Adiós, proyectos! ¿Por qué doblar mis [penas
sólo por un afán de hacer sufrir al padre
con las desdichas de ellos? ¡No puedo, de verdad!
¡Adiós los planes míos! Mas ¿qué es lo que me pasa?
¿Me resignaré a ser objeto de ludibrio
permitiendo que impunes mis enemigos queden?
Hay que osar lo que intento. ¡Vaya con mi blandura!
¡Que tan mansas ideas admita mi alma! En casa
entrad, niños.
Si lícito no es a alguien asistir
a este mi sacrificio, suya la decisión
sea; pero mi mano no desfallecerá.
¡Oh, oh!
¡No, alma mía, no lo hagas! ¡Infeliz, no cometas
tal crimen! ¡Déjales, a tus hijos perdona!
Viviendo allí conmigo me darán alegrías.
¡No, por los vengadores soterraños del Hades,
yo no voy a entregar mis hijos a que sean
ultrajados en manos de nuestros enemigos!
Ello está decidido; no es posible evitarlo.
Y además la princesa ya habrá muerto ataviada
con su peplo y diadema, bien segura estoy de ello.
En fin, pues a tomar voy un triste camino
y a éstos a encaminarles por otro peor aún,
me despediré de ellos.
Dadme, hijos, vuestra mano
derecha, que la pueda vuestra madre estrechar.
¡Queridísima mano, queridísima boca,
figura y noble faz de mis hijos! Felices
seáis los dos, pero allá, porque de lo de aquí
vuestro padre os privó. ¡Dulce abrazo, piel suave,
oh, dulcísimo aliento de estos niños! Marchaos,
idos ya, que capaz no soy de dirigir
la mirada a mis hijos, pues el dolor me vence.
Yo comprendo qué crimen tan grande voy a osar,
pero en mis decisiones impera la pasión,
que es la mayor culpable de los males humanos.
Aquí aparece la Medea más humana. La que quiere luchar contra sus instintos, pero no puede contra su pasión. Antes que sentirse de nuevo humillada, prefiere acabar con la vida de sus hijos, terminar el castigo, la venganza contra Jasón.
El sacrificio de los niños es de gran importancia porque el mismo marca el fin de la vida en común de la pareja protagonista y el inicio de la nueva vida que cada uno de ellos ha de seguir por separado. Con este acto Medea pone fin a su relación con Jasón y a todo lo que esta conllevó, pero también es la renuncia a sus hijos. Su acto final, el que marca su victoria, es también la pérdida de una importante parte de su vida y de sí misma. Es ahora cuando ya nada tiene remedio y todos sus proyectos se han venido abajo, cuando Jasón se preocupa por los hijos cuyo destierro no le produjo ningún dolor.
Medea mató a sus hijos para causar dolor a Jasón, y así queda él: convertido en un apartida sin futuro, sin lugar a dónde ir. El mismo destino que había proyectado para su esposa es el que ahora él padecerá de por vida. Ha perdido el poder, la fama, la gloria... los ideales que más valoraba y ansiaba, porque utilizó un medio erróneo para su consecución. En cambio Medea, siendo víctima, se ha convertido en verdugo, de la opresión ha pasado a la libertad. Montada en su carro alado, ubicado en el lugar reservado en la escena a los dioses, y ya desvinculada de su pasado, sabe, al contrario que Jasón, muy bien a dónde ir: a “Atenas, la ciudad que se le ofrece como remedio a la ceguera, como patria de gentes lúcidas, que respetan todos los derechos y ofrecen su compasión a los maltratados por la fortuna.”
Atenas aparece como la polis donde reina la paz, la justicia, la sabiduría, resultado de un ideal democrático que garantiza libertad y bienestar social e intelectual y que, llegado el momento, ha de ser defendida de los enemigos que quieran destruirla, de aquellos que por ambición rompen los pactos sagrados.
Si una mujer extranjera, alejada de su patria y sin parientes masculinos que la protejan o defiendan, ha sido capaz, en situación tan desventajosa, de invertir la relación de fuerzas y castigar la injusticia que contra ella se quería cometer, manteniendo su decisión, en el marco del comportamiento heroico, hasta sus últimas consecuencias, qué no deberán hacer los atenienses para conservar sus creencias y modo de vida, para que su tierra permanezca libre. Pero esta decisión, seguida a toda costa, supone tener que llegar a sacrificar, si la ocasión lo requiere, lo más querido; en el caso de Medea, sus hijos; en el caso de Atenas, implica exactamente lo mismo: debe enviar a sus hijos a la muerte para defender lo que es justo.
“Terribles son las decisiones de los soberanos, acostumbrados a obedecer poco y a mandar mucho, difícilmente cambian los impulsos de su carácter”.
Opinión personal
Medea sólo fue un mito. ¿Medea sólo es una historia de tantas..? Está claro que no todas llegaríamos al extremo de matar, por amor, a lo que, supuestamente más queremos...No todas somos así. Otras optan por suicidarse.Cuando lo que más queremos, o lo que nos hace amar, nos traiciona, somos capaces de aniquilar a lo que amamos.
Medea quería a Jasón y con él tuvo dos hijos. ¿Amaba a sus hijos porque eran parte de su ser, o sólo por que eran parte de Jasón...? Igual que a una mujer enamoradase la ve más segura de sí misma. ¿Se ama a sí misma más porque se siente amada? ¿Deseada? ¿A quién se quiere más, al querido o a lo que él nos hace querer?¿Por qué mató Medea a sus hijos? ¿Por qué hay quien se suicida por amor? ¿Por qué hay quienes se dejan matar por quienes aman?Igual que cuando se elimina la copia pero se guarda el original. Borrar algo físico pero mantenerlo intacto en la memoria. El amor como un suicidio, el amor como un acto de entrega... Ser parte del otro, una pequeña parte porque, supuestamente, cuando se ama lo más grande es el ser amado.
¿Amar para ser poquita cosa o ser poquita cosa porque se está sola?
yo lo lei primero! yo lo lei primero!! (si, no?) jajajaja.. y asi como el otro, te pondria un 9, y no 10, porque si te ganas un 10 te la crees mucho.. ya vas a ver, todo esfuerzo vale la pena siempre! Y bueno, escribir un comentario dos veces sale medio aburrido, no? a demas, no soy bueno en comentarios, ya te dije. Suerte en el trabajo!
ResponderEliminarVaya... yo iba a hacerlo, y quizás todavía tenga que hacerlo sobre "Prometeo encadenado" el mito del redentor...
ResponderEliminarVeo que te lo has currado bien.
¿Tuviste que salir a dar la charla sobre esto delante del abuelo cebolleta? Debío de ser duro, pero creo que lo has clavado
pedazo de zorra la profesora!! no dejarte leer el trabajo entero...con la tabarra que nos diste con Medea...fíjate de lo que se entera una, que la Medea es tía!! jajaj. en fin...cosas mías.
ResponderEliminarme gusta el frangamento este:
"Deberían los hombres buscar otra manera
de engendrar a la prole sin sexo femenino,
y así no sufriría mal alguno el varón."
No sé porqué, pero me llama la atención.
Por cierto, opino que dejarse matar por quienes amas es como suicidarte por quien amas. El caso es dar la vida por amor..., no?
un besito cielo! :D
A ver, Sara, si ya tienes cuenta de blogger, no sé por qué sigues firmando como anónimo... Y hablando de desfases de género: Medea es mujer, sí señor. Y Maximiliano Fartos es mi profesOr de historia de la filosofía clásica.
ResponderEliminarSi, un auténtico infravalorador de trabajos.