Despertó de una siesta neutra, apacible pero sin restos de vivencias oníricas que le hicieran sentir viva. Se levantó pausadamente y se percató de que The Killer Barbies interpretaban un tema en su mini cadena. También se miró las uñas, y, al ver que entre ellas había restos de su piel, se rió de sí misma, preguntándose cómo podía ser tan tonta de arañarse mientras dormía.
Una vez hubo llegado al baño, se miró al espejo y se vio a sí misma, pero también vio algo raro: algo en su ojo izquierdo. Estaba debajo de su brillante iris verde y, en un principio, le pareció una pequeña mota roja. Para asegurarse, acercó más su rostro al espejo. Esto le permitió tomar conciencia de que, en lugar de una pelusa o una triste pelusa ahogada en su mirada, aquella era una pequeña incisión, una herida en su globo ocular. No pasa nada, pensó, el ojo se regenera, y miró hacia el techo en un acto reflejo. Un acto reflejo desafortunado, inoportuno, que le valió el crecimiento instantáneo de la incisión en forma de línea horizontal que se traslada hacia la izquierda. Cerró los ojos rápidamente para amortiguar el dolor y, cuando ya se hubo calmado un poco, les devolvió el derecho de recibir luz exterior y se miró con temor en el espejo: Ahora su pequeña incisión era un agujerito de una profundidad considerable del que nacía un corte que sesgaba su ojo por la mitad.
En el salón se escuchaban risas de niños, el tintinear de las cucharillas en las tazas de té y las voces graves y maduras, vehículos de conversaciones estúpidas. A Érato le entró un sudor frío al escuchar aquellas voces, pues entendió que no debía molestar a nadie por esa estúpida razón, después de todo, el ojo se regenera... Pero tenía miedo y necesitaba ayuda.
Entró al salón y todos la saludaron educadamente. Ella se tapaba la cara con el pelo angustiosamente.
- Érato, ¿Pasa algo? – Preguntó su madre de forma demasiado fría y superficial.
- Tengo que ir a urgencias. – La chica estaba nerviosa, aterrada. - ¡Mi ojo!
Miró a su alrededor y lo primero que divisó fueron las miradas preocupadas de los niños, cosa que le hizo recapacitar. No tenía edad de quejarse a los mayores, mis problemas son míos, se dijo antes de regresar a su habitación y mirarse por última vez en el espejo.
La incisión había continuado su sesgo en su carne, desde el final del globo ocular hacia la oreja. Emitió un gemido de dolor, pero sus labios produjeron un movimiento en los músculos faciales que dieron lugar al desgarramiento de la profunda herida. Abatida, se sentó en el suelo y se dijo, mentalmente, repetidas veces, que aquello sólo era un sueño, pero no le bastaba con eso, pues todo era muy real. Se golpeó a sí misma en la cabeza, pero fue en vano. Pronto se vio buscando un teléfono móvil para utilizarlo como conector a la realidad, como vio en el film Matrix, pero al no encontrarlo decidió imaginárselo. Imposible. Menudo subconsciente más vacío, pensó, que ni siquiera tiene teléfono. O tal vez es que esté tan desordenado que le es imposible encontrar las cosas más básicas. Entonces se dio cuenta: ¿Imaginarse un móvil para establecer contacto con la realidad? Definitivamente, estaba soñando. Cómo si no iba a pensar tales estupideces...
Y se sintió libre. En ningún momento pensó en intentar despertarse. Tampoco le hubiera servido para algo, ya que claramente se trataba de un sueño de despertar imposible y el intento se hubiera traducido en una angustia asfixiante. Así que decidió aprovecharse de la situación: Estaba viva, viva como un yo pensante dentro de su subconsciente, y podía hacer cualquier cosa. Capaz de todo. Ya no se preocupó de su rostro mutilado: ella había decidido que desapareciera la incisión y así fue. Se levantó felizmente y abrió la ventana, espantó a las palomas y ocupó su lugar. No tenía vértigo, aunque estaba al borde del precipicio, e incluso se puso de pie con seguridad. Tras esto, comenzó a subir por el aire, como si unos escalones se hubieran colocado ante ella. Una escalera hacia el cielo. Subió, subió velozmente las etéreas escaleras, mirando complaciente cómo se iba alejando de su triste, oscura y degradada ciudad. Abajo se quedaba su familia y sus estúpidas reuniones para tomar el té, la angustia, el prejuicio, la soledad, la ignorancia, la envidia, el orgullo, la superficialidad, la falsedad y la hipocresía de un mundo tan perdido que no valoraba ni la vida.
Siguió su ascensión, pero llegó un momento en el que no le fue posible continuar. No era falta de oxígeno, tampoco era fatiga. Simplemente había algo que le impedía elevarse más. Así que decidió bajar, deslizarse en un descenso limpio, rápido y atrevido, por una rampa imperceptible. Siguió así hasta encontrarse con un frontón que se asemejaba a la boca de un metro: las gradas, como enormes escaleras, bajaban hacia un frontón cubierto y hediento de sudor y orín. Érato se deslizó a gran velocidad hacia el interior de aquel deprimente lugar y asustó a unos cuarentones sudorosos que se entretenían jugando a pelota. Por último, puso los pies en el suelo y se disculpó ruborizada a los pelotaris aficionados. Pero ellos no le hacían caso, la ignoraban por completo y ella se sintió absurda, avergonzada de sí misma, pequeña, sucia e insignificante, por lo que se puso en cuclillas y murmuró que jugaran con ella. Suplicó que jugaran con ella, que la usaran de pelota. Ellos se miraron extrañados, pero pronto uno de ellos se atrevió, la cogió del suelo, la hizo botar y la lanzó contra el frontis. Ella reía divertida, dando volteretas en el aire, chocando su retorcido cuerpecito contra la pared. Pero después se fue sintiendo pesada, le costaba botar y el camino del suelo al frontis ya no era divertido, sino lento y excesivamente denso. Una vez más, se sentía sucia, intrascendente, ridícula. Así que decidió marcharse de allí.
El impertinente sonido del teléfono despertó a Érato. Somnolienta, intentó alcanzar con el brazo el aparato que seguía vibrando y emitiendo terribles sonidos melódico-penetrantes desde la mesilla.
- ¿Qué? – Preguntó con voz pastosa cuando al fin logró tenerlo en su oreja, después de adivinar por tanteo en dónde estaba el botón verde.
Sofocada tarde de verano la de aquel martes de 1997. Tomás, sentado en la terraza del bar más solitario de su barrio, pega un último sorbito a su refresco de limón. Si seguía con aquel modo de vida acabaría muriéndose de aburrimiento.
Aún no se habían puesto de moda los impertinentes “sudokus”, los móviles no tenían color y las Spice Girls acaparaban todas las emisoras de radio. Un buen año para suicidarse, sin duda.
Cuando al fin decidió levantarse de la incómoda silla de plástico, se dio cuenta de que no había sacado la cartera. Es igual, pensó, soy tan insignificante que el camarero ni siquiera reparará en mi ausencia.
Pesimista, cabizbajo, desganado...
De pequeño se entretenía arrancando las patas a las arañas, pero ahora prefería pisarlas directamente.
Érato era impulsiva, infantil, alocada y desconcertante. Cambiaba fácilmente de humor y fácilmente se podía poner a llorar sin motivo aparente. Basaba su vida en canciones y pretendía grabar un recopilatorio al que titular “La banda sonora de mi vida”, con temas que oscilaran entre Supertramp y Patti Smith pasando por Oasis o, por qué no, Laura Pausini. Su humor iba acorde con el tiempo, por eso nadie la llamaba si llovía y su buzón se llenaba de mensajes si hacía sol. Tomás, no. Tomás no hablaba con el calor y filosofaba cuando había humedad, por eso Érato le llamaba cuando había tormenta y él recurría a ella si incordiaba el Sol. Por eso siempre estaban tristes.
Érato odiaba despertarse, siempre, aunque estuviera soñando la peor pesadilla. Había aprendido a controlar sus sueños, a tener conciencia de sí misma en su mundo onírico, y había llegado un momento de su vida en el que prefería estar dormida, pues sus sueños le brindaban la oportunidad de ser libre y despojarse de la mediocre realidad. No le gustaba su vida. Era aburrida y monótona, casi perfecta.
Inmediatamente después de hablar con Tomás, que como la mayoría de los días de estío reclamaba su presencia en algún poco transitado café y una conversación desesperada, se levantó pausadamente y se percató de que The Killer Barbies interpretaban un tema en su mini cadena. Se acercó al espejo y observó con detenimiento sus ojos. Primero suspiró aliviada, después se rió.
Ya eran más de las ocho de la tarde y eso significaba que se había pasado prácticamente toda la tarde durmiendo. Se dispuso a poner todo en perfecto orden: Quemar una barrita de incienso, ordenar el armario de la ropa, poner la máquina de escribir sobre la mesa de manera que pareciese que había estado escribiendo durante toda la tarde, algún libro sobresaliendo de la estantería para parecer culta, hacer la cama, ducharse, ponerse bien el pelo, maquillarse, vestirse lo más mona posible, poner música relajante... Todo, incluso ella, debía estar perfecto para Tomás pues él tenía siempre en cuenta cada mínimo detalle. Pero de repente, mientras terminaba de poner en perfecto estado la colcha, se detuvo en seco. Tenía que esperar a Tomás, que vendría de un momento a otro, pero realmente sentía que no quería saber nada de él. Sabía que eso era egoísta, ya que él la recibió con los brazos abiertos en la última tormenta, pero hoy no quería sentirse mal. Hoy quería volar como en sus sueños, saltar por la ventana y sentir todos y cada uno de los poros de su piel abriéndose, absorbiendo en su totalidad la energía que el sol proyectaba sobre ella, nutrirse de adrenalina, de vida.
Decidió salir, huir como en su sueño, pero en el portal se encontró con Tomás, que la agarró fuertemente del brazo y le recriminó:
- ¿Te vas? ¿Ibas a plantarme?
Ella temblaba de ira y miraba sin expresión hacia el infinito.
- ¡Contéstame!
Ella seguía temblando, su corazón palpitaba a gran velocidad y su piel, suave y joven se volvió áspera, casi artificial, como la desagradable piel de las gallinas.
- ¡Mírame! – Ella seguía ausente – Érato, ¿Por qué te ibas? Estoy mal...
- - Los peores problemas son los que desconocemos, los que no pertenecen al mundo físico. Los verdaderos problemas son aquellos que se ocultan en nuestro subconsciente, los que no se exteriorizan pero nos hacen llorar sin motivo, nos hacen desconfiar hasta de nosotros mismos y estar mal con los demás. Los verdaderos problemas son racionalistas y no dependen de la experiencia. Los verdaderos problemas son aquellos que sólo puede solucionar el afectado, se agravan con los consejos ajenos y desembocan irremediablemente en depresión, locura o paranoia. No hay psicólogos ni psicoanalistas en este mundo capaces de ordenar nuestra mente, porque nadie puede pensar por otra persona. Sólo uno mismo puede meterse dentro de sí mismo y encontrar el problema que le come y aísla.
- Quizá sólo somos poco sociales.
- Probablemente. – Repuso Érato con desilusión. Después se despojó de la mano que la retenía, miró hacia el cielo, que estaba despejado, y disfrutó de los últimos instantes de sol.
- ¿Qué es lo que quieres realmente? – Preguntó él, perturbando el estado anímico de su amiga.
- Eso es exactamente lo que no quiero, realidad. No quiero realidad, quiero soñar.
- Ay, mi pequeña musa onírica...
Ella dejaba que él la llamara con ese apelativo cariñoso, pero le molestaba que él nunca se hubiera preocupado por saber que su nombre, Érato, era el nombre de la musa de la poesía amorosa. Pero a ella no le gustaba escribir, ni mucho menos el amor. Sólo basaba su vida en buscar la felicidad inmediata, y esa no está en el amor, está en el sexo.
Aquella tarde había disfrutado, pero era consciente de que, pese a todo el control que ejerció en él, sólo era un sueño. Aquella tarde había subido a lo más alto que podía llegar y había descendido también hasta lo más degradante de la estirpe humana, en donde había disfrutado siendo simplemente un objeto. Pero sabía que aquello no era bueno, que prácticamente se había dejado violar, aunque parezca una paradoja. Deseaba con todas sus fuerzas desear algún día a alguien que en verdad la desease. Sentir lo que es realmente el amor, vivirlo en el mundo físico y tangible, pero el amor hay que buscarlo y bastante tenía ya con encontrar la felicidad. Y la felicidad no está en el amor, la felicidad, según Érato, estaba en la libertad; y el amor, muchas veces, la aniquilaba, al contrario que los sueños, que la exaltaban. La libertad estaba en sus sueños, en donde, por lo tanto, no existía el amor.
Pronto anocheció y comenzó a llover. Érato bajó la cabeza, avergonzada: ahora necesitaba a Tomás.
- Te he hecho daño. – Dijo la joven. – Pon un precio y te recompensaré.
Dado que las mísera gotas de agua que resbalaban por su frente le iluminaban la mente, propuso a la chica salir a vivir. Vivir como si esa noche fuera la última.
La elección del bar corrió a cargo de Tomás, por lo que acabaron en un oscuro pub levemente iluminado por unas escasas luces de neón y con música de los Ramones como banda sonora de la depresión que causa ahogar la angustia existencial en chupitos de vodka.
La ingesta de dos despreciables chupitos de esa cristalina bebida y Érato comenzó a sentirse mareada.
- Creo que estoy demasiado borracha, Tomás... Vamos a bailar un poco, porque si me quedo así, me va a entrar el bajón y yo... yo ya sabes que soy de llorar...
- ¿Y si salimos fuera? – Propuso él.
- No, no quiero... – Se acercó torpemente a su oído. – Bésame, por favor.
Él la rechazó fríamente y ella, al notar esa reacción, se ruborizó.
- Me encuentro muy mal. ¿Por qué no me das cariño?
- ¿Qué te ha dicho está tarde el espejo?
Érato no veía con claridad, todo daba vueltas a su alrededor y la voz de Tomás la percibía extraña, como desnivelada en cuanto a tono y timbre, pero había escuchado aquella pregunta y se había asustado. De pronto recordó su rostro mutilado, su ojo sesgado, y buscó rápidamente su reflejo en cualquier botella, en cualquier rincón... pero fue en vano. Tomás, que por supuesto no tenía conocimiento del sueño de Érato, siguió hablando en tono intelectual sobre cosas que se le aparecían por la mente, intentando que sus palabras pareciesen dignas de un interesante pensador:
- Si el reflejo del espejo no muestra lo que deseas, es que ha llegado el momento de cambiar. Tira todo, incluso lo que creas que es de mayor relevancia o importancia. Me pediste un precio para recompensarme, pero no hay dinero suficiente para pagar por lo que me hiciste. Te comportas como una araña que aparece justo antes de que las nubes expriman su jugo sobre nosotros, una araña que busca desesperada un lugar donde cobijarse porque su tela, esa que le hace sentirse un animal tan seguro y superior ante el resto de sus inmundos vecinos, no es capaz de resistir tan siquiera unas míseras gotas de agua, de vida. No, no hay dinero suficiente para pagar por lo que me hiciste, niñata desagradecida y egoísta. Me pediste un precio, y aquí lo tienes. – Concluyó, mostrándole un bote de cualquier medicamento, vacío. – Mi pequeña Musa Onírica, bienvenida: Aquí comienza tu sueño eterno.
Érato salió a duras penas del bar, tambaleándose. Aquella droga ejercía un poder tan grande sobre ella que le era difícil hasta el tan básico hecho de respirar y caminar al mismo tiempo.
Miró hacia la calle principal de la popular zona de bares, pero todos estaban cerrados y la única persona que transitaba La Desolada era un hombre que, en un vehículo, se encargaba de limpiar la ciudad. No es posible que hayan cerrado ya, pensó, no es posible que ya haya pasado tanto tiempo... Su mente había sido violada tan brutalmente que incluso había perdido la noción del tiempo.
Tropezó. Resbaló. Cayó impotente al suelo.
Cayó en un profundo sueño.
Mojada por su gran enemiga la lluvia, se sumió en un profundo y eterno sueño que ni los posteriores truenos, ni el radiante Sol de Julio que la descubriría a la mañana siguiente, lograrían perturbar.
Esta historia me gustado muchísimo. Está llena de matices diversos. Me recordó a algo de mucha peor calidad, y nunca acabado, que escribí hace una veintena de años. Sólo que como digo, el tuyo tiene más riqueza. Me recordó a Dalí (incluído una novela escrita por él, cuyo nombre ahora no recuerdo), y a tantas otras sensaciones que tardaría demasiado en exponer. Por supuesto, la robo para tu sección en mi blog.
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